Los soldaditos de plomo invaden todos los rincones de la casa madrileña de Javier Marías, incluso la cocina. En la mesa, reposa su máquina de escribir electrónica. El escritor, tras la publicación en un solo volumen de "Tu rostro mañana" -su novela de 1.328 páginas- recibe a este diario para hablar de "Los villanos de la nación" (Los Libros del Lince), una selección de los textos que, sobre temas políticos, éticos y sociales, ha publicado en diferentes medios de comunicación desde 1985. Marías (Madrid, 1951) denuncia, entre otras cosas, "la gran opresión de nuestros días": cómo el trabajo se come cada vez más territorio de lo que antaño fue vida privada.
-¿Qué importancia da a sus escritos sobre actualidad?
-A uno le sirve a veces de desahogo. Tengo la sensación de que tienen pocos efectos prácticos. Pero hay mucha gente que los agradece, que me dicen que les da alivio ver que alguien dice ciertas cosas. Uno siente ahí que tiene cierta obligación de decir lo que piensa de verdad. En cambio, en las novelas, no, no me responsabilizo de ellas como ciudadano. Hay un narrador que cuenta y unos personajes que dicen las cosas que quieren. Aunque cada vez hay más confusión y hay lectores que me recriminan opiniones de mis personajes. La ficción se había distinguido siempre de lo real pero ahora cada vez hay más personas que no realizan tal distinción.
-Ya en 1985 decía que no hay que depositar grandes esperanzas en los gobiernos.
-Tener entusiasmo por un gobierno viene a ser una ingenuidad o producto de la desesperación. Cada vez hay un descrédito mayor de la clase política, no sólo en España; en otro artículo propongo que haya la posibilidad en las elecciones de también votar en contra de un partido, y que, en el recuento, se le resten los votos negativos a cada formación. Sería lo más adecuado y lo más justo, hay un número creciente de personas que o bien no votan o cuando votan lo hace en contra de una opción.
-Usted presumía, en los 90. De no haber votado a ninguno de los tres grandes partidos que hay en España.
-Eso ya no podría suscribirlo. No tengo ningún inconveniente en decir que en el 2004 voté contra el PP, tras la segunda legislatura de Aznar, atroz desde cualquier punto de vista, al final dije: que venga cualquiera pero que no sean estos.
-Se ocupa bastante de describir la atmósfera de los años 80. ¿Qué hemos heredado de esa época?
-Yo la llamo la edad del recreo. El valor básico era hacerse guapo, para lo cual a veces hay que ser rico. Como el niño que quiere tener éxito con los compañeros. Se dio un proceso de infantilización de la sociedad que se ha coronado ahora. Ha ido a más la ausencia de responsabilidad por parte de todo el mundo ante cualquier cosa. La gente reclama su libertad de moverse, hacer, decir, iniciar negocios, irse a sitios peligrosos y en el momento en que les sucede algo, dicen: que el estado me lo arregle. Pero el estado somos los demás. Piden que les saquen las castañas del fuego, de modo impertinente, nadie agradece nada. Los pescadores que trabajan en aguas no protegidas no son diplomáticos ni gente empleada por el estado. Me parece muy bien que se les quiera ayudar, pero no que haya una reclamación hacia el estado, como si este fuera responsable de que estuvieran allí. Nadie asume sus actos, nadie se responsabiliza de nada. Si invierto en una cosa y me timan, ¿por qué el estado me ha de devolver el dinero? Jugamos a ser mayores de edad hasta que hay algún problema. Otro lacra es que cualquier periodista o político puede decir una cosa y luego la contraria sin que nadie les pida cuentas, porque nadie recuerda ni lo que acaba de pasar.
-¿Tampoco los libros?
-Una novela se hace de modo artesanal, puede llevar años, y cada vez hay una mayor divergencia entre la forma en que vamos trabajando, que esencialmente es la misma que en el siglo XVII, y la manera en que esas cosas se consumen. Hay un desfase. Un librero, a los tres meses de la salida del tercer volumen de Tu rostro mañana, que me ha llevado tres años de trabajo, me dijo que eso ya era prehistoria, de la temporada anterior, como quien dice.
-¿Por qué critica ciertos aspectos de la solidaridad?
-Critico sus trampas. Aquí debajo de mi casa hay varios señores tumbados en el suelo a los que ningún transeúnte echa una mano. Nuestros pobres son concretos, sucios y desagradables, no los tocamos porque podrían transmitirnos su desesperación pero, eso sí, efectuamos donaciones a Haití. No es muy simpático decirlo, pero me produce un efecto contraproducente ver cómo todos los famosos del mundo entero se vuelcan como un solo hombre en Haití, y empiezan a donar dinero de manera ostentosa. Tengo la sensación de que estas solidaridades son mecánicas, que hay más deseo por parte de quienes la practican de mirarse al espejo y pensar qué majo soy que verdadera voluntad de ayudar y verdadera empatía. A mí me suena a falsedad, a medalla que se pone la gente a sí misma. Uno tiene el impulso de enviar un poco de dinero a Haití, y lo haces, privadamente, pero piensas: ¿qué es esto? Uno acaba desconfiando de los propios movimientos más altruistas del espíritu por el abuso que se hace de ellos.
-El trabajo y sus efectos negativos es otro de sus temas recurrentes…
-Hablo con mis amistades de toda España, y todos están igual, tengan el trabajo que tengan o cobren mucho o poco: no paran, no tienen tiempo de nada, trabajan sin cesar y cada vez les cunde manos. Amplían sus jornadas no para ganar más sino para dar abasto al trabajo diario. Apenas tienen ocio y están permanentemente agotadas, medio enfermas o desquiciadas. Es el gran mal de nuestros días. Las personas que están hoy a sueldo se desloman como no se había visto en los últimos 40 años. Es la opresión más grande que vive la gente corriente hoy: cómo el trabajo se nos va comiendo la vida. Con la crisis ha ido a más, y existe el miedo a perder el puesto, con lo que se renuncia a derechos sociales básicos.
-¿Usted sigue sin email ni móvil?
-Sí. Me niego a utilizar móvil, tengo uno solamente para los viajes, pero el número lo tienen mis hermanos y tres personas más. Me parece una forma de esclavismo: estar localizable permanentemente, que no haya ratos de silencio, en los que nadie sepa dónde está uno, caminando por la calle, mirando las musarañas, en el cine. No ser localizable me parece normal, una manera de descansar. La prueba de que el móvil es una herramienta de esclavización es que son las empresas los que se los ponen a sus trabajadores. Y no utilizo el ordenador porque voy viendo que lo del email es lo mismo: me dicen que, por la mañana, uno se encuentra unas cantidades fabulosas de correos. ¿Cómo puede haber 40 emails en tu buzón cada día? La gente procura contestarlos y, si no, tiene el agobio de que no lo ha hecho. Estas cosas, que se han vendido como facilitación de las tareas, son trampas verdaderas. A la gente se le crea pánico al vacío, a la soledad, y acaban siendo víctimas del síndrome de Estocolmo, si entendemos como secuestradores a los empresarios. Me parece atroz.
-¿Los artículos contribuyen a su fama de conflictivo?
-Me ven como áspero, pendenciero, grosero. No es una imagen grata. Da la impresión de que la gente no lee bien, te contestan a cosas que no has dicho. En vez de de leer, reaccionan. Semana que pasa, semana que hago nuevos amigos. Me llega mucha irritación. Hay muchas personas que cuando me conocen personalmente, aunque sea un par de minutos, me dicen: "Ah, pues eres muy normal, creía que eras muy arrogante". No sé bien, en realidad soy cortés y a veces incluso supongo que puedo ser cordial. Pero, al escribir, uno dice cosas impertinentes porque no tiene sentido escribir para decir lo que todo el mundo ya sabe, lo que todo el mundo ya piensa, lo que toca.
-¿Y a usted qué le irrita?
-No sé. Hay una serie de cosas que siempre habían sido de derechas, reaccionarias, retrógradas, puritanas y, de pronto, han resucitado presentadas como de izquierdas, como si fueran propuestas avanzadas. Las mismas cosas que la iglesia ha impuesto durante muchos años, que les ponen otra vestimenta progre y ya está.
-¿Por ejemplo?
-Por ejemplo, si se ve un culito en un anuncio, dicen que es una denigración de la mujer. ¿Pero por qué va a ser una denigración? Que aparezcan siempre mujeres en los anuncios de hemorroides, dentaduras postizas y dietas de adelgazamiento me parece más denigrante. Que aparezca un cuerpo de mujer agradable, en cambio, es una especie de aprobación y enaltecimiento de la mujer. La libertad es una cosa muy importante y eso es atentar contra la libertad.
-Su artículo sobre la prostitución también levantó ampollas…
-El minero o el estibador también alquilan su cuerpo, ¿verdad?¿Acaso no alquilamos todos algo? Partir de la base de que es más humillante y grave el alquiler del sexo es tener una idea puritana del conjunto del cuerpo humano. A nadie le parece humillante alquilar las piernas de un pisador de uva. Hablo, por supuesto, de los casos en que alguien opta voluntariamente por ejercer la prostitución, si te obligan es monstruoso. Es humillante que, por extrema pobreza, las personas hagan cualquier cosa, como recoger la fresa por dos euros al día. La pobreza es humillante, pero diferenciemos: ¿quien se vale de su sexo hace algo peor? Me huele a chamusquina.
-Habla también de la superstición de lo legal…
-Sí, lo vemos con el asunto de Vic y la resistencia a empadronar a los sinpapeles. Responden: es que es legal. Pero es que hay cosas legales que no son legítimas. Lo legal puede ser mañana ilegal, y al revés. Un ejemplo que me ponía mi padre: si el gobierno decide que va a vender el museo del Prado a un jeque árabe, probablemente pueda ser legal, porque es de su propiedad, pero sería intolerable. Haber sido elegido también se utiliza como excusa: dicen que si les faltamos al respeto faltamos al respeto a los electores. Pues no: usted, para ser democrático, debe gobernar democráticamente cada día y, si no lo hace, usted no es democrático. No se le puede derrocar porque le han elegido, pero debería usted comportarse. Berlusconi no es un gobernante democrático, como tampoco Hugo Chávez. Ser elegido es indispensable pero no suficiente. En 1960, Franco habría ganado unas elecciones de calle. El país era sociológicamente franquista, también Cataluña.
-Usted denuncia que se quieran publicar listas de delincuentes con penas cumplidas.
-Sí, de violadores, pedófilos… Esa propuesta me escandalizó. Si alguien ha cumplido una pena, ha saldado sus cuentas con la sociedad ¿qué es eso de seguirlo criminalizando? Si vuelve a delinquir, que se le vuelva a detener. ¿Por qué no los a los banqueros estafadores? Me parecen verdaderos atentados contra la libertad y la justicia. Es como que un preso sufra vejaciones en prisión: nos hemos acostumbrado a que sea violado, que se convierta en un drogadicto… Pero a nadie se le ha condenado a eso, sino a la privación de libertad y nada más. El estado debería ser responsable de la seguridad de esos individuos. Y no lo es. No ha lugar a que estemos señalando con el dedo a alguien para siempre, impidiéndole que se reinserte.
-Habla también de la censura que usted ha sufrido como opinador…
-No hay censura estatal ya, sino privada. De hecho, es anticonstitucional, podría haber denunciado a la empresa que lo hizo, pero nadie lo lleva a ese extremo. Fue un artículo sobre la iglesia y la religión que decidieron no publicar y entonces decidí que yo me iba de aquel medio.
-¿Es el único episodio?
-Hay varios ejemplos de censura comercial, que se quedan en el ámbito privado: una vez me dijeron que quitara el nombre de unos grandes almacenes en un artículo, porque se arriesgaban a perder la publicidad. Eso es frecuente. En Francia una revista me pidió un artículo sobre la moda y, al final hacía unas bromas diciendo que no recomendaba que salieran los modistos a saludar en los desfiles porque ante tales adefesios, la gente se asustaba, y citaba casos identificables, uno con una coleta y un abanico y me dijeron: "esto quítalo". Conozco gente a la que le han pedido que rebaje el tono de un artículo sobre una exposición, porque en el patrocinio de la muestra participa la misma caja que paga la revista en buena medida. Es una cosa bastante común, bastante histérica y bastante intolerante.
-Cuando habla de que un escritor no puede saber si su editor le engaña en las liquidaciones, resuena su vieja rencilla con Jorge Herralde…
-Me temo que eso ha pasado muchas veces en la historia, y todavía sigue siendo así. Los autores no tenemos manera de saber los libros que vendemos, es muy difícil, a uno le informan de que se ha hecho una tirada determinada de ejemplares, se puede pedir el resguardo del impresor, pero se sabe que hay algunos impresores que ponen lo que les dice el editor porque, si no, pierden el volumen de trabajo procedente de dicho editor. Nunca hay una seguridad absoluta. Pero uno no puede ir por la vida con desconfianza, es un horror ir por la vida creyendo que te engañan. Pero llega el momento en que tienes la convicción de que es así, ves las cifras que no casan, no tienes pruebas para ir a un tribunal pero sí la certeza.
-Se mete también con el ayuntamiento de Barcelona…
-Soy más salvaje con el de Madrid. Lo de Barcelona no es que sea muy grave, pero esa campaña de "Us parla la platja" me dio un poco de vergüenza ajena, y propia, porque soy muy cercano a Barcelona, viví allí varios años, he tenido editores, mi agente literaria, y hasta mi pareja vive allí y es catalanoparlante. El ayuntamiento de Barcelona ha vivido gran consternación porque el turismo de tres al cuarto es cada vez más grosero; pero cómo no van a ir medio desnudos si el ayuntamiento hizo una reglamentación según la cual es perfectamente legal ir desnudo por la ciudad, la consecuencia es que hay dos individuos que van desnudos por Barcelona, uno va en bici con el pito tatuado. ¿Cómo se van a quejar ahora de que los turistas vayan en tanga? Si hacen ustedes leyes ridículas… Hay gente para todo, no pido que encierren al que sale desnudo, pero qué necesidad hay de hacer una ley para protegerlo? Barcelona es un poco chorras en algunas de estas cosas, de Madrid digo cosas peores, así que me va a permitir la frase.
-Para acabar, una pregunta literaria. Lo de publicar su última novela en tres entregas, a medida que las escribía, demuestra una enorme auto-confianza, ¿no? ¿Qué sucede si quiere hacer cambios en capítulos anteriores?
- Si descubría que me convenía algo diferente no podía rectificar, porque ya estaba publicado el libro anterior. Pero no ha sido tan distinto, tengo esta manera de escribir un poco rara y un poco suicida, voy improvisando en gran medida y no me permito cambiar nada de lo que he escrito con anterioridad. No hago una segunda versión de los textos. Trabajo mucho cada página pero luego va a la imprenta tal como ha quedado. Aplico el mismo principio de conocimiento a las novelas que el que rige en la vida: a los 50 dices: 'ojalá me hubiera casado con esta persona, hubiera aceptado aquel trabajo…' pero te tienes que conformar, ser consecuente con lo que has hecho.
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