Interesante reflexión del economista Guillermo Barba sobre el año que estamos a punto de finalizar. Veamos: Se va este año impactante y sorpresivo. El Brexit, el referéndum en Colombia, la elección de Donald Trump, entre otros, fueron acontecimientos que marcarán para siempre la historia de la humanidad. Se trata de llamados de atención para todo aquel dispuesto a entender los mensajes de cambio que se nos presentan.
Las sociedades –compuestas por millones de individuos pensantes y actuantes-, están en un proceso de continua evolución que no se puede detener.
Este período de transición presenta retos y riesgos muy grandes, pues en las coyunturas se puede cambiar para bien y para mal.
Los seres humanos no nacemos civilizados, y el origen de nuestra especie es en la pobreza, en la carencia total. No por nada durante milenios y milenios la población mundial fue tan reducida.
Los comportamientos que nos permiten tener una convivencia pacífica, así como generar una mayor prosperidad y abundancia en un mundo de escasez, tienen que ser enseñados y APRENDIDOS. Es nuestro deber por lo tanto preservarlos, pues de lo contrario, nuestra civilización, la paz y la vida misma de millones de personas, se pone peligro.
Llegar a esos comportamientos positivos no fue de la noche a la mañana. Se trató de un muy largo proceso de discriminación y aprendizaje a lo largo de miles de años, en los que las mejores conductas, las que permitieron el mayor progreso de una comunidad, comenzaron a ser imitados por otros grupos y a institucionalizarse igualmente en ellos.
Ese proceso evolutivo y competitivo dio pie a instituciones tradicionales tan importantes como el dinero, el lenguaje y muy en especial, la propiedad privada.
Hablar de propiedad privada sin que su dueño pueda disponer de ella como mejor le parezca, es un sinsentido. Dicho de otro modo, no la hay sin libertad para comerciar. Propiedad privada y libre mercado son inseparables. No es casualidad que dondequiera que ambos prevalecen, la abundancia y el progreso se hacen presentes. Tampoco es coincidencia que la población mundial haya alcanzado niveles que en la antigüedad eran inimaginables.
Como podrá entenderse, aquello que NO nos mantiene siendo civilizados nos lleva al sentido opuesto, hacia la condición original del ser humano en el planeta: hacia la pobreza, la escasez y el hambre.
Una sociedad será más avanzada entonces entre mayores garantías haya a la libertad del individuo a actuar como quiera, siempre que respete justo la misma libertad en todos los demás.
Sin ese respeto no hay ni propiedad privada ni mercado libre, ni civilización ni progreso, ni seguridad ni paz, y por tanto, tampoco alimentos suficientes una población creciente.
Ese es pues el mayor peligro al que nos enfrentamos en 2017.
En lo sitios donde los cambios que demanda la gente sean hacia la preservación de su libertad, serán para bien y hacia adelante. Donde se dirijan a la restricción de dicha libertad en aras de un falso ‘bien común’ –definido según la conveniencia del grupo en el poder y bajo el cual se cometen toda clase de aberraciones-, el cambio será inevitable hacia la miseria, la barbarie y más atraso del que se pretendía salir.
El próximo año será crucial en la definición del futuro que queremos. Ojalá que la minoría sea la que se equivoque cayendo en las seductoras redes de mentiras del populismo.
Son los individuos emprendedores y sus empresas los que generan riqueza, persiguiendo en libertad sus propios proyectos para satisfacer a los consumidores.
Más políticos vestidos de ‘grandes líderes’ que quieren que nos sometamos a sus planes, en cualquier parte del mundo, no son la solución sino parte del problema. Al gobierno hay que atarle las manos para que se dedique nada más a ser garante de nuestra libertad individual. En preservar la civilidad y generar riqueza, mucho ayuda un gobierno que no estorba.
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