jueves, 20 de septiembre de 2012

Mil novecientos treinta y tres

Es sabido que uno de hechos que retrasó la salida de la Depresión fue la actitud de los prohombres de entonces: de quienes entonces movían los hilos de la realidad económica del momento. Decían aquellos señores (entonces no había señoras que se ocuparan de estos menesteres) que era insano y absurdo que ni el Estado ni nadie tratase de arreglar la situación depresiva en la que se hallaba sumida la economía ya que de una forma natural y guiada por la Mano Invisible la crisis se resolvería y se volvería a una posición de equilibrio.
A toro pasado es muy fácil calificar de tontos a aquellos que eso decían, pero sus palabras tenían toda la lógica del mundo ya que desde hacía más de un siglo así venían resolviéndose las crisis (el Pánico de 1910 no se resolvió así, pero en fin). El problema radicaba en que aquellos que esto decían querían seguir haciendo lo mismo que hasta entonces se había estado haciendo, sin entender que se encontraban en el medio de una crisis sistémica por lo que las recetas convencionales no servían. Cuando se empezó a utilizar otro modelo y a aplicar otras recetas todo cambió. Es lógico que ahora se esté repitiendo la misma película en semejantes circunstancias.
Los países más afectados por esta crisis sistémica en la que estamos inmersos quieren salir lo antes posible del círculo vicioso en el que se hallan: el precio que tienen que pagar para que les compren la deuda es elevado debido a que ese precio equivale al riesgo que los inversores estiman para la deuda de esos países en relación al vencimiento de los bonos, por lo que es la rentabilidad que exigen para comprar esa deuda a tal vencimiento a fin de cubrir el riesgo de tal inversión. Los países que tienen una deuda cara quieren que el Fondo de Rescate europeo y el BCE compren deuda a fin de que, al reducirse su oferta, la desconfianza hacia esos países disminuya y los precios de la deuda bajen. Pienso que ese no es el camino. No es el camino porque pensar así, actuar así, supone seguir con el viejo modelo: el que se ha agotado y ha desencadenado la actual crisis sistémica.
El problema, pienso, no radica en el precio de la deuda: si ese fuese el problema la solución sería simple: ¿no es la pérfida especulación internacional la causante de este sinsentido monetario-financiero?, pues liquidemos a la especulación internacional y problema resuelto; el problema estriba en que es imposible crecer al ritmo que se crecía, del modo como se crecía, y la solución tiene que ser algo de un nivel tan revolucionario como la que se dio para deglutir el aumento de producción tan espectacular que era posible generar a partir del brutal aumento que experimentó la productividad a partir de 1923.
Del mismo modo que entonces la solución no estuvo en reducir el cultivo de trigo ante los espectaculares incrementos de productividad que su cultivo experimentó sino en buscar salidas nuevas a esa mayor cantidad de trigo que podía obtenerse, ahora la solución no se halla en que los poseedores de un Audi se cambien el coche cada año en vez de cada dos, ni construir 1 M de viviendas al año en lugar de 0,8 M, ni en tender el 30% de Km anuales de AVE más de los que hasta hace unos años se tendían, ni en que el BCE compre deuda pública.
La solución, pienso, reside en hacer las cosas de otra manera, una manera que considere que la norma es la escasez por lo que la eficiencia es la lente con la que todo debe abordarse y donde tal vez Audi deje de diseñar y construir automóviles porque caiga en picado la necesidad de desplazarse, y pase a diseñar sistemas de transporte de energía crecientemente eficientes.
En el fondo, fondo, ni siquiera la deuda es un problema: la parte conveniente se cancela, por al artículo 29 con una parte del PIB como contrapartida contable, exacto. Veamos. El PIB de España, más o menos, es 1B, cayendo. Pero es 1B porque se toma como dato el valor de una producción que se ha alcanzado con unos parámetros que ya no son ni serán porque no pueden ser: si efectivamente el crédito -en España y en todas partes- se dedica a la financiación de aquello que sea verdaderamente necesario, ¿en qué niveles se situará el PIB?.
El BCE comprará deuda y el fondo 1 o el 2, también, pero, al final, ¿de qué servirá?. No será más que una tirita -ya ni siquiera una anfeta: las anfetas ya se acabaron en Mayo del 2010- en una herida que lo que necesita es un trasplante de piel biogenéticamente construida. Se saldrá del paso: durante unas semanas, pero no se resolverá nada porque por ese camino nada puede resolverse. La pregunta: ¿y cuando se empezará a percibir que es preciso hacer las cosas de otro modo?, pienso que ya se ha visto: los proyectos de unión presupuestaria y de supervisión bancaria transeuropeas van por ahí, pero aún siguen hablando los que dicen que todo lo arreglará la mano invisible; no aquella, naturalmente, sino la de ahora.
¿El crecimiento?, pues tendrá que adaptarse a esa nueva forma de hacer las cosas. Muchos aún siguen pensando que la salida consiste en lograr crecer al 4% y a eso supeditan todo, por ejemplo la inflación. Pienso que es al revés: con un crecimiento del 0,7% o del 1,0%, ¿cómo hay que hacerlo para que el mundo siga girando?. Pues siendo muy eficientes con lo escaso, centrándonos exclusivamente en lo necesario; y asumiendo que muy pocos necesitarán un Audi y que quienes lo necesiten no hará ninguna falta que se lo cambien cada año.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.

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