Conocerán un refrán muy, muy antiguo que dice que ‘De dinero y santidad, la mitad de la mitad’. Nos habían contado en los últimos seis meses que el planeta ya estaba iniciando una singladura de recuperación imparable que estaba llevando a la economía mundial a una fase de nuevo crecimiento; recordarán que aquí, en lacartadelabolsa, nunca se dijo tal cosa, al revés, siempre se dijo que la economía planetaria se hallaba inmersa en un proceso de agotamiento del modelo que había estado utilizando en el último medio siglo que se manifestó, primero en el desconcierto de una precrisis y, luego -ahora- en una crisis sistémica cuya salida vendrá, sí o sí, de la puesta en marcha de un nuevo modo de hacer las cosas.
Una ‘recuperación a la antigua usanza’, de corte clásico, tal y como hasta ahora se ha estado haciendo, es imposible por tres razones y un corolario: 1) porque el supuesto que se hizo cuando se puso en marcha el que ha sido nuestro modelo hoy se sabe que es falso: una oferta ilimitada de commodities a un precio ridículo, 2) porque la base que propicio el maravillosísimo crecimiento mundial está colapsada: la capacidad de endeudamiento, y 3) porque la mayor parte de la deuda existente es impagable; el corolario es obvio: teniendo en cuenta que en ese modelo que hemos estado utilizando las entidades financieras han sido las bombas que movían el valor de quienes lo tenían hacia quienes lo necesitaban, de quienes lo creaban hacia los que lo querían, las tres razones citadas han llenado a esas entidades de la porquería que se ha estado generando a fin de que los engranajes continuaran dando vueltas.
Se pusieron en marcha los planes E a fin de recuperar lo irrecuperable; visto eso se pasó a sanear lo insaneable, con espejismo incluido: el consumo generado a base de desahorro y los flecos de los planes E que forzaron exportaciones de unos sitios hacia otros; pero ha bastado un mal sueño para que el monstruo volviese a pasearse por el jardín (cuando, en realidad, no hay tal monstruo: la casa es la que se está desmoronando, y no debido al soplido de un gigante, sino por la aluminosis que se ha manifestado.
Claro, claro, lo que llega a la opinión pública, a la población, lo que se cuenta a la gente, lo que se explica a los votantes, son hechos aislados: la deuda griega, el crecientísimo nivel de endeudamiento en Brasil, la no recuperación de la vivienda en USA, la caída de la producción manufacturera en China, la lentitud de los cambios sociales en Latinoamérica, cosas que son todas ciertas, pero pienso que no son más que manifestaciones de la crisis sistémica que, pienso, irá a más, del mismo modo que las subprime, la puesta en escena del engaño griego, las colas ante las oficinas de Northern Rock o la quiebra de Lehman lo fueron de la precrisis.
Pienso que el planeta está cayendo, ¡porque tiene que caer!, de forma amortiguada: no estamos en los años 30, pero se tiene que caer porque hay que liquidar todo vestigio del modelo que ya es pasado; y así va a seguir.
(Me preguntan: ‘¿Qué crees que debería hacer Grecia?’. Y digo que ahora, teniendo en cuenta en el lugar en el que se halla, considerando su situación, debería, si puede, si le dejan, si no le envían a la Legión IX (aquella que se dice que desapareció en lo que ahora es Escocia), decir a quienes tienen su deuda: ‘Señoras y señores, no puedo pagar, y como no puedo pagar, ¿qué les parece si dejan de clavarme clavos en el ataúd en el que me han metido y empezamos a hablar como personas civilizadas?, y no se pongan gallitos porque Uds., sus empresas, sus bancos, sus familias, su ciudadanía, tampoco puede pagar’. ¿Creen que las cosas le irían peor de lo que le van a ir haciendo lo que le dicen que tiene que hacer?.
No hay nada ideológico en eso: es un puro análisis coste-beneficio: todos ganan porque nadie pierde todo, y, ¿quién sabe?, tal vez sea el germen de una mayor, necesaria e imprescindible coordinación, de una creciente colaboración: cada uno a su puta bola y machacando al vecino, como que no: lo de ‘el ganador se lo lleva todo’ estuvo muy bien, pero es precisamente el modelo en el que la máxima era máxima el que ha entrado en una crisis sistémica porque está agotado. Nadie va a cobrar todo lo que le deben porque nadie puede pagar todo lo que debe; se puede continuar manteniendo la ficción: ‘¡Huy, qué bonito es el vestido del rey!’, y se hará porque así ha de ser: la caída está siendo amortiguada y así seguirá, pero no olvidemos en ningún momento que el rey está en pelotas.
Hace unos años se decía sobre Suazilandia: ‘¿Suazi-qué?’. Como las cosas sigan yendo como ahora van tal vez digamos mañana en relación a Grecia se diga ‘¿Greci-qué?’. No lo descarten, no lo descarten
Es pura ficción, ya: se exige a Grecia que de unas garantías que Grecia no puede cumplir, pero lo importante es que diga que va a cumplirlas; se pide a la banca acreedora que diga que, de forma voluntaria, está dispuesta a posponer unos cobros que no va a percibir porque el deudor nunca va a poder pagar, y se le pide que diga eso cuando se sabe que la banca acreedora no puede decirlo porque, si lo hiciese, se le caería la contabilidad; se exigen unos recortes en cosas esenciales y unas subidas de impuestos al deudor que no fueron exigidos ni en el Tratado de Versalles. Es la ficción de los Marx Brothers pero llevada más allá del absurdo: se quiere construir una casa para encontrar un tesoro porque es necesario creer que el tesoro va a ser encontrado porque esa pasta va a arreglar todo).
(Pienso que la Sra. Ministra de Economía del reino debería cambiar el mensaje. Es cierto que, de momento, a España le están comprando todo el papel que emite (al Estado, a las personas españolas físicas y jurídicas no a todas, pero eso es otro tema), sin embargo se lo están comprando porque el reino cada vez está pagando más para que se lo compren; es decir, España está vendiendo papel y a cada día que pasa le está resultando más caro venderlo … aunque no tiene otro remedio que vender. La verdad, no veo el motivo para la alegría).
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.
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