Me remite un lector un mail denso, profundo, ácido. Cuenta cosas que se han dado por superadas, que se han abandonado por antiguas, pero que están regresando: por la puerta de atrás.
“Ayer domingo estuve en mi pueblo (nombre de una localidad de una provincia española). Acudí a la llamada de un familiar que cada año me invita a coger habas verdes que después limpiamos a escape con una maquinita y son susceptibles de guardar congeladas para su consumo posterior fritas. Es un plato sencillo que aprecio mucho, y bastante común en temporada en (nombre de la provincia referida). En realidad no me vale la pena por más habas que desee guardar, pero aparte de ver a este familiar, siento la satisfacción de aprovechar lo que es aprovechable, y me pregunto por qué no hacen lo mismo otros hijos del pueblo más necesitados.
No es que ahora la situación me haya cogido por sorpresa, pero recuerdo de niño los pequeños campos de mi pueblo perfectamente labrados, sembrados y limpios. En realidad, la gente en mi pueblo era trabajadora, muy trabajadora y orgullosa de serlo. Ahora no; es evidente una dejadez generalizada por doquier, tanto del suelo como de los árboles y de los carriles o accesos rurales, estando todo invadido de malas hierbas y maleza. No lo comprendo, aunque sí pero no.
Quiero decir que es cierto que las rentas agrícolas se han desplomado en general, pero mucho más para pequeñas explotaciones poco o nada mecanizadas, pero no es menos cierto que la agricultura de mi pueblo siempre había sido de subsistencia o consumo doméstico. Pues bien, a pesar de los tiempos que corren y que correrán, todo está abandonado aun cuando es posible vivir en autoconsumo de esas pequeñas parcelas minifundistas. En cualquier caso, falta el trabajo. ¿Cuál es nuestro nivel de expectativas que despreciamos hasta los necesarios y escasos medios de subsistencia? O, alternativamente, ¿qué está pasando?.
Otra. En julio de 1993 acudí a Alemania, cerca de Frankfurt, para tratar de conseguir un contrato de construcción de un par de centros comerciales para mi empresa. Visitamos en sábado los emplazamientos de otros centros en construcción, en cuyo entorno moraban hacinados en barracas trabajadores de esas obras. En un momento dado se abrió la puerta de una de las barraca y pude ver el suelo lleno de botellas vacías, una cuerda que cruzaba transversalmente la barraca llena de ropa secándose y las literas donde dormían o hacían vida portugueses, polacos y checos. Me dije: ¡Dios mío!, es imposible que mi gente acepte estas condiciones de vida aunque sea por una temporada, aun teniendo en cuenta que muchos de ellos habían sido inmigrantes en Alemania y que habían trabajado precisamente en construcción hasta aproximadamente en 1980. Digamos que esta otra anécdota nos traspone a otro nivel de expectativas, pero entonces era necesario y hasta perentorio disputarse aquellas obras, lo que no pude aceptar por la imposibilidad de retrotraer a mi gente a tiempos y condiciones pasadas.
Cabe concluir que existe una oportunidad para cada cosa, pero si nos pasamos de expectativas vitales estamos perdiendo también capacidades para resolver cuando no existan ningunas expectativas u oportunidades de subsistencia, más ahora que comenzarán a restringirse crecientemente las políticas sociales de todo tipo.
Habla usted en uno de sus recientes artículos del desempleo potencial y/o encubierto, de su estacionalidad creciente, de nuestro escaso valor añadido, y yo digo que mientras tanto, mientras se buscan o hallan otros derroteros de salida la gente debe y tiene que trabajar con fe porque siempre habrá algún tipo de compensación, pero no, pienso que se han perdido capacidades y/o estamos tan envilecidos por la juerga pasada que aún estamos bajo el efecto de la resaca. Quiero decir, que pienso también que se concitan algunas faltas o carencias de valores y ética social que coadyuvan enormemente a nuestra actual debacle como país. El país puede que no tenga voluntad o esté fuertemente narcotizado”.
Mi respuesta fue muy lacónica: ¿qué podía añadir?
“Supongo que sucede algo parecido a lo que sucede en Tarragona. Una de las mejores avellanas del mundo es la de Tarragona, pero ahora prima la turca y la de aquí está a la baja, baja, baja: el precio. ¿Sabía que se están produciendo, desde hace tiempo, deslocalizaciones agrarias desde Andalucía a Marruecos?.
Lo que Ud., vio en Alemania es el ‘¡Yo, por menos!’ de los 1830s y posteriores”.
Yendo un poco más allá mi lector abordaba algo con profundas consecuencias: el recurso a lo propio por necesidad: el autoconsumo de lo autóctono para cubrir necesidades primarias. Esto es nuevo, aunque es muy viejo. ¿Qué pienso?, que esto volverá, seguro, seguro. Los huertos urbanos está siendo la primera aproximación.
(Me preguntan por mi valoración del 22 M. Por un lado, mi sorpresa profunda, inconmensurable: de que prácticamente nadie haya hablado de EL problema, del que es el único y verdadero problema de Ayuntamientos y Regiones: la deuda; no sólo ha estado ausente del mensaje de los políticos, también de quienes van a tener que pagar: los que han votado. Por otro, eso que se va repitiendo de que quienes han perdido son los culpables de lo que está pasando: de la crisis, y por eso han sido castigados; una idea peligrosa, sobre todo unida a lo anterior. ¿Qué más?, las lecturas que ya se están haciendo: como tal región o cual municipio han votado a tal partido ello significa que el pueblo aprueba lo que ese partido ha hecho hasta ahora en esa región o en ese municipio, por ejemplo los recortes sociales que ha llevado a cabo, o los que va a llevar a cabo. Que llegue el Otoño y sigan pensando así: verán lo que sucede).
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.
No hay comentarios :
Publicar un comentario