Hay cosas que pasan porque se han diseñado, planificado, orquestado, 
para que sucedan del modo como suceden; y otras pasan porque desde 
tiempo inmemorial han acontecido de una manera que ha ido derivando 
hasta el hoy presente de forma que no cabe la más remota posibilidad de 
que sucedan de otro modo; y otras más pasan como pasan porque no podían 
suceder de otro modo ya que se ha llegado a donde se ha llegado desde 
una mañana en apariencia limpia y transparente a una noche oscura y 
opaca, sin transición.
 1 – Durante no menos que quince años tuvimos en casa un exprimidor 
eléctrico de cítricos, durante quince años, o más. Nunca falló, jamás. 
Lo utilizábamos, al menos, una vez a la semana. De Lunes a Viernes las 
partes móviles, las que exprimían, con un aclarado bajo el chorro de 
agua a presión era suficiente; el Sábado limpieza a fondo con cepillo. 
Sus piezas eran de plástico, un plástico consistente, blanco níveo, 
brillante, la cubeta donde se recogía el zumo transparente; eran piezas 
que ajustaban con precisión matemática. Un día, a la altura del enchufe,
 uno de esos enchufes monobloque, el cable se segó; ningún problema: 
cambiamos el enchufe  y a seguir. Los años fueron pasando y un día 
pareció (sólo lo pareció) que el motor perdía fuerza; nos dijimos que el
 utensilio había llegado a su final; y decidimos adquirir otro.
 La decisión fue unánime: tenía que ser otro del mismo modelo y de la 
misma marca; idéntico, en definitiva. ¿Qué tal vez pudieran haber otros 
exprimidores más modernos, más estéticos y que aumentasen en el 0,5% el 
zumo que extrajesen a una teórica naranja idéntica al que hubiese 
extraído nuestro viejo exprimidor?, pues muy bien, pero aquí ni valen 
pruebas ni vales riesgos porque un aparato de esa índole no es para 
estar cambiándolo cada semana. Adquirimos un exprimidor idéntico al que 
teníamos. Y el resultado ha sido agridulce, y no es una ironía.
 Aparentemente se trata del mismo exprimidor, pero realmente no es el 
mismo exprimidor. El plástico con el que están fabricadas sus partes 
exprimidoras no es de la misma calidad: este es vasto; y el encaje de 
las mismas no tiene nada que ver: si en aquel se deslizaban como una 
mano en su guante, en este hay que hacer fuerza, buscar posiciones 
extrañas para lograr un encaje que sí es pero no como debía porque vibra
 ligeramente cuando se halla en funcionamiento. Luego está la textura 
del plástico: la del actual es ligeramente rugosa, y es mate, por lo que
 la pulpa se limpia con menor facilidad. Exprimir, exprime, claro, pero 
la regulación del flujo de la mezcla de pulpa y zumo no es lo uniforme 
que lo era nuestro anterior ‘idéntico’ exprimidor.
 Sí: los lugares de fabricación han variado, pero pienso que eso no 
tendría porqué influir en la diferencia. Es cierto que en valor 
constante el precio de este es más reducido que el de aquel, pero yo lo 
veo de otro modo: el objetivo de la cadena 
fabricante-distribuidor-vendedor es incrementar su margen o, cuanto 
menos, mantenerlo; y eso sólo era posible reduciendo costes, y como el 
valor de un exprimidor no justifica la inversión para robotizar toda su 
producción ni a esa compañía le compensa realizarla porque no tiene el 
monopolio planetario de los exprimidores de cítricos, la vía más 
plausible era reducir calidades y acabados. En cualquier caso, ¿quién se
 acuerda como era un exprimidor de hace quince años?.
 2 – Recientemente estuve en una ciudad del Norte de África impartiendo 
una conferencia. Todo organizado como un reloj, amabilidad a raudales. 
Tras el acto, a los asistentes nos llevaron a un enorme espacio al aire 
libre atiborrado de personas y de puestecillos en los que se vendía 
absolutamente de todo lo que imaginar puedan, desde especias a zumo 
natural de frutas, desde fritos secos a afrodisíacos femeninos y 
masculinos, desde artesanía de cuero a perfumes; también frutas, 
ungüentos, instrumentos musicales, … Había también encantadores de 
serpientes, acróbatas, amaestradores de animales, improvisados puestos 
de comida preparada, y mesas corridas con bancos a su largo bajo 
techados en los que se servían variados platos. Una megamacroplaza, 
antiguo mercado de ganado a las afueras de la ciudad antigua.
 El plan, nos dijo el guía, era que deambulásemos durante un par de 
horas y luego ir a cenar a un restaurante especializado en comida 
tradicional de la zona. Nos dijo que no era un lugar inseguro y que 
podíamos hacer todas las fotos que quisiéramos, sin límite, pero que 
cada vez que hiciésemos una foto, a quien se la tomásemos le diésemos un
 euro. Alguien preguntó el motivo. Y sin inmutarse comentó que para la 
inmensa mayoría de quienes allí se encontraban, lo poco que vendían en 
sus puestos y los euros que recibían de los turistas por las fotos que 
estos les tomaban eran sus únicos ingresos.
 La cena fue fabulosa, y el restaurante una casa del siglo XVIII 
rehabilitada y convertida en un decorado de las mil y una noche.
 3 – Hace un par de semanas me invitaron a una boda. Tuve que estrechar 
bastantes manos de amables lectores y de personas que me reconocieron 
por mis apariciones televisivas, pero de todo lo que me dijeron lo que 
más me impresionó fue lo que me comentó uno de los camareros que vino a 
estrechar mi la mano. Charlamos unos momentos y fue él quien me dijo que
 era arquitecto. Insisto: me impresionó: el desempleo entre estos 
profesionales es enorme: el 65%, pensé, pero me equivocaba, de medio a 
medio.
 Aquel arquitecto trabajaba como arquitecto, concretamente en esos 
momentos se hallaba con la rehabilitación de dos viviendas. Pero habían 
dos problemas. Por un lado, arrastraba deudas del pasado; por otro, sus 
ingresos como arquitecto eran de todo punto insuficientes, y como tenía 
experiencia en el ramo de la restauración (no me dijo como la había 
adquirido), cuando le salía un evento como aquel, iba y obtenía un 
dinerillo.
 ¿Hay algo de malo en que un arquitecto haga de camarero?, ¡en 
absoluto!, pero algo muy feo está sucediendo para que un arquitecto 
tenga que hacer de camarero.
 Cosas que pasan.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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