Durante estos dos últimos años hemos podido observar la aparición de una enfermedad en el complejo sistema económico mundial. Hemos constatado que el sistema de distribución de alimentos no es viable para alimentarnos. Y no por falta de comida. Hace años que se sabe que la producción de alimentos a nivel mundial es superior a lo que se consume, o a lo que se consumiría si llegara a las bocas a las que tendría que llegar. El motivo es más bien el comportamiento psicópata de las corporaciones alimentarias. En el documental "La corporación", que se puede bajar de Internet, se establece un paralelismo entre el comportamiento de las corporaciones y el diagnóstico de un paciente psicópata, y encajan a la perfección. Estas macroempresas toman decisiones que provocan grandes consecuencias a nivel mundial, ingresos astronómicos para ellas y sus accionistas, pero también efectos colaterales de los que no se hacen responsables.
La crisis alimentaria de estos últimos años ha sido posible debido a la pérdida progresiva de soberanía alimentaria (ver su definición en el cuadro adjunto) de los pueblos. Como explica la Red de Consumo Solidario, la soberanía alimentaria es un derecho humano fundamental, a pesar de lo cual se ve cuestionado cada día: no sólo siguen amenazados por la hambruna crónica 852 millones de personas en el mundo, sino que los mecanismos económicos y las consecuencias sociales de la globalización están poniendo en peligro la independencia alimentaria de la mayoría de países del planeta.
En un artículo de la Organización Vía Campesina, que reúne a organizaciones campesinas en lucha de todo el mundo, se explica claramente por qué los países más empobrecidos han ido perdiendo la capacidad de alimentar a su población con las cosechas propias: "algunos analistas han estado culpando exclusivamente a los agrocombustibles, a la creciente demanda mundial o al calentamiento global de la actual crisis alimentaria. Pero, en realidad, esta crisis también es el resultado de muchos años de políticas destructivas que van socavando las producciones nacionales de alimentos, obligando a los campesinos/as a producir cultivos comerciales para compañías transnacionales (CTN) y a comprar sus alimentos a las mismas multinacionales (o a otras) en el mercado mundial.
En los últimos 20-30 años el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), y posteriormente la Organización Mundial del Comercio (OMC), han forzado a los países a disminuir su inversión en la producción alimentaria y su apoyo a los campesinos y labradores o pequeños agricultores, que son claves en la producción alimentaria." [3]
Podríamos pensar que esta crisis alimentaria sólo afecta a los países empobrecidos. Hay quien no lo cree así. A nuestro alrededor se han ido implantando las grandes superficies y han ido cerrando los pequeños y medianos negocios de alimentación. Estas grandes superficies tienen cada día más poder, y poco a poco van eliminando la competencia. En el "Informe Sanuy, Defensa del pequeño comercio y crítica de ‘la Caixa’" (ed. La Campana, 2005), Fransesc Sanuy nos explica detalladamente cómo se las apañan estas empresas para implantarse en el territorio, consiguiendo condiciones favorables en sus relaciones con las entidades financieras y con los ayuntamientos para pagar pocos impuestos por la actividad económica... y también los peligros que pueden comportar. Este modelo es muy similar al supermercadismo francés. El economista francés Christian Jacquiau ha estudiado el impacto de la implantación de estas grandes superficies. Nos lo explica en una entrevista realizada por Illacrua, cuyo enlace podréis encontrar en el blog http://supermercatsnogracies.wordpress.com
La campaña “Supermercats no gràcies”, en la cual participan la Red de Consumo Solidario, Veterinarios Sin Fronteras, Entrepobles, EdPac, Ingenieros Sin Fronteras, Observatorio de la Deuda en la Globalización, Campaña Ropa Limpia y otros colectivos y personas de Catalunya, es una campaña de alcance estatal que nace de la observación y el análisis de este panorama. Hace una crítica bien estructurada de la situación y aporta posibles soluciones para prevenir los efectos de la monopolización del sector alimentario en el Norte por parte de estas corporaciones. Apuesta también por la recuperación de la soberanía alimentaria de los pueblos, tanto en el Norte como en el Sur. Las dos gráficas nos dan una idea del poder de estas empresas.
Centrándonos en la subida de precios de los últimos tiempos, debemos aclarar antes de nada de qué tipo de subida estamos hablando. Hemos de diferenciar la subida de precios del alimento final (el que paga el consumidor) de la subida en su fase inicial (la llamada materia prima alimentaria), y aquella que se da en una región concreta de la que se produce en el mercado internacional. En este caso nos estamos refiriendo al aumento en los precios a escala mundial de algunas materias primas alimentarias, que acaba repercutiendo en el precio final que pagan los consumidores. [1] Estos aumentos no repercuten en los sueldos de los trabajadores y trabajadoras del campo; digamos que se quedan por el camino.
El porqué de esta subida tiene varios orígenes: la liberalización del mercado mundial de alimentos básicos, la utilización de algunas de estas materias primas para la producción de biodiesel, y el modelo agrícola en sí mismo.
La tendencia al alza también es una reacción de largo plazo frente al ciclo descendiente de 1974 a 2001. Sin embargo, aumentos tan furiosos en pocos meses revelan una apuesta financiera. Entre marzo de 2007 y marzo de 2008 el trigo subió un 130%, la soja un 87%, el arroz un 74%, y el maíz un 53%, como consecuencia de un aumento de los capitales invertidos en los mercados agrícolas. Este volumen se quintuplicó en la Unión Europea y se multiplicó por siete en los Estados Unidos. Los fondos de inversión que escapan del dólar y de los inmuebles acechan ahora a los alimentos básicos del Tercer Mundo. [2]
Un ejemplo de esta situación es lo que sucedió en Méjico en enero de 2007. Méjico es la cuna del maíz. Podríamos contar centenares de variedades de esta especie vegetal, alimento básico de sus habitantes desde hace muchas generaciones. En el año 2007 se produjo una subida del precio, debida al aumento de la demanda de maíz americano para la producción de bioetanol. En aquel momento Méjico estaba importando de los EUA el 30% del maíz que consumía, concretamente maíz transgénico. El maíz para producir etanol entró en competencia con aquel exportado hacia Méjico.
La liberalización del mercado de alimentos básicos proporciona vía libre a la especulación con estas materias. Otro ejemplo es lo sucedido en Indonesia. Justamente durante la subida del precio de la soja en enero de 2008, la compañía PT Cargill Indonesia conservaba todavía 13000 toneladas de soja en sus almacenes de Surabaya, esperando que los precios llegaran a un récord. [1]
El modelo agrícola imperante, al que llamaremos agroindustrial a partir de ahora, se vende como un modelo eficiente de producción. Una evolución más de la agricultura en la línea de la revolución verde. Este precedente ha llegado a un máximo, y ha llevado a una dependencia muy grande del petróleo. Pero, ¿qué pasa cuando el petróleo deja de ser un recurso barato? Entonces, ¿es tan eficiente este tipo de agricultura? Los fertilizantes y parte de los agroquímicos utilizados en los cultivos, la maquinaria y los vehículos para sembrar, recoger, procesar, almacenar y transportar necesitan derivados del petróleo. Parte de la energía eléctrica requerida para extraer agua y regar los sembrados se genera a partir de derivados del petróleo. Los plásticos que cubren los invernaderos y las mangueras para regar los campos, los materiales para envasar y los transportes hacia los mercados requieren derivados del petróleo. Todos ellos son cada día más caros. Plásticos como el polipropileno cuestan hasta un 70 % más que en 2003, según datos extraídos de artículos del grupo Grain (www.grain.org).
Este modelo esconde otras injusticias además de las subidas de los precios. Ya hace años que ha transformado también el modelo alimentario en los países industrializados. Ha transformado la producción, orientándola hacia una agricultura y una ganadería industriales, que se caracterizan por explotar variedades híbridas muy productivas, pero de una calidad nutricional baja. Por otro lado, el tamaño de las explotaciones es mucho más grande que en el modelo tradicional, con mucha maquinaria dependiente de los combustibles fósiles, y con pocos trabajadores y trabajadoras.
En el caso de las explotaciones ganaderas de Europa, es necesario prestar atención a la alimentación del ganado mediante piensos. El pienso es un combinado de alimentos, uno de los cuales es la soja modificada genéticamente, importada en un tanto por ciento muy elevado de Argentina. Esta realidad se explica muy bien en el documental “Hambre de soja” (2007), que aborda las consecuencias de 10 años de cultivos de soja transgénica (por entonces de la multinacional Montsanto, de EUA) en Argentina. Consecuencias para el campo argentino que afectan a la calidad del suelo, las condiciones de los trabajadores, la propiedad de la tierra, la exportación, y también la pérdida de soberanía alimentaria del pueblo argentino.
Otro de los alimentos típicos utilizados en la elaboración de los piensos es el maíz o panizo. Este también es un organismo genéticamente modificado. Proviene de la importación, pero también se cultiva en los campos europeos: la zona con más cultivos de maíz transgénico se concentra en el campo aragonés y catalán. De hecho, han sido las pruebas piloto de toda Europa. ¿Lo sabías? Actualmente, el cultivo tradicional y ecológico de este producto ha sido casi aniquilado por las constantes contaminaciones. El documental "TranXgenia. La historia del gusano i el maíz" refleja con mucha precisión esta situación en nuestros lares, las contaminaciones de cultivos y la promoción de estas semillas por parte de las empresas comercializadoras. El dossier "la coexistencia imposible", editado por la Plataforma Transgènics Fora y Greenpeace, también describe y analiza este conflicto de manera muy rigurosa.
Las organizaciones de agricultores y las de la sociedad civil que analizan aspectos relacionados con la alimentación son plenamente conscientes de que los intereses de las grandes corporaciones de la alimentación están muy alejados de los intereses de la población. ¿Cuáles serían los intereses de la población en cuanto a la alimentación?: una alimentación sana y a un precio asequible y regular, unas condiciones laborales dignas para los trabajadores del campo, la conservación en buen estado de las buenas tierras de cultivo para alimentar a las generaciones venideras... ¿Y cuáles son los intereses de las grandes corporaciones? Ganar dinero a corto plazo, salvar el culo ante la caída de otros mercados, controlar estos recursos para tener poder a la hora de presionar a los estados...
Por este motivo, de una u otra manera, las citadas organizaciones intentan desmarcarse de los marcos de acción de estas corporaciones. ¿Qué significa desmarcarse? Significa no vender sus cosechas a tales transnacionales, intentar abastecer las necesidades alimentarias de su comunidad y depender el mínimo de los productos que distribuyen estas corporaciones. Significa apostar por un tipo de agricultura respetuosa con el entorno (agua, aire, suelo, biodiversidad agrícola i animal), una agricultura que dignifique a los trabajadores y trabajadoras del campo. En definitiva, desmarcarse del modelo agroindustrial significa no aceptar el pan para hoy, hambre para mañana.
Desde las organizaciones de la sociedad civil catalana, desmarcarse implica pues construir una crítica bien fundamentada de esta agricultura industrial, y poner en práctica alternativas. En Catalunya encontramos muchas iniciativas orientadas en esta línea: campesinos y campesinas que apuestan por una agricultura y una ganadería dignas para ellos, para la tierra, para los animales y para los consumidores, así como elaboradores de estos productos, y cooperativas, asociaciones y grupos de consumo local, ecológico, justo y transformador, que los distribuyen. Poco a poco, tales iniciativas van tejiendo la red agroecológica, en la que también participan organizaciones de concienciación y comercios familiares o cooperativas que también apuestan por este otro modelo.
Con todo lo que hemos expuesto, creemos que la solución no pasa por unas cuantas ayudas a los países con más dificultades, ni tampoco por que estos países produzcan más productos para la exportación para poder equilibrar la balanza comercial de los países. Creemos que pasa por coger el toro por los cuernos antes de que se nos tire encima. Comenzar a producir de otra manera, a distribuir de otra manera y a comprar de otra manera. Todos y todas, en nuestra medida, somos parte del problema y podemos ser parte de la solución. También podemos confiar en la capacidad de nuestros políticos, pero hay que ver cómo lo han enredado todo hasta el día de hoy. Quizás les habríamos de seguir un poco más la pista. ¿A quién benefician a largo plazo las leyes que elaboran? Ahora tendremos que estar pendientes de lo que hacen con la propuesta de ley presentada por Som lo que Sembrem, la Iniciativa Legislativa Popular “per una Catalunya lliure de transgènics”. Al tanto.
fuente: http://www.sincapitalismo.net/es/boletin17s09/pan-para-hoy-hambre-para-ma-ana
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