Tan extraño como buen lugar por donde comenzar a buscar, es un agujero en la tierra cerca de la pequeña ciudad de Waxahachie, Texas; o, para ser más concretos, 17 agujeros en el suelo, cada uno de los cuales lleva a 22 kilómetros de excavación de un túnel abandonado en las duras rocas de Texas, agujeros y túneles herencia de un grandioso proyecto científico, el Desertron.
El Desertron, o el super-colisionador, para dar su nombre científico correcto, se suponía que era la respuesta al Gran Colisionador Hadron del Europeo (CERN) en Ginebra, un gigantesco experimento para investigar las leyes más fundamentales de nuestro universo. Con una circunferencia de 54 millas, podría haber sido tres veces más grande y potente que el proyecto europeo.
Desafortunadamente, también hubiese sido tres veces más caro. En octubre de 1993, para ahorrar los costes estimados en 10.000 millones de dólares, el Congreso de Estados Unidos votó por el abandono del programa en su totalidad, estimando el coste de los trabajos ya realizados en unos 2.000 millones.
Para una generación completa de físicos americanos, esta decisión supuso el fin del futuro esperado de sus carreras.
Para algunos doctores en física aquello fue un golpe muy duro. ¿Qué se suponía que debía hacer entonces? Tenían que buscarse la vida en otra cosa. Y la única solución, para muchos de ellos, fue dedicarse a trabajar en Wall Street, en sitios como, en el gigante banco de inversión Merrill Lynch.
La colisión resultante de científicos brillantes pero ingenuos formados para manipular partículas subatómicas con la de agresivos inversores de bolsa dispuestos a ver nuevos productos iba a ser más peligrosa que cualquier cosa que se hubiese producido bajo la rocosa superficie de Waxahachie o bajo el CERN
De ahí la creación de una asociación de derivados financieros espantosamente complicada: préstamos, hipotecas e inversiones mezcladas en paquetes y vendidas en todo el mundo, algo que casi nadie logró entender, especialmente las autoridades reguladoras.
Cuando estas “armas financieras de destrucción masiva” como las denominó recientemente Warren Buffet, explotaron en el 2008, el mismo Congreso de Estados Unidos que había ahorrado 10.000 millones de dólares en el cierre del proyecto Deserton, tuvo que aprobar un paquete de rescate para el sistema bancario que se estima que ha costado a los tributantes americanos la cantidad de 3.700 billones de dólares.
Si pensamos en el típico trabajador de Wall Street, muchos pensamos que se tratan en su mayoría de hombres engominados, con camisas de rayas, con estudios de económicas y con un teléfono en cada oreja al que responden a gritos. Me temo, que esta imagen es totalmente obsoleta.
Actualmente el perfil más demandado pos los bancos de inversión es el de un doctorado en matemáticas o en física, Una titulación en económicas se considera una titulación demasiado “suave”. Cada vez más las personas en la bolsa son jóvenes, vestidos con vaqueros con pintas de ir a clase. En el sector se les conoce como “quants” (o “cuantitativos” en castellano), diminutivo de “analistas cuantitativos”.
Los “cuantitativos” analizan el mercado con una gran precisión estadística y matemática para predecir los movimientos de precios de las acciones y el nivel de riesgo de la inversión; se sientan en las pantallas y prácticamente no hablan más que en susurros.
Las operaciones se hacen en gran parte por ordenador, cuyos programas han sido diseñados por los “cuantitativos”. Ahora, un 73 por ciento de las acciones en Nueva York se gestionan por un ordenador, también mediante las denominadas “trading de alta frecuencia”, que pueden tener las acciones solamente durante milisegundos o por medio de algoritmos diseñados por los cuántitativos. Los algoritmos son programas sofisticados diseñados para predecir el comportamiento de los mercados.
Hay algo ligeramente escalofriante en esto. Cuando los físicos investigan las leyes del universo, a nadie le interesa y sus sueldos a penas pasan del mileurismo. Pero, cuando buscan las leyes que rigen los beneficios, se encuentran con una marea negra de fieles.
El papel del broker se parece cada vez más al de un piloto en un avión con sistema de control electrónico. El trabajo lo hacen los ordenadores: ellos, por algún motivo los quants son en su mayoría hombres, se sientan frente a las pantallas y monitorizan el funcionamiento, interviniendo solamente en caso de que algo vaya mal.
Robert Harris, el autor del libro “The Fear Index” (y en el cual se basa este artículo), comentaba que hace poco estuvo observando un sistema algorítmico en Ginebra de una operación de fondos de riesgo en la Bolsa de Valores de Nueva York. El ordenador había seleccionado las acciones con las que quería operar. Se comunicaba con el sistema informático del broker en Estados Unidos, que, en cambio, se comunicaba con el intercambio informático que facilitaba la operación. No había ningún humano implicado.
En los 20 minutos que estuvo observando, la máquina había conseguido unos beneficios de 1,5 millones de dólares. Este fondo de riesgo había conseguido un retorno sobre la inversión para sus inversores de más de un 80 por ciento durante los últimos tres años, en un momento en el cual la mayoría de nosotros habemos visto como el valor de nuestras pensiones y fondos bajaban en un mercado a la baja.
A nuestros ordenadores les encanta cuando los mercados entran en pánico, porque cuando la gente entra en pánico, ellos se comportan de manera predecible
Eso es lo que le dijeron. En otras palabras, las máquinas no sienten miedo.
Hay un modo de estimar esta debilidad humana: el ïndice de Volatilidad SP500 (VIX) mide la volatilidad esperada en la Bolsa de Valores de Chicago para el próximo mes, en base a una fórmula matemática complicadísima diseñada por los analistas cuantitativos. Se conoce popularmente como “El índice del miedo”.
En 1965, el fundador de la empresa informática Intel, Gordon Moore, propuso lo que se denomina la “Ley de Moore”: los ordenadores se doblarían en potencia y rebajan los costes cada 18 meses. Esta predicción ha demostrado ser increiblemente precisa.
Para poner un ejemplo: hace poco, en los noventa, los datos experimentales de la CERN se analizaban por medio de un superordenador Cray X- MP/48 que les costó a los científicos 15 millones de dólares. No obstante, la máquina tenía menos de la mitad de potencia de computación que una Xbox de Microsoft, que vale 200 dólares.
Cuando algo continua doblando en tamaño, en este caso en potencia de computación, esto se denomina crecimiento exponencial. Pero como ya había predecido años atrás Moore, el crecimiento exponencial no dura para siempre. Se puede llevar al límite, dijo, “pero, cada cierto tiempo aparece un desastre”.
Nos habían advertido.
Los ordenadores se han convertido en una herramienta tan potente en las operaciones financieras que la implicación humana se ha reducido a los analistas cuantitativos y a sus obsesivos análisis estadísticos. Pero, los programas de ordenador basados en estadísticas, aunque cuenten con análisis brillantes, no tienen lugar para el sentido común.
Los ordenadores predicieron que el mercado inmobiliario de los Estados Unidos subiría para siempre porque las estadísticas demostraban que los precios de la propiedad nunca habían bajado en la historia; y todas las instituciones financieras entraron a lo loco en el mercado inmobiliario americano. Todos sabemos lo que sucedió a continuación: el mercado inmobiliario de los Estados Unidos colapsó, las hipotecas no valían y las crisis de los préstamos hizo caer el resto de los mercados financieros mundiales.
Hace año y medio escribimos por aquí un artículo titulado “Terminator 2010: La guerra de algoritmos, el crash bursátil y la rebelión de las máquinas” intentando explicar el “Flash Crash” de los mercados americanos días antes, unos eventos que sucedieron en tan solo unos minutes nos mostraron una imagen terrorífica de en lo que se habían convertido los mercados modernos. En primero lugar, veamos su escala: se comercializaron 19.400 millones de acciones en ese día, más que en toda la década de los sesenta.
Pero las cifras son desconcertantes: cientos de millones de estas acciones nunca se vendieron en realidad, sino que simplemente fueron poseídas durante unas milésimas partes de un segundo mientras los brokers de alta frecuencia probaban el estado del mercado.
Ellos simplemente probaron, haciendo falsas ofertas de venta o compra de acciones de modo que pudiesen obtener el precio, pero sin realizar las compras.
El problema fue que los ordenadores registraron esas ofertas falsas como ventas reales, y gran parte de esta actividad tuvo lugar en la sección de operaciones online de la Bolsa de Valores de Nueva York, haciendo que esta bolsa se congelase temporalmente. No pudo superarlo, esto había hecho que la cantidad de acciones comercializadas pareciese ser diez veces mayor a lo que era en actualidad.
En pánico, el Índice Industrial Dow Jones cayó aproximadamente 700 puntos en un espacio de 20 minutos, esfumando casi 1.000 billones de dinero invertido. Y de ahí el mundo financiero en el que vivimos: un mundo extremadamente volátil en donde los cambios de un 3 y 4 por ciento al día en los mercados ya es algo normal.
Un mundo de instrumentos financieros extremadamente complicados diseñados para ampliar el riesgo, pero que en realidad han creado una contagiosa falta de confianza; un mundo de comunicaciones instantáneas, en el cual los momentos de pánico se extienden en segundos, un mundo en donde a las mentes más brillantes ya no se le paga para hacer progresos científicos sino para diseñar estrategias económicas que, en su mayor parte, son improductivas y en ocasiones altamente peligrosas.
El físico y novelista C.P. Snow ofreció una ponencia en 1959 sobre lo que el denominaba “las dos culturas”, las humanidades y las ciencias, y el fallo de una al no entender a la otra.
Muchas veces he presenciado reuniones de personas que, siguiendo la cultura tradicional, cuentan con gran educación y sin embargo expresaban su incredibilidad ante la poca cultura de los científicos.
Una o dos veces le he preguntado a la empresa cuántos de ellos podrían describir la segunda ley de la termodinámica. La respuesta era contundente: y también negativa. Estaba preguntando algo que es el equivalente científico a preguntar: ¿Has leído alguna obra de Shakespeare?”
Me parece que ahora hay un tercer elemento que añadir a la lista de Show: los mercados financieros.
¿Cuántos de nosotros sabe lo que es una venta “short-selling”? ¿Y cómo funciona realmente la bolsa? ¿Qué es comprar a mercado o por lo mejor?
Es el Mercado financiero se ha salido del control humano, lo que se ha convertido en una reserva elitista y antidemocrática para los super ricos, y que ataca al planeta como cualquier otro extraterrestre de una novela de H.G. Wells.
El Mercado financiero digitalizado no nos vale: trabajamos para la máquina. Y no creo que nuestros líderes políticos tengan la menor idea de cómo controlarlo.
Así que intenta responder a esta pregunta. ¿Jugarías al ajedrez contra un potente ordenador? entonces ¿por qué juegas contra él en los mercados financieros?
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