Conocerán la noticia: el Departamento de Justicia de USA va a poner en
marcha una macrodenuncia contra Standard & Poor’s. Supongo que su
base será la de maquinación (no creo que se llegue a ‘conspiración’)
para alterar artificialmente el precio de las cosas, en este caso los
activos financieros que la agencia calificaba.
El título que encabeza el texto de hoy ni es exagerado, ni es agresivo,
es real. Y es repugnante que sigan utilizándose procedimientos como
este contra S&P, y lo es más en un país que se precia de ser una de
las cunas de la moderna democracia. Este hecho recuerda otro que tuvo
lugar en los finales de la Guerra Civil que en ese país tuvo lugar y que
un film cuenta muy bien: “The Conspirator” (Robert Redford, 2010). Uno
tiende a pensar que cosas como esas ya no pasan, pero parece que sí.
Ya lo hemos comentado otras veces; vamos otra más. Tras el cataplum de
la burbuja puntocom y con el modelo ya prácticamente agotado, había que
poner en marcha algo que hiciese reanudar el crecimiento, pero de forma
potente, exponencial, salvaje. Tenía que ser un procedimiento que
catapultase las cifras de negocio hasta niveles nunca vistos, que
generase en los mercados una orgia de transacciones que disparase los
beneficios y ganancias y que extendiese hasta el último rincón la
euforia. Y se encontró en forma de unos activos empaquetados en los que
podía encontrarse absolutamente de todo, incluso la mierda más hedionda.
Claro que para que esos activos circulasen tenían que cumplir dos
condiciones: quienes los compraban (para volver a venderlos
inmediatamente), 1) tenían que saber que eran seguros y 2) tenían que
saber que eran valiosos. Fíjense en que no tenían que saber que eran
buenos, eso a nadie le importaba un bledo. Para lo primero se rescató un
instrumento de la Depresión usado por los ayuntamientos para colocar la
escasa deuda que emitían: los CDSs; para lo segundo se utilizaron a las
agencias de calificación.
El papel de las agencias era muy simple: debían decir que algo que
alguien vendía era valioso porque alguien que lo compraba precisaba
saber que lo era ya que a continuación iba a vendérselo a otro, que a su
vez precisaba saber que valía mucho porque quien se lo iba a comprar
necesitaba saber que mucho valía. Si el activo empaquetado, valorado,
vendido y comprado era en sí mismo valioso, o no, ¡A NADIE LE
IMPORTABA!. Lo único importante era tener un papel el que estuviesen
impresas tres Aes. Na-da-más.
¿‘¡Qué horror!’ dicen Uds.?. ¡Qué va!. El objetivo estaba en hacer
negocio, porque el negocio era sinónimo de crecimiento, de auge, y todo
el mundo quiso participar de aquel auge, y quien más quería que aquel
auge continuase, continuase y continuase eran las mismas autoridades
financieras y los mismísimos Gobiernos. Aunque todos los responsables de
los departamentos regulatorios del planeta me jurasen sobre una Biblia
del siglo XIV que no sabían nada en absoluto de aquel proceso no me lo
creería; ¿por qué?, pues porque no hacía falta más que ver la evolución
de la deuda primada: era demencial.
Pienso que ese modo de hacer fue conocido, permitido, incluso animado
por Gobiernos y Bancos Centrales, ¿por qué?, pues porque era el único
modo de continuar creciendo, ¡el único!, y el mundo tenía que continuar
yendo bien, y proceder de ese modo era el único modo de que continuase
yendo bien. Por ello el título de hoy.
Cuando son millones las personas y familias -votantes potenciales-
arruinadas como consecuencia directa o indirecta de esos activos, cuando
las fuentes del crédito están secas o con un hilillo de bits manando de
ellas, cuando la capacidad de endeudamiento está agotada, cuando el
desempleo crece y cuando la única salida es añadir deuda a una deuda que
no se puede pagar, hay que buscar responsables para mostrar al pueblo
que sus gobernantes velan por su seguridad. Responsables, es decir,
culpables; víctimas propiciatorias en este caso. Porque, ¿quién demonios
va a sentir lástima por esos cabrones de Standard & Poor’s?.
La verdad siempre se halla detrás de un muro muy alto. Si las agencias
no hubiesen existido o hubiesen elaborado sus informes con extrema
prudencia, parquedad y morigeración, el mundo no hubiese crecido como
creció y su población no hubiese sido tan feliz como fue. Esa es la puta
realidad: gracias a las agencias el mundo fue bien, aunque ahora se
maldiga lo bien que fue y se reniegue de ello.
¿Por qué, si tanto se busca la justicia, no se llega hasta el más negro
fondo para investigar si las autoridades financieras sabían y toleraron
aquel marasmo?. Porque podrían salir cosas muy feas y muchos nombres de
muy arriba implicados en el tinglado, ¿verdad?. Al margen de que una de
las cosas que más le cuesta asumir a la especie humana es el hecho de
que los lodos actuales proceden de los polvos pasados, sobre todo si
aquellos polvos fueron inevitables para construir lo que se construyó.
En cualquier caso, de algo sí fueron responsables las agencias.
Escribir en un mail “Ponemos nota a cualquier cosa. Puede estar
estructurado hasta por vacas y lo calificaremos igualmente”, como
escribió un empleado de S&P (El País 06.02.2013, Pág. 22) es de una
prepotencia descerebrada de tal calibre que se sale de escala. Había que
hacerlo, vale, ¡pero cállate!; y mails como esos parece que los hay a
toneladas. Y curiosamente va a ser la prueba con la que van a empapelar a
la agencia. ¿Saben por qué va ser esa la prueba fundamental?, ¡pues
porque no hay ninguna otra!. Calculen como está el patio.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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