‘¿Hacia qué está evolucionando Europa?’, me preguntaron hace un par de días. ‘Hacia un imperio’ respondí sin dudar. La famosa carta de Frau Merkel y M. Sarkozy a Mr. Van Rompuy unos días antes de la cumbre es ya toda una declaración de intenciones en ese sentido. ‘¿Y eso es bueno o malo?’, inquirió mi interlocutor. ‘Es inevitable’, respondí.
En los últimos dos mil años esta es la cuarta vez que Europa se une en algo que se halle más allá de un mosaico de tribus, principados y reinos o países. La primera fue con el Imperio Romano, una estructura que, masacres al margen, funcionó muy bien. La segunda fue con el Imperio Carolingio, que al contar con bastantes menos medios que Roma y dirigido como estaba por un personaje eminentemente práctico, se centró en lo esencial y, al margen de hechos que hoy nos pueden parecer aberrantes, funcionó aceptablemente bien; lástima que los hijos de Carlomagno no estuviesen a la altura de las circunstancias.
Hasta la tercera ocasión en que Europa estuvo unida de algún modo hubo que esperar la friolera de mil años: el Imperio Napoleónico. En esta ocasión las cosas estaban mucho más claras que en las dos anteriores porque detrás había un proyecto económico, social, cultural, político, monetario y jurídico extraordinariamente bien elaborado, muy sólido, vaya. El problema residió que M. Bonaparte subvaloró el poder conjunto de quienes tenía enfrente: alguiénes que estaban defendiendo su supervivencia y que no querían acabar como Luis XVI. En términos de lograr una unión europea, fue una lástima que el proyecto napoleónico no triunfara: se habrían ahorrado cuatro guerras intraeuropeas, un montón de conflictos nacionales, y la unión de Europa se hubiese completado siglo y medio antes, o más, pero no fue porque la dinámica histórica no era propicia para que fuese.
Y llegamos al cuarto intento. De entrada este es muy diferente a los anteriores: nadie ha invadido a nadie, nadie ha dominado a nadie; aunque, ¿es así?. En 1957, tras decenas de millones de muertos, cincuenta millones de desplazados, destrucciones y miserias recientísimas, seis países europeos deciden hacer algo juntos (ya se empezó mal: Italia fue metida en el grupo por conveniencias político-estratégicas, pero nunca debió haber estado ahí porque su economía no justificaba que estuviese). Y ese acuerdo fue a más hasta llegar a lo que hoy es: la UE 27. Pero la cosa tiene truco, y trampa. El truco ha radicado en que durante todos estos años ha habido para todos porque todo-iba-a-más; cierto, unos han sacado mucho más que otros pero todos han sacado mucho: había margen ilimitado -se supuso, se quiso creer- para crecer. La trampa estuvo en que cada uno de los miembros del club fuese a su puta bola, incluso se fomentó, ¡era genial!: libertad en las decisiones, y como se crecía, y crecía, y crecía … el PIB lo soporta todo, como el papel. Pero cuando ese recorrido se agotó …
Ha llegado el Imperio. La carta del año es toda una declaración de intenciones. No vamos a comentarla porque la conocerán de sobra, vayamos más allá. LA carta, lo que en el fondo es, es un conjunto de normas de comportamiento por las que los países pierden toda brizna de soberanía si sus actuaciones individuales van a representar algo malo o peligroso para el conjunto, es decir, lo importante es lo que representa el grupo de Estados que forman el área euro o como-se-quiera-llamar, no lo que le suceda a cada uno de los Estados. Es una filosofía muy colectiva, el futuro va por ahí: el todo es mayor que la suma de sus partes, ya, ya, pero tengamos claro que eso supone perder la individualidad, la autonomía, el ser como Estado.
Y claro, se ha ido por el lado económico porque es el lógico, y el proceso se ha puesto en marcha ahora: en plena crisis, porque también es lógico: la antigua forma de hacer: ir cada uno a su puta bola está agotada, y es en momentos de descalabro y pavor cuando el pueblo acepta lo que sea con tal de tener acceso a un mendrugo de pan duro.
¿El núcleo duro?, ¿las dos velocidades?. Es el camino, de nuevo, lógico. Todos no pueden estar en el mismo subgrupo porque todos no están igual de bien, o de mal, que para el caso … El tema está en quien estará en el primer vagón. ¿Volverá a hacerse lo que se hizo cuando se creó el euro: meter en el a quienes no debían estar?, los PIIGS, sí, ¿o se seleccionará escrupulosamente a quien se deja entrar y a quién no?. Pienso que se seleccionará, pero el examen será muy fácil, aunque entrar supondrá firmar con sangre un contrato por el que quien entre se compromete a TODO lo que fijen todos a fin de no fastidiar con su proceder a esos todos. (Ya, ya sabemos quienes están detrás de esos todos: los que tienen la pasta).
Una vez se haya firmado ese papel será como lo que sucedía cuando un nuevo territorio era anexionado a un Imperio: nada podía deshacer ese vínculo, absolutamente nada. Las normas del Imperio eran las del territorio (en eso los más listos fueron los Romanos: convertían en Dioses del Imperio a los Dioses de los territorios anexionados, y el único caso en que no lo hicieron fue con Judea: era un territorio monoteísta que no aceptaba el carácter divido del emperador), por lo que había uniformidad, y unión, y comunicación, y participación. (A Napoleón le faltó Internet).
Un grupo, o consejo, o comité, o el nombre con el que sea bautizado, va fijar unos parámetros y los Gobiernos de los miembros van a tener que hacer lo que sea para cumplirlos, tenga las consecuencias que tenga para la población de ese miembro, efectivamente: se empobrezca lo que se empobrezca esa población, sí. Todo sea por el Imperio ya que nada es posible fuera del Imperio, porque sólo en el Imperio es posible lograr la optimización de unos recursos que son escasos.
¿Qué eso no es democrático?, bueno, no hay alternativa: es inevitable porque inevitable es la escasez en la que ya nos hemos instalado. Es el “Blood, toil, tears and sweat” que Churchill hizo famoso, porque es inevitable, pero es feo porque elimina la capacidad de elegir, que ya es ficticia, sí, pero que no gusta que alguien te la quite … aunque le hayas votado, perdón, aclamado previamente.
Ensáyenlo porque van a tener que gritarlo mucho en el futuro: ¡Viva el Imperio!.
(¿Un ejemplo de esto?. Según nos cuentan todo el mundo está encantado con las medidas que el Gobierno español electo va a tomar en España. Resulta que el Sr. Mariano Rajoy ha explicado a un montón de personas lo que su Gobierno va a hacer en España, pero a los españoles de a pie no nos ha contado ni media palabra. ¡Y eso que su Partido fue aclamado en democracia!. Bien, pues eso es el Imperio: sus zonas, más las periféricas, informan al poder de lo que van a hacer tras haber recibido instrucciones previas; sus gobernantes, a modo de procónsules, efectivamente. El pueblo lo ha querido así en la búsqueda de un salvador, y nada pregunta porque sabe lo terrible que va a ser lo que va a venir. ¡Viva el Imperio!).
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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