Es durísimo de aceptar porque significa que no puede resolverse un problema, pero lo cierto es que, cuando la crisis finalice dentro de diez años -si es que su duración es semejante a todas las crisis sistémicas que se han producido en los últimos dos mil- según nuestros parámetros actuales de medida el desempleo del factor trabajo se va a reducir poco, muy poco, y lo que vamos a ver es un desempleo estructural muy, muy elevado; cierto, cierto, en unas economías -si es que se continúa hablando así- más que en otras, pero en todas mucho. ‘¿Significa eso que el desempleo es irreducible?’, me preguntan, pues si pensamos en términos de conservar el bienestar actual, pienso que sí.
El pleno empleo del factor trabajo (no piensen en España) que se vivió en el mundo desarrollado entre 1950 y 1975 fue excepcional en la Historia, y fue fruto de una serie de circunstancias propias del modelo que sustituyó al que entró en crisis en la Depresión, un modelo que lo que buscaba es crecer lo máximo posible a través de la movilización de todos los recursos existentes, como por ejemplo el factor trabajo; además aún se seguía dando un hecho histórico: para generar más PIB hacía falta más factor trabajo. Más máquinas produciendo y más trabajadores laborando suponía más consumo, por ello había que remunerar convenientemente a ese factor trabajo. Y si a eso añadimos el supuesto de que la cantidad de commodities existentes era ilimitada, el mundo se embarcó en un proceso de crecimiento como jamás en la historia se había dado, y hasta los subdesarrollados crecieron.
Bien, pues eso empezó a cambiar en los 80. Resulta que con mejoras continuadas en la organización y con un uso creciente de la tecnología, combinado con la utilización de la mano de obra más barata que podía conseguirse, no importaba donde, los beneficios empresariales pudieron alcanzar cotas por unidad producida mayores que antes y, además, con tasas de inflación más reducidas, y más cuanto menos se inmiscuían los Estados en la vida económica. Obviamente el desempleo en el mundo desarrollado comenzó a aumentar, y no, en el subdesarrollado no comenzó a descender: simplemente se descubrió una población activa que antes no existía alimentada por un volumen demográfico desmesurado.
A finales de los 80 las tensiones monetarias internacionales combinadas con un desempleo estancado en cotas elevadas, abocaban a un problema de agotamiento del modelo. La solución fue la concesión de una capacidad de endeudamiento prácticamente ilimitada, ilógica en base a las expectativas de ingresos y siempre dependientes que estos pudieran mantenerse, a familias, empresas, entidades financieras, y Administraciones Públicas varias, por parte del poder económico-financiero con la total bendición de los rectores de la vida económica y social, tuviesen carácter político, o no. Las pocas voces críticas con el proceso fueron, o ignoradas, o tachadas de demagógicas.
A lo largo de los 90 y 2000 se creció mucho, mucho, pero a crédito. Como se dice tan gráficamente en ‘Españistán’ (http://ow.ly/8KGpZ) “El país entero había raptado a la tía de la lejía y la obligaba a traer más y más dinero del futuro”, en España y en todas partes. Ya no importaba cuál fuese la remuneración personal, sólo había que abrir la horquilla del crédito hasta un infinito, lo que aumentó los ingresos fiscales y adecuó los gastos -cualesquiera- a aquellos. Hasta que el modelo rompió, físicamente, se agotó. Como también dice ‘Españistán’, “Habíamos llegado a ese futuro al que habíamos estado robando dinero”, y cuando hemos llegado ya no quedaba nada. A eso, añadir que ahora se archiconoce que los recursos son muy limitados; por lo que la productividad tiene que aumentar por necesidad para ahorrar esos limitados recursos.
Nada puede estimularse porque ya no queda con qué estimular. Y a eso añadir la monstruosa deuda que se debe: todos. Y que las columnas sobre las que se ha sostenido todo ese entramado del pasado: el sistema monetario-financiero, están carcomidas de deudas que no se podrán cobrar y deudas que no se podrán pagar.
Ahora toca administrar lo escaso, repartir sabiamente lo poco, priorizar en todo, gestionar con detalle y en cada detalle. Ahora toca ir a menos, durante mucho tiempo. Repasen el período 1760 – 1820: estamos ahí.
¿Desempleo?, va a continuar alto, si. Existe un excedente de oferta de trabajo que no va ser absorbido porque no hay demanda de trabajo para absorberlo, ni va a haberla. Se mitigará un poco a base de subempleo, y de paro encubierto, pero a cambio de un empobrecimiento creciente que ninguna política fiscal compensará porque los tiros ya no van por ahí debido a que no habrá ingresos excedentes. Será otra película, ya, en la que se crecerá poco, y siempre mucho menos de lo que hasta ahora se ha crecido. Y recuerden: España necesita crecer como mínimo el 2,0% para crear empleo neto.
Y los tiros, ¿por dónde van?. Palabras del Consejo Europeo, en su último cuaderno de conclusiones: “El crecimiento y el empleo sólo se reanudarán si perseguimos un enfoque más amplio combinando una inteligente consolidación fiscal preservando la inversión en el crecimiento futuro, sólidas políticas macroeconómicas y una activa estrategia de empleo” (El País 30.01.2012, Pág. 2). Inmaculado, pero, ¿de qué tasa de crecimiento se está hablando?, y, ¿de qué nivel de empleo y de qué calidad?. Mi lectura a sus considerandos es simple: el crecimiento y el empleo serán función de que la inversión sea la necesaria para que la eficiencia sea la mayor posible, de que se cumpla la estabilidad presupuestaria, de que flexibilidad y adaptabilidad entre oferta y demanda de trabajo sean las adecuadas en un entorno de remuneraciones en función de las necesidades de factor trabajo.
A partir de aquí a poner lacitos, oropeles y luces de colores, pero, ¿cuánto crecimiento y cuánto empleo va a haber?
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.