viernes, 17 de julio de 2009

Socialismo, pura cuestión de supervivencia


John Bellamy Foster: "Como actuemos hoy en respuesta a este sistema fallido es la cuestión más crítica que ha enfrentado nunca la humanidad"

Sobrevivir a la Gran Depresión, una cuestión de fórmulas

La fórmula capitalista que se esconde tras las loas a la "productividad" y a la "innovación" como milagroso elixir contra la crisis y la depresión es simple:
Concentración monopolista + Deslocalización explotadora = Depresión Permanente

La producción sostenible y el empleo digno sólo serán posibles bajo parámetros democráticos, racionales, socialistas y solidarios. La fórmula también es simple: Redistribución + Democracia = Recuperación Sostenible

Se dice una y otra vez que hay que mejorar la competitividad, que la productividad del trabajo no crece suficientemente.

¿Como ser más competitivos? Los empresarios ponen el acento en la reducción de los salarios y los impuestos. Los políticos y los sindicatos en la poca o nula inversión en R + D. La ironía de todos estos remedios es que no sólo no van a tener impacto alguno respecto al colapso financiero internacional (en el cual la economía real juega un papel menor) sino que van a agravar e intensificar la crisis de sobreproducción.

Disminuir las rentas del trabajo deprime la demanda de consumo en un momento en que el 40% o más de la capacidad productiva industrial está parada. El aumento de la productividad del trabajo, sea mediante maquinaria más rápida o maquinaria ahorradora de mano de obra, lanzará mas trabajadores al paro.

Como todos estamos en crisis, el juego que nos proponen es de suma cero: ser más competitivo que el vecino implica traspasarle parte de la crisis con lo cual no va comprar más bienes y servicios por más que aumentemos nuestra productividad hasta lo inconcebible.

En realidad se están confundiendo los síntomas de la enfermedad con las causas. La causa de la crisis es sistémica. Una tendencia al estancamiento del capitalismo en su fase monopolista que se ha intentado superar a base financiarización y especulación hasta que todo ha estallado por los aires. Suministrarle dosis crecientes de morfina al enfermo para que no se percatara de los síntomas hasta que ha ingresado en la UVI entre convulsiones.

Los ricos monopolistas, sencillamente, si no tienen el aliciente de los beneficios, se abstienen de invertir y dejan buena parte de la capacidad instalada fuera de funcionamiento, dedicándose, entre tanto, a husmear en espera de alguna nueva especulación o agiotaje.

Una larga agonía

Los síntomas empezaron a evidenciarse a partir de la década de los 70. Déficits comerciales y fiscales crecientes, estanflación (estancamiento con inflación), caída del sector industrial en favor de los servicios, ...

Las dosis del calmante especulativo-financiero empezaron a ser cada vez más masivas y arriesgadas. Fin del sistema de Bretton Woods, aumento imparable de la deuda (pública, empresarial y de consumo), inflación generalizada de instrumentos de crédito cada vez más complejos, conversión del mercado de divisas (FOREX), de los mercados de mercancías y, en general, de todos los mercados, en verdaderos casinos para jugadores compulsivos,....

El crac definitivo podía haberse producido durante la década de los 80 pero la apertura de China y el bloque soviético a la penetración del sistema abrió la posibilidad de enderezar la tendencia creciente al estancamiento. Pero la monstruosa deriva financiera había alcanzado un grado de desarrollo tal que ya no cabía la vuelta atrás. Fueron unos años más de vida, un final desenfrenado envuelto en e-humo y fuegos inmobiliarios artificiales que no consiguieron velar el avance contumaz y definitivo del estancamiento en la economía real.

El sistema se ha fundido definitivamente y las consecuencias políticas, sociales y económicas que enfrenta la humanidad no tienen parangón con nada de lo visto hasta ahora.

El turno para Europa y los EEUU

La cuestión ya no es capitalismo o socialismo. El capitalismo es una forma de organización social hipertrófica y suicida, en fase monopolista terminal, cada vez más criminalizada, que amenaza la misma existencia de buena parte de la humanidad.

Bajo la enseña del "libre mercado" - que significaba, según los economistas clásicos, un mercado libre de monopolios - los monopolistas arramblan "libre" e impunemente con todo, saquean sin cuartel los presupuestos para, seguidamente, despedazar, parcelar y privatizar los bienes y servicios públicos, sometiendo a la ciudadanía a un régimen de extorsión aniquiladora.

Esto es lo que hay. El capitalismo no puede dar marcha atrás a la deriva monopolista depredadora. Ya no es posible volver a la "sana" competencia de los primeros tiempos del sistema. La fase monopolista no tiene vuelta atrás. Las invocaciones a la "competencia" son puras artimañas para desregular, privatizar, acumular, concentrar y asegurarse impunidad.

Latino América fue "privatizada", saqueada y reducida a la miseria en los 80. La misma suerte cayó sobre buena parte de los países africanos, asiáticos y el antiguo bloque soviético en los 90. En el cambio de milenio la suerte ya ha sido echada y el saqueo capitalista apunta ahora directamente al corazón de la vieja Europa y los EEUU. Los jinetes del Apocalipsis ensombrecen ya los últimos reductos del "Estado del Bienestar".

El humilde socialismo del siglo XXI

La preocupación ética acerca del valor intrínseco de la vida humana, la vida de otras criaturas y el mantenimiento del medio natural, resultan completamente invisibles en el modelo estándar capitalista, ignorante de la física más elemental (2ª ley de la termodinámica: un crecimiento económico permanente es biofísicamente imposible).

En gran depresión, el capitalismo acelera su ritmo de depredación de forma inaudita hasta acabar físicamente con su huésped. Hemos entrado ya de lleno en esta fase maltusiana en la que buena parte de la humanidad se convierte en superflua (Rusia). Para una gran mayoría de la población y buena parte de las demás formas de vida del planeta, el socialismo es ya una pura cuestión de supervivencia.

Pero el socialismo no cae del cielo. La mano "visible" de la solidaridad socialista significa que no hay automatismos que valgan. El socialismo, a diferencia de su rival, no es un mecanismo automático de organización del sistema productivo. El socialismo hay que crearlo, construirlo, conservarlo, defenderlo, perfeccionarlo y mejorarlo ..., sustituyendo los parámetros de la codicia individualista desenfrenada por los de la solidaridad, la cooperación, la humildad y la sostenibilidad.

El socialismo del siglo XXI tiene una triste ventaja respecto a los intentos anteriores. La evidencia creciente e incontestable de que la senda capitalista es un callejón sin otra salida que la autodestrucción de la sociedad humana y de buena parte de la vida en el planeta.

Al socialismo del s. XXI le ha tocado, más que la opción brillante de la "superación" del capitalismo, la humilde tarea de intentar sanar a la humanidad y al planeta de las letales heridas infringidas por unos niveles de depredación irresponsable, indignos de una especie que se considera "inteligente".

Desprivatizar los comunales

El sistema capitalista amenaza la supervivencia económica inmediata y la supervivencia biológica, a corto o medio plazo.

El socialismo ya no tiene que ver sólo con la distribución de la riqueza y la explotación laboral, sino con la organización de una nueva forma de vida, un forma de organización social y económica ecológicamente sostenible.

El agua, las fuentes de energía, la tierra, el subsuelo, los recursos naturales, la biodiversidad ... todo se está privatizando y concentrando, a marchas forzadas. La nutrición, la salud, la educación, la información, la comunicación, el mercado (corrompido, manipulado o simplemente anulado impunemente por oligopolios y monopolios, por la prevaricación descarada en la obtención de contratos públicos, la información privilegiada ...),... tienen que ser liberados del dominio de las grandes corporaciones.

Socialismo para las futuras generaciones: Formas de producción y distribución sostenibles

Pero también las formas de producción y distribución, las condiciones en que se produce, lo que se produce, donde y como se produce, cuanto se produce, como se reparte y se redistribuye ... habrían de estar bajo el control democrático, social y racional en aras a la sostenibilidad, la solidaridad y el legado a las futuras generaciones.

En capitalismo, el crecimiento por el crecimiento implica la constante, intencionada e insostenible creación y reintroducción de multitud de productos, en buena parte totalmente superfluos, de calidad voluntariamente inferior (obsolescencia planificada), sin ninguna consideración por el reciclaje y el malbaratamiento de los recursos.

Es un sistema que prima el despilfarro, el consumismo irracional, el consumo de lujo extravagante y compulsivo, la acumulación de basura, la polución y los residuos tóxicos, sin respeto alguno por las generaciones futuras.

Sólo la redistribución de la renta y la riqueza podrá generar un nuevo tipo de demanda, cualitativamente distinta, para un tejido productivo que se habrá de readaptar de pies a cabeza en orden a cubrir las necesidades, racionales y sostenibles, insatisfechas y perentorias de la gran mayoría de la población.

Tendencia permanente al estancamiento

La historia del capitalismo se ha presentado como una senda de crecimiento sostenido salpicada por algunos períodos aislados de crisis.

En realidad la tendencia al estancamiento es inherente al sistema y está profundamente enraizada en su funcionamiento. Cuanto más avanza la concentración del capital más evidente aparece la amenaza de estancamiento.

No se trata de un sistema, como defienden sus defensores, que se autoajusta y redirecciona automáticamente en la senda del desarrollo y el crecimiento. Por el contrario, es un sistema que tiende al colapso permanentemente bajo el peso de sus contradicciones y las condiciones para la "recuperación" - guerras y manías especulativas -, son cada vez más drásticas y terribles.

El sistema muestra una tendencia traumática y permanente a la implosión, a la degeneración, a la guerra y a la autodestrucción.

Basar un sistema de organización social y económica en la exaltación de la codicia y la insolidaridad social en aras a la obtención del óptimo social y económico, constituye una de las falacias más sublimes de una imaginación calenturienta.

La gran mentira de la teoría economía capitalista es que no hace falta estudiar los problemas, proyectar, controlar, supervisar... porque "los mercados" y la "competencia" se cuidan de que todo marche a pedir de boca. Ante los desastres medioambientales, la miseria creciente, el agotamiento de los recursos, la contaminación, la destrucción ecológica, el cambio climático, el avance del crimen organizado, ... la única respuesta es que la codicia generará un mercado apropiado.

El "libre" mercado (con monopolios en todos y cada uno de los sectores, lo de "libre" da risa) y la "mano invisible" (que ha de convertir la codicia individual en bienestar general) dirigen y corrigen, cuando es necesario, el rumbo ideal de la economía.

Y así, habrá que esperar que los "desregulados" y "libres" mercados financieros en colusión con los mercados aún más desregulados y libres de la prostitución, de las drogas, de las armas, ... todo un universo armonioso cuyo centro neurálgico es una nebulosa creciente de paraísos fiscales, nos saquen del actual atolladero.

De vuelta a Marx

¿Estupefacción? Ya hay una patulea de economistas que, ante la magnitud del desastre, parecen haber experimentado una reconversión milagrosa al keynesianismo y aceptan con desparpajo ser catalogados como tales. Pero lo de Keynes sólo fue posible gracias a una fuerte oposición socialista y pudo servir en una fase en que el capitalismo aún podía levantar cabeza, unas condiciones que ya no se dan.

150 años lleva el marxismo estudiando las crisis capitalistas. A contracorriente, Paul M. Swezy, Harry Magdoff, (editores ya desaparecidos de la Monthly Review), John Bellamy Foster, Mike Davis, James Petras, Robert Brenner, Robin Blackburn... mantuvieron y mantienen en alto sus afilados floretes, desentrañando los entresijos del cáncer y la metástasis capitalista. Ahí hay que beber, por más que les pese a muchos, si queremos entender algo de lo que está pasando.

Ante la magnitud descomunal del desastre también las cátedras de economía andan con los fusibles fundidos. El único argumento que les queda a los pocos economistas que se dejan ver, es que el sistema, aunque tocado y en horas bajas, en comparación con las nefastas experiencias del llamado "socialismo real", sería aún un mal menor que, con ciertos retoques y ajustes, podría seguir funcionando.

El problema es que no hay tiempo. No se trata de retoques y ajustes sino de taponar enormes vías de agua de un sistema que se está yendo a pique por momentos. Se trata de una crisis sistémica. Todo se va a pique. Ya no hay margen para una nueva fase de "crecimiento", un nuevo velo burbujista que cubra la podredumbre y las miserias del sistema.

Proteccionismo vs relocalización socialista

El capitalismo ha demostrado una y otra vez que es capaz de renacer de sus cenizas. Es un verdadero cáncer capaz de reprogramarse rápidamente y contaminar y modificar los mejores planteamientos a su favor. Los proyectos socialistas basados en la coexistencia de sistemas han acabado fortaleciendo al sistema que pretendían reemplazar - ver otro artículo de este blog - y esto es un elemento a tener siempre en cuenta en el futuro.

En condiciones de "sálvese quien pueda" la tentación nacionalista está rebrotando con fuerza en todo el mundo (ya se ha entrado en la dinámica suicida de las devaluaciones competitiva). En esta lógica, la presión política durante la gran depresión de los años 30, condujo a una redistribución de la renta y la riqueza a nivel nacional por la vía del proteccionismo

Cerrando a cal y canto el mercado nacional para las empresas "nacionales", los empresarios podían pagar unos salarios adecuados para generar la demanda imprescindible para sus negocios.

Es imprescindible una vuelta a la "localización" del tejido productivo. Han sido las economías de escala "financieras", avaladas por el dumping social y medioambiental, las que han vaciado el tejido industrial de los países. Pero la relocalización del tejido productivo a una escala avalada por el respeto a los derechos sociales y medioambientales sólo es posible en condiciones de socialismo. Sólo es posible una relocalización socialista.

El reebrote totalitario

El mundo ha experimentado las miserables consecuencias de las experiencias "nacional" socialistas. Las crisis constituyen el riego y el mejor abono para estas degeneraciones y mutaciones del sistema capitalista.

El capitalismo, en crisis, muta con asombrosa rapidez al formato totalitario. El gobierno progresista de la república de Weimar fue destruido por las mismas fuerzas capitalistas que había llevado a Alemania a la guerra y a la derrota.

Más del 80% de los miembros del partido nazi eran desempleados que fueron instruidos para comunicar su rabia y resentimiento al resto de la población para finalmente someterla bajo la tutela totalitaria.

Las tácticas que se emplearon entonces se emplearán de nuevo en contra de cualquier propuesta progresista alternativa al sistema.

Socialismo democrático

Rosa Luxemburgo: "Lo negativo, su desmantelamiento, puede ser decretado; lo constructivo, lo positivo, no puede serlo. Se trata de un territorio nuevo. Miles de problemas a resolver. Sólo la experiencia es capaz de corregir y abrir nuevas sendas. Sólo la vida efervescente y sin obstrucciones, incurre en multitud de nuevas formas e improvisaciones, genera fuerzas creativas y ella misma corrige las intentonas y vías equivocadas. La vida pública de países con libertad limitada resulta tan paupérrima, tan miserable, tan rígida, tan infructuosa, precisamente porqué, por la exclusión de la democracia, corta de cuajo la fuente de vida de toda la riqueza espiritual y el progreso." (citado por Yiching Wu: "Rethinking Capitalist restoration")

La trayectoria del pseudo-socialismo del siglo XX demuestra que el problema político central en un proceso revolucionario socialista está en asegurar que dicho proceso no transmute en su opuesto y se convierta en la base para una nueva clase de opresión y explotación que prepare el terreno para una vuelta la capitalismo.

En última instancia, socialismo y democracia deben formar parte indivisible de un único proyecto.

La nacionalización de los medios de producción y distribución, sin la correlativa socialización del poder político, sólo crea una ficción legal mientras se mantenga las relaciones del trabajo alineado, en la que un grupo "burocrático" se atribuye el poder y los privilegios.

Esta situación, por mucho que se eternice, prepara las condiciones y pone a punto algunos de los ingredientes claves - la acumulación primitiva de capital -, para un proceso relámpago de mutación capitalista y privatización criminal de los activos públicos.

Durante el proceso se produce una transformación de la élite burocrática en élite mafiosa - el criminal capitalismo ruso - donde la burocracia queda subordinada al crimen organizado, o una mutación capitalista burocrática, en la que las relaciones mafiosas permanecen subordinadas a la corruptela burocrática, como en China.

El resultado es la reintroducción de la fuerza de trabajo y los activos y bienes públicos en el circuito capitalista globalizado, en condiciones de hiper-explotación.

Pero el resultado también es la confirmación de que los pseudo-socialismos totalitarios están en vía muerta. La senda socialista del siglo XXI tendrá otro ancho de vía.

Larga y problemática es ya la historia, llena ilusiones y logros pero también de sombras, fracasos, corrupciones y traiciones, de los proyectos y experiencias socialistas, comunistas y socialdemócratas. Todo este material constituye un valioso arsenal para avanzar en la tarea de construir un mundo socialista que permita una cohabitación humilde y sostenible de la organización social de la especie humana con el conjunto del planeta.

El socialismo realmente existente no será una panacea, un mundo feliz, un modelo único y acabado, sino el resultado de un proceso que germinará dificultosamente tras un un parto difícil y complejo de proyectos, contrastes, pruebas y errores, enfrentado a un cáncer capitalista que, aunque desarbolado y en desbandada, ofrecerá, nadie lo dude, una tenaz resistencia.

Links:
Para un repaso de la historia de los proyectos socialistas: Robin Blackburn: Fin de Siècle: Socialism after de Crash.


link: http://crisiscapitalista.blogspot.com/

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