viernes, 22 de octubre de 2010

Verdades y mentiras de la guerra de las divisas

Las modas son así. Acaparan toda la actualidad, a la espera de que otro asunto las relegue. Y ahora es el turno del conflicto cambiario alumbrado en las últimas semanas. Ahora bien, ¿qué hay de cierto, y qué de exageración, en la batalla de las monedas?

1. ¿Puede manejar un país el valor de su moneda a su antojo?

No, si se trata de una de las principales monedas del mundo. Y no es posible por dos motivos principales: todas gozan de un tipo de cambio flexible y acumulan unos volúmenes de negociación diarios que impiden a las autoridades mantener un cambio determinado.

Según el último informe trienal del Banco Internacional de Pagos (BIS), cada día se negocian en el mercado de divisas 4 billones de dólares, lo que le convierte en el más líquido del mundo. De cada 100 operaciones, y por mencionar sólo los principales casos, el dólar está en 85; el euro, en 19; el yen japonés, en 13; la libra esterlina, en 7,9; el dólar australiano, en 6,4; y el franco suizo, en 5,3 (en cada operación intervienen dos divisas, por lo que las cifras de todas las divisas del mercado sumarían 200, no 100). Aunque lo deseara, ninguna autoridad de ninguno de estos países podría manejar el tipo de cambio de estas divisas mientras se mantengan en un sistema de libre flotación en el que su valor depende del mercado.

El caso de China es distinto porque su moneda, el yuan, se mueve en un sistema de flotación sucia, es decir, intervenido, en el que el valor de la divisa se mueve cuándo y cuánto quiere Pekín, que cuenta además con las mayores reservas en divisa extranjera del planeta (2,6 billones de dólares) para aplicar ese sistema.

2. Entonces, ¿por qué intervienen?

Si Japón y otros países como Corea del Sur, Brasil o Suiza intervienen en el mercado de divisas aun a sabiendas de que, en realidad, pueden hacer poco para cambiar la inercia tomada por el mercado, se debe a un deseo de zancadillear esa tendencia. Japón, por ejemplo, actuó el pasado 15 de septiembre, cuando su divisa, el yen, se cambiaba a 82,9 unidades por dólar. A la moneda nipona le costó tres semanas regresar a ese nivel. Y eso es, por tanto, lo que ganó Tokio: tiempo, haber retrasado la apreciación de su moneda. Lo mismo ocurrió en los casos del real brasileño o el franco suizo. En ambos casos, las diversas intervenciones de los dos últimos años siempre han causado el mismo efecto: provocar un traspié momentáneo en la marcha alcista de su divisa, aunque las fuerzas del mercado volvieron a imponerse posteriormente.

Eso sí, los intervencionistas, además de tiempo, persiguen otro efecto cuya consecución puede resultar más factible: enviar al mercado el recado de que volverán a actuar, por lo que los inversores harían bien en fijarse en otras divisas si no quieren encontrarse con sorpresas bajistas periódicas. Japón, en parte, está consiguiendo este impacto secundario. Aunque el yen está más alto contra el dólar que antes de la actuación de septiembre, está 2,5% más bajo contra el euro, ya que los inversores ven el camino alcista más expedito en el caso del euro que en el del yen. Su maniobra, por tanto, sí está siendo efectiva por este lado.

3. ¿Hay intervenciones invisibles?

Sí, y paradójicamente resultan más efectivas que las visibles. Basta con tomar el ejemplo de Estados Unidos. La mayor economía del mundo no está vendiendo su divisa en el mercado para abaratarla; le basta con telegrafiar que introducirá más estímulos monetarios -vamos, que inyectará más dólares en la economía- para provocar el debilitamiento del billete verde. Así, mientras que por un lado el Tesoro norteamericano, que es el verdadero cuidador del dólar, mantiene viva la política del dólar fuerte surgida en los años 90, por otro la Fed hace el trabajo preciso para intentar reactivar la economía y, ya de paso, inducir una depreciación del dólar. ¿Se le puede criticar por ello? No, al menos no oficialmente, porque las autoridades norteamericanas no están devaluando su moneda de forma directa. Pero la ambigüedad entre su postura oficial y su actuación resulta incuestionable.

4. ¿Tan efectiva es una devaluación competitiva?

No, ni mucho menos. Lo que se busca con ella es, una vez más, tiempo. Una devaluación competitiva tiene corto alcance. Su objetivo potencial es abaratar los productos en el exterior, con la meta de que las exportaciones tiren de la economía y ésta logre, por fin, arrancar. Se conseguiría si se tratara de un país concreto, pero... ¿qué ocurre si son varios, como ocurre ahora, y se entra en una espiral devaluadora? ¿Y si lo que pasa, como ha advertido el director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, es que se contrae el comercio internacional, porque los países que no devalúan dejan de comprar o imponen aranceles en forma de protesta, y en vez de solucionar el problema se agrava? Un riesgo demasiado alto, y nada descartable, si el fuego cruzado de las divisas no se interrumpe.

Pero, ojo, que esta vez al objetivo de fomentar las exportaciones se une otro: debilitar el valor de la moneda para generar inflación y desterrar la amenaza de la deflación o caída general de los precios. Es lo que buscan, por ejemplo, EEUU o Suiza, que ya tienen los tipos de interés al 0% o casi y que temen la aparición del fantasma deflacionista japonés en sus economías.

5. ¿Resolvería China todos los problemas si revaluara su divisa más rápidamente?

No, una revaluación más acelerada del yuan no sería una poción mágica que acabaría con todos los problemas, pero sí ayudaría a corregir unos cuantos.apechugar con ello. ¿En qué sentido? En el de asumir que ahora es uno de los principales jugadores de la economía. Y eso conlleva responsabilidades, como la de conceder un mayor margen de fluctuación para el yuan. El despertador ha sonado demasiado pronto para China. Sin duda, Pekín hubiera preferido que el gigante asiático se hubiera convertido en la segunda economía del mundo dentro de 10 ó 15 años. Pero la crisis ha adelantado esos deseos. Y China tiene que

¿Por qué debería hacerlo? Por varios motivos. Incluso pensando de forma egoísta, a Pekín le vendría bien una divisa progresivamente más fuerte. A corto plazo le ayudaría a evitar las presiones inflacionistas que están asomando en la economía y a medio plazo le convendría para ejecutar el inevitable viraje que debe acometer el país para dejar de ser una economía exportadora y fomentar el consumo interno. Y desde el punto de vista internacional, Pekín debe entender que el yuan es un ancla para el resto de los vecinos. Si Corea del Sur, Taiwán y otros países asiáticos también intervienen para frenar sus divisas se debe a que no quieren perder competitividad con respecto a los productos chinos. Si las autoridades del gigante asiático mueven el yuan con más celeridad, lo harán también sus vecinos, y ese efecto redundará en un progresivo reequilibrio comercial en todo el mundo. Además, con una mayor apreciación del yuan calmaría las presiones de Occidente y seguiría ganando tiempo para emprender las profundas y necesarias reformas financieras que debe llevar a cabo.

Eso sí, Occidente debe tener paciencia. Ni China ni ningún país soportaría una apreciación de su divisa del 20 ó el 30% en un año. ¿Qué impacto tendría para la economía mundial un incremento semejante del poder adquisitivo de China? Al mismo tiempo, el déficit comercial de EEUU es recurrente y viene de lejos, antes incluso de que China emergiera en la escena mundial de forma definitiva. En definitiva, que es un problema de fondo que no ocupa sólo a las relaciones bilaterales EEUU-China.

6. ¿Es posible levantar un nuevo Bretton Woods?

No. Al menos, no como el acuerdo cambiario que se edificó al término de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, EEUU se reveló como la potencia hegemónica e impuso sus condiciones, entre las que figuraba que el dólar sería el epicentro del sistema de tipos de cambio fijos y la única convertible en oro. ¿Aceptaría la zona euro, Reino Unido, Brasil, Japón o incluso China una situación similar ahora? ¿Posee EEUU la autoridad suficiente en la actualidad para comandar un proyecto así? ¿Y si no es EEUU, qué otro país la posee?

Pero hay más. Ahora hay más países a los que consultar, como Brasil o China, que en 1944 y las propias condiciones del mercado de divisas han cambiado. ¿Se volvería a un sistema de cambios fijos? ¿Cómo? ¿Con qué referencias? El secretario del Tesoro de EEUU, Timothy Geithner, está dispuesto a proponer un acuerdo de mínimos para atajar el incipiente conflicto cambiario actual. Para ello, sin embargo, los intereses de los países deben estar alineados, como lo estaban en 1944, o como lo estuvieron en otros pactos posteriores. La cuestión es: ¿lo están? No lo parece.

fuente: http://www.eleconomista.es/mercados-cotizaciones/noticias/2542702/10/10/Verdades-y-mentiras-de-la-guerra-de-las-divisas.html

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