Siempre he pensado que no se pude obligar a nadie a que sea solidario:
se es solidario o no se es. Si en una época un conjunto de países ponen
en marcha una política fiscal redistributiva con el objetivo de
profundizar en la convergencia de rentas vía impuestos y gasto, en esa
zona se estarán imponiendo unas medidas que buscarán la transferencia de
quienes más tienen hacia quienes tienen menos, pero eso nunca será
solidaridad.
A España lo que se ha dado en llamar solidaridad llegó tarde: a finales
de los 70 en cuanto lo territorial y a principios de los 80 atendiendo a
lo individual; y, al revés de lo sucedido en Europa nunca estuvo
vinculado al crecimiento -muy posiblemente porque quienes pusieron en
marcha el esquema se apercibieron de que el crecimiento sostenido del
conjunto España era imposible-, y sí a las posibilidades de algunos para
generar y, vía ‘solidaridad’, traspasar a quienes menos crecían o no
crecían.
La solidaridad siempre ha de estar sustentada en el crecimiento:
siempre. El reparto de lo escaso no es solidaridad, máxime si resta
posibilidades de crecimiento a quien realmente puede crecer y no da
prácticamente ninguna a quien se transfiere por carencias estructurales
que las transferencias no pueden paliar. Y en España esa política ha
fracasado estrepitosamente: quienes dan han podido crecer menos que si
hubieran dado menos; luego se ha transferido PIB sin beneficio conjunto:
eso, pienso, no es solidaridad.
Evidentemente, cuando llegó la fase del ‘España va bien’ y del ‘España
va más que bien’ la problemática anterior casi desapareció: la ficción
del café para todos casi se hizo creíble porque había para muchos ya que
en todas partes todo crecía; en todas partes: el 0,9% de su PIB, de
media, ha estado percibiendo España de Europa durante el tiempo que ha
estado percibiendo . Claro, claro, ni se vio ni se quiso ver que todo
aquello era ficción sostenida sobre una base de crédito levantada sobre
una solera de ilógica capacidad de endeudamiento, pero el PIB aumentaba y
España era la ‘novena economía del mundo’ y ‘jugaba en la liga de la
economía de las estrellas’.
La clase media, aquel invento que Europa y USA empezaron a fraguar en
los 50 y que se masificó en los 60, a España llegó en los 90, pero
cierto es: saltó directamente al Ibiza Cupra sin pasar por el 4-4. (El
600, el Gordini, fueron sueños sin continuidad: comparen sus precios con
las rentas de entonces y añadan que en aquel entonces crédito no lo
tenía nadie). Pero esa falsa clase media española no se basó en el
crecimiento real, con base y homogéneo, sino en otra cosa que cuando se
ha acabado …
Ya lo hemos dicho, pero repitámoslo: desde mediados de los 80 la tasa
de pobreza en España ha permanecido estancada: en los mejores momentos
del más que bien tan sólo se redujo hasta el 18,5%, y el desempleo tan
sólo descendió hasta el 7,8%. (Hoy, en lo más peor de la crisis Austria
tiene situado su desempleo en el 4,4%). En esas circunstancias es
factible quitar a unos para dar a otros, pero esas circunstancias
demuestran que el crecimiento armónico y uniforme no es posible. Y no lo
es porque las posibilidades reales y verdaderas de unos no lo permiten.
La época del ‘España va bien’ no fue, repito: no-fue, lo normal, sino
lo atípico, el punto aberrante al que se refieren los estadísticos. Y
no, lo de ahora tampoco es lo normal para España. Lo ‘normal’ es crecer
menos y según posibilidades, y a partir de aquí plantear realidades.
Y no: ninguna solidaridad puede revertir eso. Absolutamente ninguna.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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