miércoles, 21 de noviembre de 2012

Solidaridad

Siempre he pensado que no se pude obligar a nadie a que sea solidario: se es solidario o no se es. Si en una época un conjunto de países ponen en marcha una política fiscal redistributiva con el objetivo de profundizar en la convergencia de rentas vía impuestos y gasto, en esa zona se estarán imponiendo unas medidas que buscarán la transferencia de quienes más tienen hacia quienes tienen menos, pero eso nunca será solidaridad.

A España lo que se ha dado en llamar solidaridad llegó tarde: a finales de los 70 en cuanto lo territorial y a principios de los 80 atendiendo a lo individual; y, al revés de lo sucedido en Europa nunca estuvo vinculado al crecimiento -muy posiblemente porque quienes pusieron en marcha el esquema se apercibieron de que el crecimiento sostenido del conjunto España era imposible-, y sí a las posibilidades de algunos para generar y, vía ‘solidaridad’, traspasar a quienes menos crecían o no crecían.

La solidaridad siempre ha de estar sustentada en el crecimiento: siempre. El reparto de lo escaso no es solidaridad, máxime si resta posibilidades de crecimiento a quien realmente puede crecer y no da prácticamente ninguna a quien se transfiere por carencias estructurales que las transferencias no pueden paliar. Y en España esa política ha fracasado estrepitosamente: quienes dan han podido crecer menos que si hubieran dado menos; luego se ha transferido PIB sin beneficio conjunto: eso, pienso, no es solidaridad.

Evidentemente, cuando llegó la fase del ‘España va bien’ y del ‘España va más que bien’ la problemática anterior casi desapareció: la ficción del café para todos casi se hizo creíble porque había para muchos ya que en todas partes todo crecía; en todas partes: el 0,9% de su PIB, de media, ha estado percibiendo España de Europa durante el tiempo que ha estado percibiendo . Claro, claro, ni se vio ni se quiso ver que todo aquello era ficción sostenida sobre una base de crédito levantada sobre una solera de ilógica capacidad de endeudamiento, pero el PIB aumentaba y España era la ‘novena economía del mundo’ y ‘jugaba en la liga de la economía de las estrellas’.

La clase media, aquel invento que Europa y USA empezaron a fraguar en los 50 y que se masificó en los 60, a España llegó en los 90, pero cierto es: saltó directamente al Ibiza Cupra sin pasar por el 4-4. (El 600, el Gordini, fueron sueños sin continuidad: comparen sus precios con las rentas de entonces y añadan que en aquel entonces crédito no lo tenía nadie). Pero esa falsa clase media española no se basó en el crecimiento real, con base y homogéneo, sino en otra cosa que cuando se ha acabado …
Ya lo hemos dicho, pero repitámoslo: desde mediados de los 80 la tasa de pobreza en España ha permanecido estancada: en los mejores momentos del más que bien tan sólo se redujo hasta el 18,5%, y el desempleo tan sólo descendió hasta el 7,8%. (Hoy, en lo más peor de la crisis Austria tiene situado su desempleo en el 4,4%). En esas circunstancias es factible quitar a unos para dar a otros, pero esas circunstancias demuestran que el crecimiento armónico y uniforme no es posible. Y no lo es porque las posibilidades reales y verdaderas de unos no lo permiten.

La época del ‘España va bien’ no fue, repito: no-fue, lo normal, sino lo atípico, el punto aberrante al que se refieren los estadísticos. Y no, lo de ahora tampoco es lo normal para España. Lo ‘normal’ es crecer menos y según posibilidades, y a partir de aquí plantear realidades.
Y no: ninguna solidaridad puede revertir eso. Absolutamente ninguna.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.

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