Hace unos días recibí un mail; largo, extenso, actual. Este:
“Quiere que le diga una cosa graciosa? Cuando quiero leer algo
tranquilizante, le leo a usted! Y no precisamente por lo que oigo y leo
en los medios de comunicación oficiales, sino por lo que aparece en
otros medios más radicales dónde leo cosas como hiperinflación, salida
inminente del euro en uno o dos años y demás catástrofes similares (que
creo que base y argumentos para justificarlo continúan teniéndolos).
No sé si es que no sé leerle bien, pero la sensación que tengo siempre
es "sí, vale, no volveremos a lo de antes, sino a lo de más atrás, allá
por los 70-80. España se mexicanizará, adiós a las pensiones, adiós al
estado de bienestar, etc. etc., pero todo gradualmente para que lo
vayamos digiriendo lentamente.".
O también podría ser que el hecho de no tener cargas familiares y sí
tener un pequeño colchón para ir subsistiendo que administraré
concienzudamente, de momento me hagan estar un poco más tranquilo. Si
antes se decía (algunos decían) que con menos de 1.500 euros no se podía
vivir, yo ahora voy pasando con un presupuesto de 500 mensuales y no me
supone ningún gran sacrificio.
Pero cuando oigo esas palabras mayores a las que me refería al
principio, pienso "a ver si de un día para otro ese colchón ahorrado
sólo valdrá una décima parte". Incluso cuando usted habla del nuevo modo
de funcionar las cosas, también pienso que quizá esté diciendo que ese
dinero, esos "bits" en un ordenador, puedan perder la mayor parte de su
valor.
Sí, la gente prefiere no leer eso, y aunque alguien pueda decir que es
una actitud imbécil, creo que algún psicólogo podría justificar esa
actitud. Yo sentí ese pánico hace tres años cuando me di cuenta de dónde
me había metido con mi hiper-hipoteca y lo vi en una compañera de
trabajo con la que comentábamos sus artículos. Ella decidió dejar de
leerle porque se le hacía una montaña ponerse a pensar en el futuro que
se les venía encima a sus hijos. Yo decidí seguir con la terapia porque
en el fondo sabía que hacerme consciente de la verdad me ayudaría a
afrontar mi futuro. Al final, esa terapia y un golpe de suerte en forma
de amigo en el lugar indicado en el momento indicado me salvaron.
Y respecto a lo de valorar las pequeñas cosas, lógicamente no me
refiero a que sea de forma voluntaria, está claro. Eso ya se ha
comprobado durante estos años, dónde pudiendo elegir, si las vacaciones
no eran de al menos quince días cruzando el Atlántico, no eran ni
vacaciones ni eran nada. Simplemente creo que la gente verá que una
semanita en un apartamento en (nombre de una localidad costera
española), compartido con otra familia, no son tan malas vacaciones. Eso
quién se lo pueda permitir, claro. Y quién dice eso, también va por lo
de cambiar un canal de TV de pago con todas las opciones por ver el
fútbol en el bar tomándose una caña, tener un móvil justo para lo que se
creó, llamar para dar el recadito rápido o estar localizable y hacerse
cargo que un pixel muerto en una TV de 2000 euros no es motivo
suficiente para cambiarla”.
Mi respuesta fue:
“Desaparecer cualquier atisbo de modelo de protección social pienso que
no: por una cuestión de orden público: la población tiene que ser
consciente de que tiene algo que perder; al margen de que, a pesar de
todo, no estamos en 1870.
Con 500 euros una persona puede vivir muy, muy, muy justamente si no
tiene deudas, tiene buena salud, y reside en una localidad que no sea
cara, y siempre y cuando cuente con una red de servicios públicos
mínimos. Simplemente piense en el importe del salario mínimo para el
2013: 645,30 euros mensuales. 500 euros podría considerarse una renta
mínima.
Lo de que los depósitos pierdan valor, no lo creo, entre otras razones
porque ello generaría problemas en los bancos y unas tensiones sociales
tremendas, innecesarias. Existen otros métodos, como reducir su
movilidad o utilizarlos como garantía, una especie de nacionalización de
la deuda exterior; aunque nadie perdiera nada.
Y sí, tiene Ud. razón: está aumentando el número de personas que no
quiere saber nada de nada sobre nada para no sentirse agobiadas.
Pero eso de ‘las pequeñas cosas’ … Pienso que si se asume como algo
inevitable e ineludible, está bien. Esa semanita a la que Ud. se refiere
será parca, pero aceptable porque no se estará renegando; pero de
pequeñas cosas, pienso que nada: siempre se estará mejor en una terraza
de Saint-Tropez con la brisa del mar y con un Manhattan como parte de la
compañía”.
Insisto otra vez: para poder renunciar a un Ferrari se ha de haber
tenido uno. Para valorar una ‘pequeña cosa’ se ha de estar muy
concienciado.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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