Se habla de él, cada vez más; y cada vez más de él se hablará.
Me remite un mail un lector:
“Quisiera que me pudiera responder a una cuestión sobre la que no he
encontrado aún una respuesta convincente en ningún medio: ¿Cuál es el
motivo por el que España arrastra una tasa de paro estructural desde
décadas atrás?
He leído opiniones muy diversas, desde los que lo achacan a la rigidez
de la legislación laboral y a la falta de movilidad del trabajador, lo
cual pongo en duda como estudioso del derecho que soy, hasta los que
dicen que eso es consecuencia de la falta de un tejido productivo e
industrial desarrollado, lo cual he de poner también en duda pues no
cuadra que países con un tejido industrial más pobre como Portugal,
Grecia o Croacia gocen de una menor, muy menor dependiendo del caso,
tasa de paro, e incluso países como Francia parecen tener un sistema
productivo muy similar al español con un apoyo importante en el sector
servicios e igual peso de la industria. Le agradecería una explicación
en ese sentido”.
Mi respuesta fue:
“España siempre ha tenido una tasa de desempleo estructural muy elevada
que durante el franquismo se camufló con subempleos escandalosos y con
emigración. La razón última del alto desempleo estructural español es
múltiple y muy vieja: se remonta a los siglos XIII y XIV.
Por el Tratado de Almizra la Corona de Aragón, con un espíritu
fundamentalmente burgués y comercial, vio frenado su avance hacia el Sur
en Alicante; por otra parte, la guerra primera guerra civil castellana
la ganó el pretendiente apoyado por la nobleza absentista y
terrateniente y la perdió quien estaba apoyado por la burguesía. Eso
determinó el triunfo de un modo de hacer no económico y no productivo
que fue el que descubrió América.
Si añade que en el siglo XV fue arrasada en Andalucía una agricultura
de vanguardia y que se propició el triunfo de una política de ganadería
extensiva, exportadora y sin mejoras que dificultó el desarrollo
agrícola y que colapsó el desarrollo forestal; la Contrarreforma que
España lideró en el siglo XVI y que llevó a gastar en batallas por
Europa ingentes cantidades de plata traída de América en un momento en
que nadie tenía plata; y las aventuras en Flandes del XVII, a lo que se
llega es a que cuando a principios del s. XIX que es cuando comienza la
industrialización, España sea un desierto gobernado por aristócratas
enganchados a una monarquía inoperante y decadente y donde el caciquismo
y el clericalismo fundamentalista son las correeras de transmisión de
ese poder.
Se puede imaginar cómo podría ser el mercado de trabajo en Écija, por
ejemplo, hacia 1860 y las posibilidades que en Écija tendría la
población activa y susceptible de serlo, una situación radicalmente
diferente a la que se podía encontrar en Sheffield, Lile o Augsburg. (Y
no estoy hablando de explotación: en esa época se explotaba a la clase
obrera en todas partes … en las que la industrialización era pujante; en
las que no se las sumía en la servidumbre).
Lo que vino después ya es conocido. Falta de un modelo industrial que
absorbiera factor trabajo y con un espíritu muy laminado por una Iglesia
inmovilista, la mano de obra española, en plena Era Industrial y salvo
en muy concretos lugares, empezó a llevar una existencia precaria,
subremunerada y subempleada, y donde el tratamiento de ‘señorito’ y
‘amo’ se impusieron por mayoría a los de ‘dueño’ y ‘fabricante’.
El ‘España va bien’ lo único que ha permitido ha sido reducir ese
nivel de desempleo estructural, aunque con subempleo en numerosas
ocasiones, tal y como demuestran las altísimas tasas de fracaso escolar
que España ha lucido y luce. Un desastre que no va a menos, sino a más:
distintos estudios apuntan a que ‘después de la crisis’, en España se
instale un desempleo estructural de entre el 12% y el 18% con medias de
entre el 14% y el 16%. Un desastre, como decía.
Es cierto que en los lugares que Ud. apunta la tasa de desempleo es más
baja que en España, pero a cambio de tener un nivel de subempleo mucho
más elevado y unas estimaciones de economía sumergida mucho más altas,
al margen de que sus niveles de emigración también lo son. Francia
podría pensarse que es muy semejante a España, pero no: repase las
estructuras del PIB español y del PIB francés: en este hay más bienes de
alto valor añadido; lo que explica que la productividad francesa sea
sensiblemente más elevada que la española”.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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