Una afirmación contundente: el banco nos vende productos financieros,
no nos asesora sobre ellos. Sin embargo con esta simple idea en la
cabeza nos habríamos ahorrado muchos de los problemas que sufrimos
actualmente. En el caso de nuestros ahorros,
por ejemplo, se recomienda no invertirlos nunca en un producto que no
entendamos. Si no conocemos perfectamente el funcionamiento del producto
no podremos valorar adecuadamente el riesgo que asumimos a cambio de
una determinada rentabilidad esperada. El grave error que muchos
ahorradores han cometido (y siguen cometiendo) es acudir a su entidad
financiera en busca de un asesoramiento para que le digan dónde
invertir. Es el cliente quien tiene que saber dónde quiere invertir y,
una vez lo tiene claro, acudir a la sucursal a comprarlo.
Un vendedor bancario, que es por lo que pagan a los directores de
banco, básicamente, cobra por colocar lo que se le dice desde arriba.
Algunas entidades permiten cierta flexibilidad al empleado bancario,
poniéndole unos presupuestos anuales por partidas (ahorro, inversión,
seguros, comisiones…), con lo que puede elegir en cada momento si es
mejor un depósito o un fondo de inversiones para su cliente (y ambos le
computan en el presupuesto de ahorro).
Sin embargo la gran mayoría impone presupuestos a cumplir en sucursal
que limitan o, simplemente, eliminan, la posibilidad de asesorar al
cliente sobre qué le conviene más. Al bancario le dicen que tiene que
vender tantos millones de un fondo garantizado en campaña, durante un
mes, y para hacerlo no le queda más remedio que ofrecerlo a todos los
clientes de la oficina, si quiere cumplir con su trabajo. Y ello implica
que si resulta que vence tu depósito a plazo fijo
el del banco te dirá que tiene un producto seguro que ofrece más
rentabilidad que un depósito y que te conviene más. Y mucha gente
confiada en el director de su sucursal picará, porque escucha sus
palabras como un consejo en lugar de cómo lo que es, un argumento de
venta.
Sin embargo un fondo garantizado es un producto que suele invertir en
renta variable (acciones), que sólo garantiza el capital a tres o más
años (si necesitamos el dinero antes o no vendemos en el momento
adecuado podemos perder dinero) y que no ofrece intereses (se gana o
pierde dinero cuando se vende el fondo). Por tanto, no es un depósito ni
de lejos.
Ya no hablemos de los confiados clientes (muchas veces gente mayor era
imposible que supiera qué contrataba) que compraron cuotas
participativas de la CAM (y que ahora no valen prácticamente nada),
participaciones preferentes perpetuas o bonos obligatoriamente
convertibles en acciones (los más famosos y que vencen este octubre son
los Valores Santander) pensando que eran depósitos. Si no comprendes lo
que te ofrecen, no lo compres. Acude a un familiar entendido en
finanzas, a webs como iAhorro.com o Futur Finances o a profesionales
independientes. Ahorrar cuesta mucho como para perder este dinero por
culpa de una mala compra.
Y si hablamos de hipotecas, la cosa no cambia. Una de las mayores
inversiones que jamás hará una familia y se han firmado en el banco que
teníamos las cuentas, sin comparar las diferentes ofertas hipotecarias
del mercado, conocer los fundamentos jurídicos de una escritura de
préstamo hipotecario (o mucho peor, sin habernos ni leído la escritura) o
negociar las condiciones iniciales y productos asociados que se nos han
ofrecido.
¿Quién sabe lo que es una permuta de tipos de interés o swap (lo que se
vendía como seguro de tipos de interés), cláusula de suelo que marca un
mínimo a la bajada del interés o la diferencia entre Euribor e IRPH?
Es muy importante conocer lo que se firma; le dedicamos más tiempo a
elegir nuestro coche que una hipoteca de 200.000 euros que nos
compromete durante décadas.
Por no hablar de los familiares que firmaron como avalistas. Pensando
erróneamente que el banco antes de embargarlos a ellos ha de hacer todo
lo posible por cobrar de los titulares de la hipoteca o que podían
perder su vivienda.
Y ya no hablemos de los que han comprado una casa cara y sin aportar ni
un euro, sin haber calculado hasta cuanto podían subir las cuotas o
tener en cuenta la posibilidad de que alguno de los titulares perdiera
su trabajo. Pensaban equivocadamente que el banco, si les concedía la
hipoteca, era porque había comprobado que la podrían pagar. Ni mucho
menos, me temo.
No me cansaré de repetirlo: al banco se va a comprar productos
financieros, no a buscar asesoramiento sobre dónde invertir mis ahorros o
qué hipoteca pedir. Ten siempre en cuenta esta idea básica y no podrás
decir nunca más que el banco te ha engañado.
Pau A. Monserrat es economista en iAhorro.com
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