En mi libro recién publicado: “La Economía. Una Historia muy personal”, una de las frases que analizo figura en la carta anual que el financiero Warren Buffet remitió a los accionistas de su fondo en el 2004: “Si América está viviendo una guerra de clases, la mía está claramente ganando” (Y Mr. Buffet no estaba a favor de uno de los motivos de tal victoria: la rebaja de impuestos).
Eran años de ‘el mundo va bien’ y sin embargo ya estaba patente la creciente desigualdad que mediaba entre ‘ricos’ y ‘pobres’, independientemente de que estos trabajasen o no. También eran años en que tales diferencias eran relativamente importantes debido a que el acceso al crédito prácticamente ilimitado por parte de todos camuflaba muchas de esas diferencias. Y España fue uno de los lugares donde el crédito más las camufló, máxime porque el desempleo bajaba y bajaba y fuese en forma de empleo o de subemleo la economía generaba PIB al consumirse y exportarse (que luego se importase muchisísimo más de los que se exportaba era parte de otra historia).
Llegó el 2010, los ecos de los planes E se acabaron y hubo que empezar a poner hilo a la aguja, es decir, a diseñar el nuevo modelo que tenía que sustituir al que estalló en el 2007; el problema es que España tenía muy poco hilo y las agujas tenía que importarlas.
El PIB español estaba formado por lo que estaba formado: bienes y servicios de medio y bajo valor añadido; el consumo había llegado donde había llegado gracias al crédito ya que los salarios reales habían aumentado un ridículo 0,7% entre 1997 y el 2007, y no porque todos los empresarios españoles fuesen unos negreros, sino porque la productividad española era ridícula: en el 2005 España alcanzó la productividad por hora efectivamente trabajada que Suecia tenía en 1973. La productividad era baja, por lo que los salarios medios eran bajos, pero ahí estaba el crédito; el problema es que cuando llegó la crisis el nivel de la deuda privada era monstruoso.
¿Por qué era –y es– ridícula la productividad española?, pues porque 1) el valor de lo que España fabrica es bajo, y 2) porque el modelo productivo español es intensivo en factor trabajo; por eso España fue bien cuando se construyeron 800.000 viviendas anuales; no edificios inteligentes, domóticos y con nuevos materiales, sino edificios peleones con materiales de toda la vida. La razón por la que España arrastra desde el siglo XVIII una productividad horriblemente baja es porque en España, salvo excepciones, no compensa invertir en función del valor de lo que se va a hacer. Y por eso en España la productividad aumenta cuando las empresas despiden a muchos trabajadores.
Entonces, ¿qué hacer en el 2010 con una capacidad de endeudamiento acabada, una deuda pública creciente, y una deuda privada monstruosa en un entorno de desempleo en ascenso meteórico y con una recaudación fiscal en caída?, pues poner en marcha una batería de legislaciones laborales que posibilitasen las reducciones salariales, facilitaran y abaratasen el despido, hundiesen la capacidad de negociación de los trabajadores, y, además, que tales medidas fuesen aceptadas sin rechistar.
Empezó un Gobierno del PSOE y siguió uno del PP (y proseguirá el siguiente tenga las siglas que tenga). Los sindicatos no dijeron nada de nada, y la población acongojada por un paro del 26%, unos salarios que cada vez daban para menos, una represión de las protestas como nunca antes se había visto en democracia, y una política de desahucios que era ejecutada y apoyada implacablemente por juzgados y fuerzas del orden, aceptó lo que se les impuso.
Cuatro años después, la ciudadanía no está harta de crisis, está lo siguiente. Y está debilitada por años de privaciones y por datos como esos que dicen que el 27,3% de la población española se halla en riesgo de pobreza, a la vez que oyen al presidente del actual Gobierno decir que no sabe a que país se refería la persona que en el Debate del Estado de la Nación del 25 de Febrero le desgranaba las carencias de un tercio de la población española. Porque la verdad es muy simple y se resume en dos puntos: a) en los años que median entre el 2010 y el 2014 se ha conseguido que una parte de la población regrese a unas condiciones laborales, salariales, sociales, propias de mediados de los 90, o anteriores, sin que suceda absolutamente nada, sin apenas protestas, sin casi reivindicaciones, sin, desde luego, manifestaciones violentas: ¿recuerdan lo que pasó en la reconversión del naval a mediados de los 80?, aquello es hoy impensable además de ser imposible, y b) se asuma que lo que sucede es transitorio y que ‘mañana’ las cosas van a cambiar: recuerden ‘los brotes verdes’, ‘las luces al final del túnel’, ‘los destellos’, ‘las raíces vigorosas’, la reciente ‘la crisis ya es historia’. Por eso gran parte de esa población acepta lo que oye sin cuestionarse nada, desahorra quienes pueden y consumen, y se repite que, ya sí, esta mala situación ha finalizado.
El BBVA Reaseach concluyó a finales del pasado año que España se encaminaba hacia un desempleo estructural del 18% para después de la crisis. A eso habrá que añadir un empleo a tiempo parcial, en España involuntario en su práctica totalidad debido a los niveles de renta existentes, que se situará en un 25% o 30%, lo que equivaldrá a un paro del 15% equivalente a tiempo completo. Y también habrá que sumar una temporalidad que, aunque los contratos de trabajo tiendan a unificarse, difícilmente bajará del 20% por la propia estacionalidad de numerosos subsectores de la economía española, lo que supone un desempleo equivalente de no menos de 7,5%. Es decir, que cuando la crisis finalice, cuando la economía se estabilice, cuando los sustos hayan acabado, cuando cada cosa esté en su lugar, la verdad verdadosa será que España lucirá un desempleo real que en ningún caso será menor del 30%.
Y eso en una atmósfera de remuneraciones sesgadas: un porcentaje de trabajadores muy reducido con unos niveles salariales elevados y una masa de trabajadores, aunque empleados a tiempo completo y con contrato indefinido, con salarios muy bajos debido a la baja valoración del trabajo que realizan, porque, no nos engañemos, el camino que se ha elegido para España (lo cierto es que pensando en términos de España no había muchos más) pasa por el abaratamiento de la inmensa mayoría del factor trabajo a fin de reducir los costes que pueden ser fácilmente reducidos, y ganar la competitividad que a través de esa vía puede ganarse, que es la que es y que ya está casi agotada: sólo hay que ver como están evolucionando las exportaciones en los últimos seis meses, y ello a costa de hundir el bienestar social.
De reducir el bienestar social, porque bajos salarios y rentas bajas implica reducida recaudación fiscal y menores cotizaciones sociales. Lo primero, lleva, debido a los compromisos adquiridos por España, a recortes de gasto público, el social también, si; lo segundo a recortes de los subsidios de paro y de las pensiones cuando se agote la caja de reserva, que a este ritmo, y sin contar los intereses generados por la deuda que eso estará por ver, será a mediados / finales del 2018.
El porqué último de todo esto es que España no puede generar PIB para que sus 47 M de habitantes tengan un estándar de vida homologable al de los países ricos; lo tuvo, pero fue a base de crédito, de deuda.
Elevado nivel de desempleo, rentas medias reducidas, alta desigualdad, servicios sociales parcos por la insuficiencia recaudatoria, … Esa es a la España que, pienso, debemos acostumbrarnos, y en medio de esa realidad, islas –clusters–, de actividad de alto valor y relativamente elevadas remuneraciones de unas personas con bastante seguridad laboral. Independientemente, pienso, de lo que digan los políticos y también independientemente de su color.
También en mi último libro analizo una cita de Günter Verheusen, en el momento Vicepresidente de la Comisión Europea: “Si queremos crear más empleo, Europa necesita jóvenes que estén preparados para afrontar riesgos y fundar su propia empresa”; es decir un entorno en el que lo habitual será que cada palo tendrá que aguantar su propia vela.
(Sugerencia: echen una ojeada a esta entrevista: tiene miga.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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