Hace unos días recibí un mail de un lector: “Tengo la duda siguiente: de lunes a viernes trabajo de contable en unas pymes (nombre de un subsector económico). Además, llevo los impuestos, no necesitamos gestoría. Con la excusa de la crisis, el jefe-propietario de estas pymes me ha ido bajando el sueldo de 1.700 € a 1.200 €, y me ha quitado la seguridad social, estoy en la economía informal. A veces le hago factura a través de una SL pantalla, con el objetivo de apropiarme del 21% de IVA (lo compenso con facturas de gastos personales).
Pero además soy un economista que me especialicé en concursos de acreedores, he redactado la parte económica de algunos concursos, actuando como “negro” de un abogado, y además he hecho algunos peritajes judiciales, firmándolos yo. Total, que un despacho de abogados ahora quiere que vaya abandonando mi trabajo de contable y vaya asumiendo cada vez más tareas relativas a concursos de acreedores, peritajes, presentación de impuestos, etc. Al mismo tiempo, ayer firmé un precontrato de trabajo para estar de contable a tiempo completo a partir de la semana que viene en (nombre de una empresa), con un periodo de prueba de 6 meses, y un sueldo bruto de 22.500 €.
También debo decir que los fines de semana estoy de telefonista en una compañía de (nombre de otro subsector económico) y trabajando 21 horas a la semana cobro algo parecido que con lo de (nombre de la empresa anterior) (porque este año me pagan por hablar idiomas, al haber clientes extranjeros). (Esto de lo de (el subsector referido) no lo pongo en mis currículums, ya que no tiene nada que ver con la contabilidad, y esto de ser telefonista no me da buena imagen).
No sé, mi intención inicial era quedármelo todo, y le propuse a mi jefe de (las pymes) de llevarle las contabilidades desde casa, con mi portátil (con la intención de pasar las tareas más básicas a algún familiar en paro, o ya directamente a mi cuñada que vive en (nombre de un país no europeo)). Y también decir al despacho de abogados de que les haría las cosas desde casa… pero sin delegar el trabajo a nadie, claro está”.
Mi respuesta fue:
“(…) Lo que es una exageración es la reducción del 29%. ¿Era realmente necesaria? ¿Dependía de ella la competitividad de la empresa?. ¿Cómo se la vendió?”.
A lo que mi lector me respondió:
“La reducción del salario: éramos 3: yo, un administrativo y uno que hacía gestiones de calle. Nos reunió, nos dijo que a él las cosas ya no le iban bien, que además había menos actividad en la empresa, y que o bien echaba a 1 de los 3 o nos reducía el sueldo a los 3. El administrativo, amigo del tercero, temiendo que echara al tercero, dijo entusiasta “que nos bajen el sueldo”. Y nadie dijo nada más. Yo pasé de 1700 a 1200, el administrativo de 1600 a 1200 y el tercero de 1200 a 1000. Al cabo de unos meses el jefe acabó echando al tercero.
Sinceramente, mi bajada de sueldo y el hecho de que últimamente, cuando está de mal humor, nos pague con retraso, es tirarse piedras en su propio tejado”.
Pienso que no hace falta añadir más.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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