Los costes medioambientales, salvo raras excepciones, no se contabilizan. Sin embargo, son bien reales. Lo vimos la semana pasada con todos esos regantes que no están obligados a pagar los perjuicios ocasionados a las Tablas de Daimiel. El progresivo agotamiento de acuíferos está ocurriendo en medio mundo, no pensemos que tenemos el monopolio. ¿Se acuerdan de la revolución verde de hace unas décadas, esa maravillosa agricultura que ha permitido alimentar a la humanidad todos estos años? ¿Que envió a Malthus a dormir el sueño de los justos a cambio de contaminación química proveniente del abuso de fertilizantes y productos químicos, un milagro envenenado que ha producido enfermedades y malformaciones a los habitantes de Bangladesh, por ejemplo?
Costes ocultos los tiene cualquier empresa contaminante el día que tiene que desmantelar las instalaciones. Los tiene una central térmica de carbón con la lluvia ácida que esparce en los bosques de los alrededores; o con los problemas respiratorios y en general en la salud, de difícil cuantificación, que puede causar a las poblaciones vecinas. O esa plantación de ecológicos molinos de viento que podría no permitir la adecuada polinización eólica de los campos situados a sotavento y que produce muertes de animales; o que necesita potencia de otras energías, siempre disponible y en espera, para cuando cesa el viento. Los genera nuestro coche con todas esas emisiones y la contaminación que lanza el tubo de escape a la atmósfera y que en algún momento obligará a efectuar desembolsos a alguien en algún lugar distante de la Tierra -o incluso de nuestra ciudad-, para paliar las consecuencias de nuestro disfrute presente, con cambio o sin cambio climático. ¿O acaso creen que los hongos de contaminación de nuestras ciudades son perfumes y fragancias? Y esa monísima oficina inteligente, energéticamente ineficiente y generadora masiva de polución, aunque sus trabajadores no sean conscientes de ello. Qué decir de aquella empresa forestal que no contabiliza los daños que produce la tala descontrolada vendiendo sus productos con un buen margen en Europa o EE.UU.; que les permite competir con ventaja con las empresas madereras serias que reforestan los campos. O la empresa química de aquel país emergente que no cumple los requerimientos de seguridad o medioambientales más estrictos de los países más avanzados para que puedan vender a menor precio sus productos, haciendo escandaloso dumping medioambiental. O peor aún, vendiendo sin pudor productos que en Occidente no son admitidos. ¿Acaso ya nadie se acuerda de la tragedia de Bhopal?
Para acabar la invectiva y terminar de aburrir. ¡Ay! de esa mina a cielo abierto que vende sus muy competitivas materias primas a Occidente a cambio de dejar un paraje desolado allá donde tiempo atrás se creó riqueza; un erial donde antes fue campo o selva. Obligando a cerrar a todas aquellas otras minas más respetuosas con el medio ambiente que no pueden competir y empobreciendo a las poblaciones autóctonas cuando abandonan el lugar; o que, en el mejor de los casos, las autoridades acaben pagando, años después, la factura de sus desmanes –recordemos Aznalcóllar-. Vean sino el último y modernísimo proyecto generador de progreso en la India y lo que allí les espera. Seguro que nadie ha echado las cuentas íntegras de lo que esa industria va a suponer… La lista podría ser casi infinita.Todos esos florecientes negocios producen consecuencias que alguien, en algún momento, en algún lugar, al lado de nuestra casa o en las antípodas, está ya padeciendo o padecerá. Que acabarán pagando, bien los propios individuos o familias afectados de su bolsillo, bien los Estados, con el bolsillo de todos. Es esa práctica tan de moda en el salvaje mundo económico de hoy de privatizar los beneficios y de socializar la factura de unos costes bien reales que nadie está obligado a contabilizar. Y como toda filípica obliga a proponer soluciones…
¿… qué podemos hacer?
Estamos acostumbrados a que cuando una empresa invierte en activos fijos, pagando hoy una cantidad que produce una salida de caja inmediata, pueda amortizarlo en un período de tiempo determinado. Para ello hay normativas y criterios de obligado cumplimiento que indican cómo se puede contabilizar esa amortización.
Utilizando un sistema similar, pero al revés, se debería obligar a provisionar esos costes, hoy inexistentes, con unos criterios objetivos y de aplicación internacional que evitase situaciones de dumping medioambiental, como las que hoy permiten a algunas empresas ser más competitivas que otras; que permita evitar la deslocalización de industrias en aquellos países con normativas más estrictas y ganar mercados al resto a cambio de no cumplir con unas obligaciones mínimas medioambientales. Y exigir que esa provisión suponga una salida de caja inmediata, con el fin de que cuando haya que realizar las reparaciones, habitualmente muchos años después, el dinero no se haya esfumado. Unas mismas y exigentes reglas de juego globales para todos.
¿Y como lo haremos?
Las normas internacionales de contabilidad, tímidamente, apuntan a que esto es posible y de hecho hay algunas empresas responsables –parece mentira, todavía queda algo de eso- que ya lo hacen. Las denominadas International Financial Reporting Standards, IFRS en sus siglas en inglés, que pretenden uniformizar las prácticas contables de las empresas a nivel mundial de tal forma que sus balances sean comparables, sugieren realizar cierto tipo de provisiones, a través de las International Accounting Standards, IAS (en su antiguo nombre). Consiste en reservar contablemente, de manera periódica, una salida de caja futura que probablemente se producirá en un momento a menudo indefinido en el tiempo y ni siquiera seguro, como consecuencia de la actividad económica actual.
Podemos ver un ejemplo en el caso de contaminación del suelo consecuencia de actividades industriales: cuando una compañía responsable provisiona una cantidad para futura limpieza aún cuando no estén por ley obligadas a ello (adjunto texto en inglés de la norma IAS 37).
Se trataría de ir más allá. De generalizar y hacer obligatorio el concepto anterior externalizando, mediante los apropiados fondos creados al efecto, esas salidas de caja. De valorar y medir, mediante un consenso internacional de obligado cumplimiento para evitar situaciones de dumping medioambiental, el coste de contaminar hoy, en cada industria y en cada sector. De descontar obligaciones futuras. De obligar a provisionar los futuros desembolsos que permitan reparar los daños ocasionados en algún momento a otros ciudadanos y a la naturaleza. Que las cantidades a pagar se depositasen, obligatoriamente, mediante una salida de caja periódica hacia aquellos fondos medioambientales externos a la empresa y vigilados por las autoridades o entidades designadas que la legislación internacional creada al efecto obligase a mantener, con el fin de evitar que las empresas no cumpliesen con sus obligaciones cuando llegase el momento y que el dinero se pudiese gastar juiciosamente. ¿Una utopía?
Todo el mundo habla de economía sostenible pero parece que nadie sabe en qué consiste. Consiste, simplemente, en alejarnos del muro. Y construir un sistema contable global justo, un humilde ejemplo de como empezar a hacerlo.
Fuente www.cotizalia.com
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