Me lo han preguntado muchas veces, muchas. ¿Valió la pena crecer lo que
 se creció a cambio de acumular toda la deuda que se ha acumulado, una 
deuda que ahora no se puede pagar, a cambio de entramparse de por vida 
con el ¡ay! de que cada mes se pueda pagar la cuota que toca devolver?.
 Pienso que ahora ya no tiene sentido plantearse eso porque es imposible
 la vuelta atrás. Los humanos son unos bichos que siempre quieren más, 
no es sólo instinto de supervivencia, es querer más para tener más, para
 experimentar más, para poseer más; y un día se posibilitó el sueño que 
siempre se tuvo: acceder a los bienes y servicios de los que disfrutaban
 una mayoría: ‘los ricos’, al menos los ricos que siempre son tomados 
como referencia: la clase media alta.
 Durante una década escasa todos a su nivel pudieron acceder a aquello 
que habían soñado, a todo ello, y lo hicieron a través de los excedentes
 de liquidez que manaron inconteniblemente, incansablemente, en forma de
 créditos materializados en bits desde los depósitos de las economías 
que los habían acumulado hasta las ciudadanías de todo el planeta que 
los precisaran, créditos con los que esas ciudadanías adquirió máquinas 
de corte por laser, automóviles deportivos, camiones sofisticados, 
vestidos de seda salvaje y vacaciones en lugares de nombre 
impronunciable.
 Aquel consumo de todo por parte de todos generó un PIB inimaginable 
unos años atrás, aumentó la demanda de trabajo, se importó mano de obra 
en forma de inmigración, y se produjeron efectos colaterales, como el 
aumento de fracaso escolar, y el mundo entró en una senda de 
espectacular crecimiento.
 Pero a medida que ese crecimiento se iba consolidando la deuda privada 
crecía y crecía, incontenible, añadiendo riesgo a un riesgo que nadie 
quiso ver porque detenerlo era parar el crecimiento. Cuando la capacidad
 de endeudamiento de todos se agotó, el sueño finalizó.
 ¿Valió la pena?. Ahora lo que vemos a nuestro alrededor es consecuencia
 de aquello. Sin aquello no se tendría esto, pero no se hubiese crecido 
lo que se creció. Ahora puede renegarse de aquello, pero no lo que no se
 puede es volver atrás, ni cambiar lo que se hizo, ni lo que pasó. Nos 
hicieron creer que se podía emular a aquellos que se admiraba, y se 
pudo; se pudo.
 ¿Valió la pena?. Pienso que la respuesta debe ser individual: lo colectivo vendrá después. Mediten si en su caso valió la pena.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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