Les dije que iba a estar unos días en Alemania, en Berlín concretamente. A volapluma cuatro impresiones.
De Francia les comenté que los franceses habían conseguido expandir a
todo el planeta la idea de glamour: todo lo que Francia hace y como lo
hace es glamouroso, y eso vende, mucho; pues bien Alemania, como ya les
manifesté hace dos años y ahora reafirmo, ha conseguido que todo el
mundo asuma que lo que Alemania hace tenga una calidad que nadie discuta
porque tal calidad, la calidad de lo elaborado por Alemania, sea tan
elevada que absolutamente a nadie se le ocurra cuestionarla.
Absolutamente a nadie: lo alemán es bueno, funciona bien, y está hecho
de la mejor manera posible. Lo que no está nada mal como imagen.
Algo que se percibe paseando por sus calles y plazas, observando a sus
gentes, es el bienestar que la mayoría emana: el alemán medio, ese que
todo el mundo tiene en la cabeza, se ve que vive bien; no que sean
multimillonarios, pero sí que su existencia es confortable. (Ya, los
once millones de desempleados y subempleados es otra historia).
Paseando por sus calles y plazas también se observan obras: por
doquier; algunas carísimas, como reconstruir un palacio partiendo ...
¡de cero!. Da igual donde se mire: todo son obras, obras, obras. Alguien
me decía: 'Están construyendo un imperio', pienso que no: están
reconstruyendo Prusia: la cuna del Imperio que ya tuvieron y que ahora
han vuelto a tener, y, claro, falta el entorno: el sustrato de esta
gloria que ya fue aquella.
Pagaron un precio, y siguen pagando un precio. Las cicatrices de la
guerra son visibles por doquier: junto a grandes y emblemáticos
edificios de finales del XIX o de principios del XX, rehabilitados,
evidentemente, y muy bien rehabilitados de modo que lucen en todo su
antiguo esplendor (aunque, a veces, se aprecian las muescas que la
metralla dejó en sus piedras y que la rehabilitación ha cubierto per no
ha hecho desaparecer), conviven monstruos de acero y cristal de segura
funcionalidad pero, entiendo, de dudosísima estética.
Curiosamente lo anterior se aprecia más en la parte occidental de
Berlín que en la oriental aunque los combates alcanzaron más dureza en
esta, la explicación radica en los fondos que una y otra parte
dispusieron tras la guerra y la política seguida: en el antiguo Berlín
Occidental, en muchas zonas, el derribo y desescombro y posterior
construcción de la obra nueva, sistema que ha ido continuando con los
años y que aceleró tras la desaparición del muro. Posiblemente Postdamer
Platz sería el ejemplo más destacado. En el Oriental, a las afueras,
bloques inmensos de apartamentos para trabajadores pero conservación,
por necesidad de amplias zonas posteriormente rehabilitadas. En esta
línea vale la pena recorrer la zona de Mitte: pueden encontrarse
rincones muy interesantes. (Imprescindible pasarse un buen rato en el
mirador circular de la torre de comunicaciones, la Fernsehturm, junto a
la Alexander Platz, pero si están varios días vayan al final: así se
harán una idea más exacta de lo que miran).
Habrá oído, leído, lo que ahora se dice: que Alemania debería consumir
más. Pienso que es imposible. Primero porque se nota que gran parte de
la ciudadanía -de la que podría consumir por su poder adquisitivo,
necesita poco más de lo que ya tiene. Segundo porque se observa que esta
es una gente que mira lo que compra. Tercero porque, más que el pavor a
la inflación, pienso que son los recuerdos de la postguerra lo que
racionaliza su gasto. Cuarto porque su mentalidad es luterana, es decir,
morigerada. Precisamente en relación a esas visitas a tiendas y centros
comerciales que realiza todo aquel que se mueve 'por ahí', en el caso
de Berlín deben tener un destino indiscutible: mi sugerencia: compren o
no compren dense una vuelta por los almacenes Ka-De-We, en la
Tauentzienstraße 21–24, tienen, literalmente, todo de todo. Precisamente
en estos almacenes vi, percibí, lo que es España.
Una de las secciones más espectaculares de Ka-De-We es la de
alimentación, pero no piensen en las secciones de alimentación que ven
en las tiendas y centros que normalmente frecuentan, piensen en un
sección de alimentación con, por ejemplo, casi 1.500 clases de quesos
diferentes. Pues bien, en mi ojeada al lugar fui a ver en aquello que el
Reino de España es fuerte, fuerte de verdad: vinos y cavas. De lo
primero España tenía tres estanterías: una de 'vinos españoles' y dos de
'Rioja'; de eso mismo, Italia tenía seis estanterías. Con los cavas
sucedía algo parecido, pero peor: dos exiguos estantes de una estantería
y ocho estanterías completas con otros expositores dispuestos por la
sección para el champagne.
Eso que vi me sulfuró mucho, muchísimo, y lo peor es que, pienso,
España produce vinos infinitamente mejores de los que estaban es esas
estanterías y, sin desmerecer a nadie, mejores que los italianos que
allí se exponían; a la vez España produce cavas mejores que los allí
expuestos y mejores que bastantes champagnes allí exhibidos. ¿Es la
culpa de esos almacenes berlineses?, en-ab-so-lu-to, pienso que lo es de
como se hacen aquí las cosas. ¡Y eso que en eso somos muy buenos!.
Otra cosa que llama la atención paseando por Berlín: más de seis
automóviles de cada diez son alemanes, bien fabricados en Alemania, bien
diseñados y/o fabricados por empresas dependientes de matrices
alemanas. (De esas marcas 'españolas' en las que están pensando vi muy,
pero que muy pocos). Y un poco en relación con esto el turismo:
bastante, bastante, pero la mayoría interior: alemán y austríaco, y
tanto de alto poder adquisitivo como de no tanto. Eso da que pensar, ¿no
creen?.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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