miércoles, 2 de septiembre de 2015

Lo que se ha dado en llamar ‘devaluación interna’

Alguien dijo que ‘El futuro no es más que el pasado que regresa’. No es exactamente así, claro, pero en el presente pueden verse tendencias, muchas, que se dieron ayer; y en el futuro podrán verse algunas de las que hoy se están dando.
Entre 1973 y 1979 las grandes compañías se fueron dando cuenta de que podían dar por liquidado el espíritu del Tratado de Detroit firmado en 1950 entre el sindicato United Auto Workers (UAW) y las tres compañías automovilísticas de Detroit (Ford, GM y Chrysler), y por el que la UAW se comprometió a restringir su derecho a ir a la huelga a cambio de aumentos salariales en línea con la inflación, obtención de cobertura médica, contribución a planes de pensiones por parte de las empresas, minimización de los despidos y ganancias de días de vacaciones; acuerdo que fue modelo para otras empresas de otros sectores y de otros países, y que implícitamente estuvo presente en los programas de los partidos políticos cristianodemócratas y socialdemócratas de todos los países. Nuevos desarrollos tecnológicos, nuevos procesos organizativos y la posibilidad de deslocalizar procesos productivos a países más baratos y con legislaciones más permisivas hizo innecesario mantener lo acordado. En mi libro ‘La Economía. Una Historia muy persona’ desarrollo el tema en profundidad.

 
A principios de los 80 comienza el declive del bienestar que había sido suministrado a los trabajadores y ciudadanías del Sistema Capitalista desde el final de la II Guerra Mundial a fin de impulsar el crecimiento y mantener la paz social y del que el Tratado de Detroit era parte. Ya no era necesario pagar tanto a los trabajadores ni mantener sus condiciones de trabajo ya que debido a la tecnología y a la nueva organización la demanda de trabajo tiende a ser inferior a la creciente oferta de trabajo –más aún si se permite una cierta inmigración–, y lo que sí es esencial es mantener la inflación lo más baja posible a fin de que no se drenen beneficios y dividendos. La deslocalización abarata fabricados que pueden ser consumidos por los trabajadores peor pagados que han tenido que aceptar salarios menores en puestos de peor calidad, mientras que los bienes de más valor serán exportados en un mercado internacional que avanza en el desarme arancelario. En el interior estas medidas se acompañaron con descensos de impuestos que sobre todo beneficiaban a las rentas más elevadas.
Entre 1980 y el 1991 los beneficios crecieron, las cotizaciones bursátiles aumentaron, se creó un montón de ‘valor para el accionista’ a la vez que se disparó la desigualdad en la distribución de la renta y los salarios reales mantuvieron una evolución prácticamente plana. Nadie lo bautizó así, pero lo sucedido en esos once años fue una completa, total y absoluta devaluación interna en todos los países, una situación que tan bien resumió aquella frase del Presidente Ménem: ‘Estamos mal, luego vamos bien’. El problema es que se alcanzó el límite.
El límite en la capacidad de consumo de la población, en las posibilidades de inversión, en la generación de beneficios, en la escalada de las cotizaciones bursátiles, y tuvo que inventarse algo. Y ese algo fue el crédito, primero en forma de plástico y luego en forma de hipotecas y plástico. Un algo que posibilitó que entre 1993 y el 2007 que el mundo fuese bien aunque los salarios medios reales creciesen muy poco. A través de un instrumento tan sencillo como dar una capacidad de endeudamiento astronómica a todo el mundo, hasta a los pobres, se consiguió encadenar en todos las economías capitalistas tasas de crecimiento desorbitadas. Su contrapartida ha sido una deuda que hoy es impagable y un montón de activos a muchos de los cuales el valor se le supone.
En el 2007 y definitivamente en el 2010 la crisis. Una crisis provocada por el agotamiento de la capacidad de endeudamiento y por el exceso de capacidad productiva, y que desembocó en déficts públicos desorbitados que hubo que financiar con emisiones de deuda pública creciente. Una situación que era necesario arreglar. Y el arreglo consistió, está consistiendo, en recortes de gasto público, recortes salariales, adelgazamiento de estructuras de personal, crecimiento de trabajo-bajo-demanda, … todo ello acompañado, de momento, de muchas promesas por parte de todos los políticos y de enormes deseos de soñar por parte de gran parte de la población. Cierto: en algunas latitudes se han inyectado en la economía cantidades enormes de dinero porque era sabido que ese dinero iba a ser aceptado, pero ese proceder tiene un límite y ahora se debe eso inyectado. Evidentemente la desigualdad ha seguido aumentando.
El planeta está viviendo una nueva y gigantesca devaluación interna que busca deshinchar una megaburbuja de deuda impagable, siendo una de las consecuencias de tal proceso una creciente concentración de la riqueza en las pocas manos de quienes tienen los resortes productivos, financieros y organizativos del planeta debido a que el resto de la población cada vez es menos necesaria y nada lleva a pensar que tal situación vaya a cambiar en el futuro. Se fuerza el abaratamiento de lo menos necesario: salarios, prestaciones sociales, condiciones de trabajo, gasto en sanidad, en educación, incluso en vías de comunicación que no sean de peaje, … a fin de reducir las necesidades financieras, siendo el resultado de ello el reforzamiento de los imprescindibles resortes mencionados beneficiando a quienes los ostentan.
La gran diferencia entre la actual devaluación interna y la de los 80 radica en que 1) entonces había alternativas, que implicaban un empeoramiento, pero las había: siempre un trabajador especializado en el mantenimiento de hornos de una siderurgia podía ir a expender hamburguesas en un restaurante de  comida rápida y buscarse otros dos empleos semejantes a fin de intentar mantener su poder adquisitivo; hoy esa vía está cerrada; y 2) de alguna manera la población continuaba siendo necesaria para hacer lo que hubiera que hacer y para, más adelante, consumir una vez rearmado el proceso económico tras recomponer el decorado, lo que llegó tras el 2001; pero hoy se sabe que esta situación no va ser transitoria y se conoce que segmentos enteros de población van a ser innecesarios. Por eso la actual crisis es sistémica y aquella no lo fue.
La mayoría de la población de los países en los que el capitalismo se halla enraizado ha retrocedido en sus estándares de vida y ha empeorado sus expectativas de futuro, en unos lugares más que en otros, pero en todos. La crisis ha traído recortes de prestaciones y de servicios públicos, bajadas salariales y aumentos del desempleo, y lo peor es que todo esto ha llegado para quedarse. Es decir, nunca se va a volver a ‘lo de antes’ porque aquello era insostenible y porque no es necesario volver. Ahora se crecerá menos, pero quienes ostentan los resortes proporcionalmente aumentarán su participación y su control porque ‘el capital’ ya está teniendo una importancia decisiva. Los insiders y los outsiders.
Bienvenidos al nuevo modelo.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.

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