Tener un automóvil privado, particular, personal, no es que hoy sea un 
despilfarro: SIEMPRE lo ha sido, lo que sucede es que entonces nos 
movíamos en otro escenario y con otro modelo en el que hiperconsumir era
 beautiful.
 Recuerden como fueron los tiros: desde que a en la década de los años 
10 Henry Ford lanzó su modelo T, pasando por el Canciller del Reich, 
Adolf Hitler, y siguiendo por todos los primeros ministros y jefes de 
estado de las democracias de la última mitad del siglo, el objetivo era 
que cada ciudadana/o tuviese un automóvil. (Pero si hasta la URSS tuvo 
su automóvil famoso: ¿recuerdan el Lada?, y la RDA el suyo hoy 
convertido en icono: el Trabant, y los míticos Skoda fabricados en 
Checoslovaquia en los 60).
 El automóvil era progreso porque generaba un PIB enorme, tanto directa 
como vinculada e indirectamente. Y, por consiguiente con aquel modelo 
entonces vigente se creaba empleo, muchísimo, lo que daba lugar a 
crecientes niveles de consumo y de recaudación fiscal; y como las cosas 
iban bien las familias tenían una descendencia que garantizaba la 
continuidad del proceso. Por eso los fabricantes de automóviles eran, y 
aún lo son, ‘generadores de PIB’, y por eso tienen línea directa con los
 Gobiernos, con todos, independientemente de su nacionalidad y color 
político.
 Las personas con edad suficiente DEBÍAN tener un automóvil, con la 
mayor cantidad de extras posibles; lo que hiciesen después con él no le 
importaba a nadie ni un pepino, como si le pegaban fuego (sin estafar a 
la compañía de seguros, claro). Daba igual si lo usaba mucho o poco 
(mejor si era mucho porque así consumiría más de todo); daba igual si el
 automóvil era utilizado a plena capacidad o no (mejor si no lo era 
porque así podrían venderse más); ¿el precio de adquisición era 
elevado?, se concedían financiaciones y se bajaba el precio: desde los 
80 el verdadero negocio estaba en los recambios. Y sobre todo había que 
lanzar muchos modelos, muchos, y con muchas variantes: eso lo inventaron
 los constructores japoneses: unos genios.
 Esa sistemática: compra para tener en propiedad está muerto. (Ya lo he 
hecho: lo vuelvo a hacer: sugiero lean ‘La Era del Acceso’ de Jeremy 
Rifkin. Habla de esto, y fue publicado en el 2000). Y está muerto por a)
 los recursos son escasos, por lo que hay que utilizarlos 
eficientemente, b) las rentas de la mayoría van a crecer muy poco en el 
futuro y capacidad de endeudamiento va a tenerla muy poca gente, c) las 
necesidades de desplazamiento necesario se están derrumbando, y va a 
más: ¿han visto las últimas aplicaciones de comunicación múltiple on 
line?: de infarto, y d) muchas menos personas van a tener necesidad de 
desplazarse: el desempleo estructural y el subempleo se están 
disparando. Rifkin no fue tan lejos, pero es que ‘La Era …’ fue escrito 
durante el viejo modelo, y eso influye.
 Bien. El hecho es que para la inmensa mayoría de personas ya no es 
necesaria la propiedad de un automóvil; ser dueños de un coche, vamos. 
Por un lado, porque el transporte colectivo (‘colectivo’, aunque no 
necesariamente ‘público´) es muchísimo más eficiente: colectivo: un 
autobús, el metro, ya, pero también un taxi o un vehículo privado 
compartido de mil y una manera. (Aprovecho: en Paris hay taxis-moto 
desde hace décadas, ¿por qué aquí no?). Por otro, porque si alguien 
precisa un automóvil porque no puede o no quiere (de momento 
contemplamos la opción) utilizar el transporte colectivo, tiene que 
poder acceder al uso de un automóvil, pero no hace ninguna falta que sea
 propietario de uno.
 Y luego está todo lo otro que ya hemos comentado: el transporte 
colectivo genera ocupación, rebaja precios, diluye costes, eficientiza 
su uso, y encima reduce la contaminación. Ya, me dirán que va a haber un
 exceso de capacidad de fabricación de automóviles … ¡Pero es que ya lo 
hay!: el 20% a nivel mundial.
 Claro: ¿y el placer de conducir en Cerdeña un Ferrari California con el
 cabello al viento entre Liscia di Vacca y Mucchi Bianchi?. No hay 
problema: quienes ahora eso hacen podrán continuar haciéndolo.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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