Esta pasada Semana Santa estuve un par de días en una localidad del Mediterráneo español, una localidad que hoy es muy turística pero que excepto en Verano no está sobrecargada; una localidad en la que hoy los residentes censados –pocos– viven bien o aceptablemente bien aun trabajando sólo cinco de los meses que tiene el año. Esa localidad ha perdido mucho del encanto que tenía en los 70 –a otras próximas a ella ya no les queda nada– pero a cambio han ganado renta: de pescadores, agricultores y emigrantes, sus habitantes se han convertido en ‘trabajadores del Sector Servicios’. Y aquí quería llegar. Observen las fotos que acompañan al texto.
Esos edificios eran viviendas de ‘las de entonces’, ambas muy próximas una de la otra. La imagen superior corresponde a un grupo de casas que en breve van a ser derribadas para construir una vivienda actual, la inferior es utilizada ahora como cobertizo tras haber sido reconstruida. Antes había bastantes como ellas, la mayoría parecidas. Eran moradas de pescadores, de gentes que malvivían con lo que obtenían del mar vendiendo las mejores capturas al precio que marcaba quien compraba. ¿Pueden imaginarse las condiciones de vida de aquellas gentes? ¿Su nivel de bienestar? ¿Las variaciones que a lo largo de las décadas había experimentado la vida de la comunidad en la que residían? ¿Las diferencias que marcaban la existencia de los padres y los hijos, de los nietos y de los abuelos?.
Y un día, allá por la mitad de los años 50, llegó un automóvil ocupado por unas personas que hablaban diferente, y al día siguiente otro; y como el sitio les gustó porque el paisaje era maravilloso, los precios tirados y los lugareños encantadores, decidieron quedarse unos días, y para ello en una casa les alquilaron una habitación y la familia se apretujó en la otra.
Al año siguiente llegaron más coches, y al siguiente muchos más. Se levantaron pisos extras en viviendas ya existentes, de algunas ventanas empezaron a colgarse carteles confeccionados a mano: “CHAMBRE – ROOM – ZIMMER”, y se abrió una pensión. Y, bueno, el resto de la historia ya la conocen.
El turismo en España permitió a un porcentaje apreciable de la población salir de la miseria, lo malo fue, y sigue siendo, como se gestionó, como se está gestionando, el proceso. Les aseguro que la localidad en la que tomé estas imágenes podría haber sido Portofino o Saint-Tropez, y sí, está bien, pero ni es Portofino ni es Saint-Tropez.
La dictadura, la pobreza, las ansias-de-más, la impunidad, la falta de una mínima visión de futuro, han ido creando un monstruo que es el sector turístico en España, la mayoría orientado a un nivel de gasto bajo en el que todo está permitido. ¿Cambiar eso? En zonas concretas, en lugares específicos, con mucha inversión y con paciencia se están haciendo cosas, pero … ¡son tan pocas!.
Estoy convencido de la Historia será durísima con quienes en los últimos 60 años tuvieron potestades y mando en el mundo turístico español porque España ha dilapidado, aún sigue dilapidando, un activo que tenía gratis: se fue a lo fácil y ‘mañana ya veremos’. Muchísimos responsables y dos culpables únicamente: la miseria y la avaricia.
Amén.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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