sábado, 12 de noviembre de 2011

Más allá de crisis y periferias: razones para salvar el euro

Completa y refuerza el mercado interior europeo, es un instrumento útil para fortalecer el crecimiento económico de la UE, es un factor de estímulo a la integración económica, social y política y mejora el sistema monetario y financiero internacional

José Antonio Nieto Solís

José Antonio Nieto Solís

Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM. Especialista en organismos económicos internacionales y en economía de la Unión Europea

11/11/2011. Los problemas de Grecia y la situación de Italia y otras naciones de la periferia europea están cuestionando los fundamentos y funcionamiento de la zona euro y amenazan con hacer más profunda y extensa la crisis. Ante el riesgo que ello supone para la moneda única, la integración europea y la economía mundial, conviene explicar con claridad las ventajas de reforzar la Unión Económica y Monetaria (UEM).

Legitimidad democrática interna e internacional

Con el anuncio de convocar un referéndum, Yorgos Papandreu posiblemente pensó que podía mejorar su situación interna, sin importarle demasiado el deterioro de su posición exterior y el daño infringido a sus socios europeos. Pretendía evitar un adelanto electoral (finalmente fijado para febrero de 2012) y ganar legitimidad para aplicar las medidas propuestas por la Unión Europea (UE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, el anuncio de referéndum (desestimado por la presión exterior), cogió por sorpresa e irritó a la comunidad internacional por una razón muy sencilla: Papandreu parecía haber olvidado que para sus socios europeos y el resto del mundo, es igualmente legítimo que Grecia respete sus compromisos internacionales y lo haga con el espíritu de cooperación y la responsabilidad y la lealtad que se requieren en la situación actual.

Salvando las diferencias, el gobierno de Silvio Berlusconi parece enrocado desde hace meses en la preocupación prioritaria de evitar elecciones anticipadas, aún a costa de deteriorar su posición internacional y, con ello, la del conjunto de países de la eurozona y la UE. Asimismo, otras naciones de la periferia europea se han visto envueltas en crisis de especial gravedad, que se han conseguido atajar o al menos atenuar, aunque sin evitar un notable deterioro en la imagen interna e internacional de las instituciones europeas y la moneda única.

Grecia, además del riesgo de retrasar la entrada en vigor de los acuerdos alcanzados por la troika (UE, BCE y FMI), podría verse abocada a no poder aplicarlos nunca, lo que supondría un coste muy elevado para su economía y su población. Paralelamente, se vería obligada a incumplir gran parte de sus compromisos internacionales, incluidos los que mantiene como socio de la UEM, lo que debilitaría aún más la credibilidad de la UE y del euro, además de agravar su propia crisis.

En Italia, la situación parece deteriorarse vertiginosamente, poniendo en peligro la eurozona, pese al anuncio de que la troika supervisará la aplicación de las medidas necesarias para evitar que las consecuencias de la crisis de la deuda soberana se agraven todavía más.

Ante la posibilidad de que actitudes como las de Grecia o Italia vuelvan a repetirse, procede recordar las ventajas de reforzar el euro, en lugar de debilitar la UEM. Y esas razones, útiles para todos, son especialmente válidas para estos dos países, igual que lo son las soluciones que con tanta dificultad y retraso (hasta cierto punto injustificado) se han puesto a disposición de sus gobiernos.

Lo peor en estos momentos es que, pese al esfuerzo realizado, la incertidumbre seguirá castigando al conjunto de países de la eurozona hasta que se resuelva, de un modo u otro, la situación actual. Y, en ese contexto, sólo unos pocos (especuladores) saldrán beneficiados, en detrimento del resto.

Aunque el drama griego y el agravamiento de los problemas de Italia han dado nuevo brío a las voces que claman contra el euro, son más poderosas las razones para apoyarlo e intentar corregir los errores cometidos. Los motivos para defender la moneda única y fortalecer la integración europea se pueden resumir en tres argumentos. El primero es de carácter económico, el segundo es de naturaleza política y el tercero concierne al ámbito internacional:
1º) El euro completa y refuerza el mercado interior europeo, y es un instrumento útil para fortalecer el crecimiento económico de la UE.
2º) El euro favorece la integración europea; es decir, es un factor de estímulo a la integración económica, social y política en Europa.
3º) El euro contribuye a la estabilidad de la economía mundial, porque ayuda a mejorar el sistema monetario y financiero internacional.

1º) El euro completa y refuerza el mercado interior y fortalece el crecimiento

La moneda única en Europa no es un invento reciente ni una idea surgida con el Tratado de Maastricht y concluida a principios del siglo XXI. Al contrario, la Unión Monetaria empezó a forjarse a finales de los año 60 del pasado siglo y tuvo precedentes importantes, como el Sistema Monetario Europeo y el establecimiento de paridades relativamente estables para gestionar la Política Agrícola Común (PAC).

Por eso es necesario reflexionar sobre las ventajas del euro, especialmente ahora que la crisis lo está poniendo en cuestión y se oyen voces en su contra, dentro y fuera de Europa. Desde el punto de vista económico, las razones para apoyar la moneda única europea se pueden sintetizar en la concurrencia de dos factores: a) ayuda a eliminar las fronteras y las barreras económicas, reforzando las libertades básicas de la economía europea; b) reduce la incertidumbre con la que actúan los agentes económicos públicos, privados, nacionales, internacionales, del sector financiero y del resto de sectores.

Como consecuencia de ambos factores, se han producido unos efectos positivos (que deben tenerse en cuenta cuando se habla de la hipotética salida de un país del euro): 1) en la UE se han eliminado los costes de transacción y los efectos asociados a la variación de los tipos de cambio, lo que ha mejorado la eficiencia de las actividades económicas y estimulado el crecimiento; 2) la Unión Monetaria Europea ha hecho posible disfrutar de un amplio periodo de reducida inflación y bajos tipos de interés, lo que también constituye un factor de estímulo para las inversiones y la financiación de las actividades económicas. Aunque, al mismo tiempo, ese proceso ha contribuido a inflar las burbujas especulativas que se encuentran en la base de la actual crisis.

Como elemento fundamental de la Unión Monetaria (y de la estabilidad de precios que implica), la primera función del euro consiste en impulsar la profundización del mercado interior europeo. Es cierto que la moneda única no es imprescindible para el buen funcionamiento de las economías, pero sí facilita la integración de los mercados, estimulando la competencia y las mejoras de productividad. Además, la fijación de precios en una única moneda favorece la transparencia en las transacciones de ciudadanos, empresas e instituciones.

Como segunda función del euro conviene recordar que fue concebido como un factor de estabilidad macroeconómica, puesto que su existencia estimula la convergencia de las economías. No obstante, esta convergencia sólo se estableció en términos nominales, pero no de convergencia real (o aproximación de los niveles de vida). Lamentablemente, los arreglos que se hicieron después del Tratado de Maastricht, como el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), se han obstinado en resolver problemas estrictamente monetarios y macroeconómicos, marginando los aspectos sociales de la integración europea.

Además, desde sus inicios hasta la actualidad, en Europa ha prevalecido una visión excesivamente ortodoxa -marcadamente neoliberal- de la Unión Monetaria, por lo que la estabilidad macroeconómica se ha dejado fundamentalmente en manos de la acción del BCE, cuyo principal objetivo constitucional es luchar contra la inflación. Y esa visión es excesivamente simple, incluso un error en la actualidad, porque en tiempos de crisis sería necesario estimular el crecimiento y el empleo, aunque para ello resulte necesario renunciar parcialmente a la ortodoxia que sacraliza la estabilidad de precios y las políticas contractivas, ignorando los demás objetivos de desarrollo económico y social. Dicho de otro modo: el banco central no debería mirar los problemas económicos con un único ojo: el de controlar la inflación, aun cuando ése sea su mandato fundamental (al menos lo ha sido hasta ahora). Ante la gravedad de la situación actual, el BCE tienen que reforzar su apoyo a los países que lo necesiten, mediante la compra de bonos y otros instrumentos que contribuyan a generar la liquidez necesaria para aumentar los créditos y estimular el crecimiento económico. Sin perder de vista los objetivos monetarios, las autoridades europeas han de incorporar a su agenda la estabilidad del sistema financiero y el impulso de las actividades económicas y el empleo, rectificando su actual forma de actuación.

A estos inconvenientes se ha unido un tercer problema que está contribuyendo a cuestionar el euro. Se trata de la falta de gobernanza. O, para ser más exactos, el hecho de que las decisiones sobre el euro sólo se tomen en Francfort o en las cumbres comunitarias, en las que Alemania tiene más poder y autoridad que el resto de socios. La realidad es que desde finales del siglo XX el poder de la Comisión y del Parlamento Europeo se ha reducido para fortalecer las competencias del Consejo Europeo. Y ese cambio va en contra del espíritu inicial de la integración, que pretendía ser más supranacional que intergubernamental. Exactamente lo contrario de lo que ocurre en la actualidad.

En ese contexto será difícil completar la Unión Monetaria con una verdadera Unión Económica, es decir con políticas en el ámbito económico y social, y políticas fiscales tendentes a la paulatina configuración de una verdadera Hacienda Pública Europea, capaz de coexistir con las necesarias diferencias fiscales que existen (y existirán) entre regiones y países de la Unión.

A pesar de estas deficiencias, que son muy importantes y por ello hay que corregirlas con urgencia, lo cierto es que el euro ha fortalecido el mercado interior, impulsado los intercambios y el crecimiento, y proporcionado estabilidad a los mercados financieros, al menos hasta que se inició la crisis que padecemos. No podemos saber cómo estaríamos sin el euro. Posiblemente peor. Pero hay que ceñirse a la realidad. Y la realidad muestra con dureza que Europa no parece tener respuestas para esta crisis. Y, lo que es más grave, Europa tampoco parece dispuesta a corregir los errores cometidos. O al menos no está preparada para corregirse y actuar con la urgencia que requiere la situación... si lo que de verdad se desea es salvar la zona euro.

2º) El euro favorece la integración europea

La moneda única puede y debe ser, al menos en potencia o en teoría, un factor de estímulo de la integración social y política en Europa. Sin embargo, frente a la consolidación de la Unión Monetaria se ha avanzado muy poco (casi nada) en materia de Unión Económica. La vieja aspiración de crear una Unión Económica y Monetaria se ha quedado sólo en la faceta monetaria, con las imperfecciones y lagunas conocidas. Por ello, completarla es un requisito esencial para avanzar y tener más Europa, en lugar de retroceder y quedarnos únicamente con una zona de libre comercio, como algunos proponían hace tiempo y siguen proponiendo en la actualidad.

Si queremos que los ciudadanos europeos se identifiquen con el proyecto de integración, del cual la moneda única es un instrumento, pero no un fin en sí mismo, hay que hacer a todos partícipes de sus ventajas: no únicamente ni de modo privilegiado al sector financiero o una parte del sector financiero, a esa parte del ámbito de las finanzas que se asocia con la actividad especuladora. Y para que los ciudadanos prefieran tener más Europa habrá que reforzar las políticas comunes, en particular las de carácter redistributivo, como los Fondos Estructurales, las políticas regionales y sociales, y determinadas políticas sectoriales. Pero, evidentemente, todo eso es imposible si previamente no se incrementa el presupuesto comunitario para desarrollar más políticas y acciones comunes (algo que la actual situación parece muy poco probable, aunque en algún momento tendrá que ser objeto de un debate sereno y riguroso).

No hace falta gran esfuerzo de imaginación para admitir que es más fácil mejorar las políticas europeas contando con una Unión Económica y Monetaria que prescindiendo del euro. Por eso parece inevitable pensar que el euro es un factor de estímulo de la integración, o al menos lo es en potencia, o debe ser un factor de estímulo cuando empecemos a salir de esta pertinaz crisis. Ahora bien, para salir de la situación actual también es necesario cambiar la mentalidad de muchos expertos que consideran que sólo con medidas liberalizadoras, desreguladoras, privatizadoras y de reducción de las políticas sociales se resolverán todos los problemas. Y no es así. Es más bien al contrario, porque la economía de mercado ofrece ventajas indudables, pero presenta fallos notorios. Y esos fallos son más fáciles de corregir con la intervención del Estado: un Estado eficaz y eficiente, en lugar de burocrático y derrochador, como sucede a menudo (y no sólo en la periferia europea); y un Estado que en Europea debe garantizar los compromisos internos y supranacionales necesarios para arbitrar políticas públicas en favor de la cohesión, la igualdad de oportunidades y el bienestar, además de contribuir a la mejora de la gobernanza mundial.

Además del rigor y la austeridad, esa concepción del papel del Estado, que ahora parece desechada, sólo puede apoyarse sobre una mayor presión fiscal sobre las rentas más altas y sobre determinados sectores y actividades. De ese modo, con una mayor recaudación fiscal podrán realizarse más y mejores políticas públicas, en lugar de limitarse a aplicar políticas contractivas cuyos efectos son cada vez más perniciosos. La capacidad reguladora del Estado puede ayudar a salir de la crisis, siempre que se tenga presente que el dinero de todos no se puede dilapidar ni asignarlo de manera ineficiente, e incluso ilegal, como ha sucedido en ocasiones. Por ello, lo que Europa precisa no es sólo austeridad (como también ha quedado patente en la Cumbre del G-20 en Cannes), sino un fuerte impulso económico e integrador que evite la pérdida de cohesión de nuestras sociedades.

3º) El euro ayuda a mejorar el sistema monetario y financiero internacional y contribuye a la estabilidad de la economía mundial

Desde hace muchas décadas la economía mundial está buscando la mayor estabilidad posible en materia cambiaria y monetaria, porque es un requisito esencial para favorecer el crecimiento de los intercambios comerciales y financieros y aspirar a mayores cotas de bienestar.

En el siglo XIX surgió el patrón oro clásico para acompañar el proceso de internacionalización iniciado con la revolución industrial. Pero el patrón oro no pudo mantenerse. Fue víctima de los desórdenes económicos del periodo de entreguerras. Después de la II Guerra Mundial, con los Acuerdos de Bretton Woods, se estableció un sistema monetario y financiero internacional basado en el patrón oro-dólar. Y ese sistema funcionó, aunque con problemas y debilidades, hasta la década de los años 70 del pasado siglo. Desde entonces, la economía mundial vive en un sistema de notable inestabilidad cambiaria, que coexiste con la pérdida de peso del dólar en la economía internacional y también coincide con la actual etapa de globalización y con las transformaciones que implica el creciente proceso de apertura e interdependencia económica, política y social.

Ante la inestabilidad de la economía mundial, el euro surgió también como alternativa. Nació como una divisa capaz de reflejar el poder económico, comercial y financiero de la UE y, por tanto, se convirtió en una moneda internacional llamada a incrementar su papel como divisa de reserva internacional, al menos a medio plazo.

Es difícil imaginar que el dólar pueda volver a ser el soporte central de las relaciones económicas internacionales, como lo fue en el largo periodo de crecimiento de la posguerra. Y es difícil pensar que la moneda china o cualquier otra divisa puedan tomar el relevo del dólar a corto plazo. También es muy difícil suponer que la actual estructura del Fondo Monetario Internacional o de otras instituciones multilaterales puedan servir de ancla para un nuevo orden internacional, acorde con las crecientes necesidades que impone la globalización. Por lo tanto, es lógico asumir que el euro, junto con el dólar y otras divisas, es un instrumento útil, quizá necesario, para mejorar la gobernanza mundial.

Ese papel del euro puede resultar beneficioso para Europa, igual que puede beneficiar al resto del mundo, al menos mientras la comunidad internacional no pueda aportar otras soluciones, ya sea nuevas monedas, nuevas instituciones o ambas cosas. Y al contrario: si no existiese el euro, la economía mundial perdería uno de los apoyos con que cuenta para cumplir los objetivos de estimular los intercambios comerciales y financieros, e intentar de ese modo potenciar el desarrollo económico. No obstante, el desarrollo depende de múltiples factores, entre ellos la reducción de las desigualdades. Y en el mundo actual las desigualdades, en lugar de reducirse, siguen aumentando.

En este contexto, conviene reiterar que el papel internacional del euro no es en absoluto despreciable: a) aporta elementos de estabilidad; b) incrementa los medios de pago y las divisas de reserva disponibles en el mundo; c) elimina gran parte de las asimetrías sobre las que se basaba el sistema internacional anclado casi exclusivamente en la preponderancia del dólar y la economía de Estados Unidos.

Otro tema distinto es si los organismos multilaterales, y la propia UE, serán capaces de ponerse de acuerdo sobre la necesidad de establecer mecanismos de regulación aplicables a las finanzas internacionales. Y en el caso de que se pongan de acuerdo, otra cuestión adicional es si las principales naciones del mundo, incluidos los países emergentes, podrán arbitrar instrumentos e instituciones que den estabilidad y confianza a los agentes económicos y a los gobiernos. Porque, sin reducir la volatilidad y la incertidumbre actuales resultará muy difícil salir de la crisis y evitar que las crisis se conviertan en fenómenos cada vez más recurrentes, extensos, profundos y –por lo tanto– devastadores.

Por ello, el euro puede ser un factor de equilibrio y de mayor simetría y estabilidad en la economía mundial. Y este argumento que concierne al ámbito internacional se suma a los dos presentados anteriormente: el de carácter económico (reforzar el mercado interior) y el de naturaleza política (potenciar la integración europea). Por supuesto que hay más argumentos en favor del euro, igual que se pueden encontrar más deficiencias en el funcionamiento de la Unión Monetaria Europea, o realizar análisis más profundos sobre la naturaleza estructural de la crisis que padecemos. Pero en estas líneas sólo me proponía resumir en tres sencillas ideas las razones por las que, en mi opinión, vale la pena, e incluso es necesario, apoyar el euro.

Reforzar la eurozona, mejor opción para todos

Las razones para reforzar el euro y completar la Unión Económica y Monetaria pueden ser útiles para Grecia, Italia y la UE, pero también para la gobernanza de la globalización. Aunque tardías e insuficientes, las soluciones aportadas hasta ahora para los países de la periferia europea probablemente son, en la situación actual, las menos perjudiciales para todos. Los gobiernos deberían entender que, además de su legitimidad democrática interna, tienen obligación de respetar sus compromisos internacionales, en primer lugar los asumidos en el seno de la UE. Si sólo se buscan responsabilidades fuera de las fronteras nacionales se deteriorará aún más la credibilidad de los organismos internacionales y de las instituciones europeas, lo que hará más extensos y graves los problemas actuales.

Es urgente y necesario debatir con más rigor cómo mejorar el funcionamiento de la zoma euro y cómo abordar la reforma de los Tratados, para extender los beneficios de la integración al conjunto de la ciudadanía. Los gobiernos pueden discrepar del diagnóstico y de las soluciones adoptadas, pero su deber es actuar con lealtad. Si se deja pasar más tiempo el drama será mayor y la cooperación más compleja, sobre todo si los gobernantes cercenan la legitimidad de las instituciones internacionales y su capacidad para establecer mecanismos de regulación destinados a mejorar el funcionamiento de la economía mundial.

La delicada posición de Grecia y la compleja situación de Italia parecen requerir cambios políticos que permitan explicar a los ciudadanos los errores cometidos, para intentar corregirlos. Ello conllevará más sacrificios, puesto que gran parte de esos errores tienen su origen precisamente en la propia gestión de los asuntos del Estado; sin olvidar, por supuesto, la importante cuota de responsabilidad de la UE y el sector financiero en esta crisis. La situación no es fácil de explicar a la población ni será fácil corregirla ni podrá abordarse desde planteamientos unilaterales. Esperemos que pueda servir de lección para mejorar la regulación del sector financiero y el funcionamiento de la UE y la gobernanza mundial. Ojalá sirva también para que los gobiernos actúen con más responsabilidad en la escena internacional, además de buscar la indispensable legitimidad intern

fuente: http://www.latiza.es/Documentos.aspx?con=200353

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