La actual crisis económica global es de naturaleza sistémica, presenta una serie de rasgos comunes a otros episodios de crisis similares que se han dado en la historia.
Por encima de todos ellos, destaca el perverso papel que jugó el sistema financiero, que se convirtió en sí mismo en un fin último de la economía, y no en un medio para mejorar el sistema productivo.
A modo de ejemplo, los flujos financieros en los periodos previos a la actual crisis económica eran en volumen, medidos en unidades monetarias, 20 veces superiores al tamaño de los flujos comerciales, produciéndose un sobreendeudamiento-apalancamiento de la economía en su conjunto.
El mayor peso del sistema financiero en la economía se suele producir en periodos donde los principios neoliberales y el laissez-faire, laissez-passer constituyen la ideología dominante, de manera que se deja que el sistema financiero, y especialmente el comportamiento de los mercados financieros y del sistema bancario, se autorregule por normas de buen comportamiento.
Teniendo en cuenta que el comportamiento de los mercados se guía por el miedo y la avaricia, y no por la racionalidad de los inversores, estas fases suelen acabar en inflaciones de activos y endeudamientos privados descomunales, de manera que cuando se desploma el precio de los activos colaterales que soportan el endeudamiento, se produce una brutal caída de la riqueza, un descenso de la renta, un aumento del desempleo, un incremento de las quiebras de entidades privadas y públicas, incluidos Estados, posteriores periodos deflacionistas, o hiperinflacionistas, depreciaciones y guerras de divisas, y políticas proteccionistas.
El origen de la actual crisis económica se encuentra en el sobreendeudamiento privado, de manera que cuando el colateral que apoyaba esos niveles de deuda colapsa, se produce un desapalancamiento de las familias, que se dedican a ahorrar y reducir deudas, y de las empresas, que no invierten.
Curiosamente, en este contexto, en ninguna de las soluciones propuestas ha habido una quita a los acreedores, con la consiguiente reducción de deuda de los hipotecados o endeudados. Además, los rescates bancarios se han hecho a medida de los intereses de quienes han provocado esta crisis, el lobby bancario y financiero.
Para hacer frente a esta situación, el sector público de los países desarrollados implementa una política expansiva contracíclica. Pero aquí aparece la primera contradicción: el origen de la crisis, el sobreendeudamiento, no sólo no se ha corregido en la implementación de los rescates bancarios, sino que se agranda con el incremento del endeudamiento del sector público.
Resumiendo, aumenta aún más el endeudamiento de las economías occidentales, origen de la actual crisis sistémica. De este análisis surge el actual problema de Occidente: ¡preocupación por la deuda! Este proceso afecta a las principales economías desarrolladas.
Nos encontramos ante una crisis económica sistémica donde la política fiscal y monetaria lo único que han hecho ha sido retrasar el fuerte ajuste económico que tendrá lugar, ya que no se ha solucionado el origen de la crisis: brutal endeudamiento privado.
La crisis de deuda de Occidente se inició en Grecia, la cuna de la civilización occidental, continúa ahora en Irlanda y Portugal, se trasladará a España e Italia, y pronto cruzará el Canal a Gran Bretaña. Pero la pregunta clave es cuándo la crisis llegará al último bastión del poder occidental, al otro lado del Atlántico.
Como pensamos que las crisis bancarias se van a reproducir conforme se deteriore el ciclo económico, volvemos a proponer públicamente nuestras recetas, que ya detallamos a finales de 2007. En primer lugar, explicamos los principios; a continuación, las actuaciones.
Los principios que deberían guiar cualquier rescate del sistema bancario de un país son, a nuestro juicio, los siguientes: reducir capacidad, sólo deben sobrevivir los bancos solventes; que no afectara a depositantes, sino a acreedores; que tuviera un coste mínimo en las futuras maltrechas cuentas públicas; evitar el problema de moral hazard (crítica de Hyman Mynsky a los bancos centrales sobre el paradigma de gestión de riesgo).
Bajo estas premisas, proponemos las siguientes actuaciones coordinadas a nivel global, no individual, de cara al rescate del sistema bancario. Sólo se establecen garantías sobre los depósitos. No todos los bancos sobrevivirán. Los débiles desaparecen o se fusionan. Se implementará un stress test serio para ver qué bancos podrían sobrevivir. El equipo gerencial del banco intervenido o rescatado, obviamente, debe irse a la calle.
El Gobierno podría -a la vez que iba recapitalizando a los bancos, y/o comprándoles activos tóxicos, o avalando la compra o financiación de dichos activos- inducirles a reducir el valor facial de las hipotecas a un nivel que los propietarios de casas pudieran permitírselo, evitando ejecuciones de hipotecas, lo que implicará reducir la deuda de las familias.
Se fuerza a los bancos a hacer un write-down de todos sus malos préstamos o créditos, y a su vez el banco emite warrants que compra el Gobierno conforme empiece a recapitalizar. Se elimina a los acreedores privados, transformándose los bonos en capital. Los accionistas y bonistas empiezan a perder sus inversiones a la misma proporción y velocidad que el Gobierno provee fondos a los bancos vía warrants.
En resumen, los accionistas y bonistas no están cubiertos por las garantías del Ejecutivo, y perderán sus inversiones en el mismo grado que el Gobierno tuviera que apoyar a sus bancos.
A su vez, a las entidades financieras no les queda más remedio que sacar toda la porquería. El objetivo último es reducir la deuda privada, y en menor grado la pública, de las principales economías occidentales a niveles razonables, sobre el 150% del PIB, frente a los niveles actuales del 1000% de Irlanda, alrededor del 500% de Reino Unido, o del 400% de España y Estados Unidos.
Juan Laborda es profesor del IEB
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