La Bolsa de siempre, la Bolsa de la financiación de las empresas y
la Bolsa de la inversión a largo plazo ha muerto víctima de su propia
ambición y ahorcada en la soga de su estrella: el ordenador. Es uno de
los asuntos más comentados entre los profesionales del mercado y los
grandes ahorradores en los últimos meses. Las máquinas, los potentes
ordenadores, las fórmulas matemáticas, que siguen exigiendo máquinas de
última generación, más rápidas y potentes, han expulsado al inversor de
siempre de la Bolsa. también, han quebrado gestoras y gestores de
renombre por seguir mal el protocolo, por interpretar las cosas, los
métodos a su manera, según les dicta su cerebro y corazón, que nada
tienen que ver con las tripas a de los ordenadores. La Bolsa ha dejado
de ser, así, espejo del alma económico para convertirse en un simulacro
de juegos de guerra, que nada tienen que ver con la realidad de la
economía, de las gentes y de las cosas que suceden cada día de puertas
afuera de estos mercados de ahora", me dice el consejero delegado de una
importante gestora de fondos.
En este encuadre, escribe JASON ZWEIG en The Wall Street Journal
que con corredores computarizados que "guardan" acciones por sólo unos
segundos y mercados que pueden oscilar marcadamente en cuestión de
instantes, la inversión a largo plazo parece estar al borde de la
extinción.
Quizás esto es inevitable. Resulta que el pensamiento a corto plazo
está profundamente arraigado en la forma en que funciona el cerebro
humano. Nuevas investigaciones sugieren que para evitar que el frenesí
del corretaje lleve a su cuenta a la ruina, debe contrarrestar algunas
de las tendencias más básicas que hacen del Homo sapiens la más
inteligente de todas las especies.
En un estudio publicado el mes pasado en el Journal of Neuroscience,
investigadores del Instituto de Tecnología de California, la Universidad
de Nueva York (NYU) y la Universidad de Iowa analizaron la forma en que
la gente usa las recompensas pasadas para predecir beneficios futuros.
Directamente detrás de su frente se ubica una región del cerebro
conocida como la corteza frontopolar. De tamaño mucho mayor en humanos
que en otros primates, esta zona es clave para funciones mentales
avanzadas como la memoria, explorar nuevos ambientes y tomar decisiones
sobre el futuro.
En el nuevo estudio, los investigadores querían ver la forma en que la
corteza frontopolar contribuye a predecir las recompensas. Así que
compararon a personas con daños en la corteza frontopolar frente a dos
grupos de control de personas saludables y personas con lesiones en
otras zonas del cerebro (pero no la corteza frontopolar).
Todos los participantes jugaron un juego en el que probaban cuatro
máquinas tragamonedas. Podían elegir la máquina que pensaran que les
daría la mayor recompensa. Lo que no sabían era que las recompensa de
cada máquina variaban de forme impredecible.
Los neurocientíficos descubrieron que los dos grupos de control tendían
a tomar su decisión siguiente en base a cuánto había rendido una
máquina tragamonedas en las dos rondas más recientes.
Casi tan pronto como comenzó a cambiar el patrón de recompensas, los
participantes en los grupos de control dejaron de lado una máquina
tragamonedas y pasaron a la siguiente. Aunque en parte tomaron en cuenta
los resultados a largo plazo, "los sujetos saludables parecían estar
extrapolando su experiencia más reciente hacia el futuro y elegir
predominantemente sobre esa base", afirma Nathaniel Daw, un profesor de
neurociencia de NYU quien ayudó a realizar el estudio.
Las personas con daños en la corteza frontopolar, sin embargo, "basaron
sus elecciones principalmente en la historia acumulativa de
recompensas, no en los cambios en los resultados más recientes",
sostiene.
Sin la capacidad de recurrir a uno de los centros de razonamiento más
avanzados del cerebro, estas personas no intentaron superar al sistema o
adivinar el próximo resultado de un proceso esencialmente azaroso.
El experimento no fue diseñado explícitamente para parecerse a una
bolsa de valores, aunque su estructura aleatoria le da una similitud
increíble con los mercados financieros del mundo real.
Entre los fondos de inversión que estaban entre la mitad de mejor
desempeño a fines de 2009, según Standard & Poor's, sólo 49% de
ellos aún se mantenía en la mitad superior de la lista un año más tarde;
otro año después, sólo quedaba 24%. Eso es más o menos lo que
conseguiría si lanza al aire una moneda. Intentar encontrar los
ganadores es inútil si la victoria es determinada principalmente por la
suerte.
Sin embargo, cuando es confrontada con lo impredecible, la corteza
frontopolar se rehúsa a admitir la derrota. Usa todas sus destrezas de
computación para buscar patrones en datos aleatorios.
Ante la ausencia de patrones reales, detectará los ilusorios. Y lo instará a actuar al respecto.
No es de extrañar que tantos inversionistas tengan problemas para
reunir la fuerza de voluntad para comprar y conservar un puñado de
inversiones durante años.
Pero si la práctica de "comprar y conservar está muerta", como sostiene
una cantidad creciente de inversionistas, no queda claro qué otra
práctica queda viva. En los mercados de muy malos resultados de la
década pasada, varias alternativas como "colocación táctica de activos"
(o medir el momento exacto del mercado), técnicas matemáticas de
reducción de riesgo e incluso la simple y antigua intuición tampoco han
funcionado tan bien.
La mayoría de quienes dice que comprar y conservar es una práctica
muerta no hablan mucho de sus rendimientos a largo plazo. En cambio,
ponen el énfasis en el desempeño que han tenido recientemente, una
táctica que para muchos clientes potenciales tiene el mismo atractivo
irresistible que los dos últimos giros de una máquina tragamonedas.
La solución al pensamiento a corto plazo no es pegarse en la frente con
un martillo, por supuesto. Pero puede usar el poder de su cerebro a su
favor.
Cada decisión de inversión que tome debería ser el resultado de un proceso deliberado.
Comience por crear una lista de criterios que debe cumplir cada acción o
fondo antes de comprar o vender. Asegúrese de nunca comprar o vender
una inversión exclusivamente porque su precio subió o bajó. Con
anticipación, enumere tres motivos que no tienen nada que ver con el
precio que justificarían vender o comprar.
Luego de vender, lleve la cuenta de los rendimientos de esas
inversiones que vendió, luego de venderlas, para ver si tuvieron mejor
desempeño que lo que sea que compró en su lugar.
No hace falta comprar y vender acciones como loco sólo porque la gente
que aparece en los titulares conserva acciones por unos minutos o
segundos. Conocer los límites de su conocimiento es la forma más alta de
inteligencia.
lacartadelabolsa
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