Independientemente de lo que por RL pueda entenderse, cualquier reforma laboral que en un país o zona hoy sea abordada perseguirá uno de estos dos objetivos: o favorecer la creación de empleo nuevo, o reducir los costes laborales. Los dos juntos hoy son imposibles.
En España estamos a las puertas de una RL, una RL que se plantea en medio de una crisis sistémica que afecta al planeta; en una economía: la española, que está decreciendo y que arrastra carencias clamorosas en productividad desde hace siglos; en una economía que cuenta con una de las tasas de actividad más reducidas de Europa pero aun así con una población activa de veintitrés millones de personas; y en una economía con más de cinco millones de personas desocupadas buscando un empleo que no encuentran.
Empecemos por el segundo objetivo. España hoy, ¿puede reducir los costes laborales?, sí, evidentemente. España hoy, ¿ganará algo reduciendo sus costes laborales?, de forma generalizada, no. Si se analiza el volumen de los costes laborales en España se observa que son de los más reducidos del área euro, sin embargo la razón que se esgrime para disminuirlos es la ganancia de competitividad. Es decir, se argumenta, España ganará competitividad si sus empresas reducen los costes del factor trabajo que utilizan.
El razonamiento anterior se fundamenta en la realidad española: eliminada prácticamente la actividad constructora tanto pública como privada, aceptada la realidad de unos ingresos diarios medios reales decrecientes por turista entrado y cerrado el grifo del crédito para financiar los circulantes de las empresas, la salida para ganar competitividad sería reducir los costes laborales: congelación de salarios, reducción del precio de las horas extras, disminución de las cuotas empresariales a la seguridad social, reducción de las indemnizaciones por despido (y favorecimiento del mismo), … ; indirectamente estas medidas supondrán una reducción de los salarios debido a que la oferta de trabajo crecerá -más desempleo- o serán aceptadas caídas en las remuneraciones por el miedo a perder el empleo. Es evidente que ello reducirá el poder adquisitivo de la población ocupada pero los partidarios del razonamiento argumentan que ello mejorará las posibilidades exportadoras de España.
Según este punto de vista España ganaría, así, competitividad porque no puede ganarla de otro modo ya que España tiene una productividad muy reducida debido a que el nivel de capitalización de la empresa española es muy bajo y así va a continuar las cosas ya que en base al mix de bienes y servicios que España produce no le es rentable a la empresa española media invertir para ganar productividad. Y el razonamiento supone algo: que España va a exportar mucho porque el exterior va a desear los bienes y servicios españoles, que los va a desear enormemente, y que ese exterior va a tener renta y/o capacidad de endeudamiento para pagarlos.
Desarrollando el razonamiento desde una perspectiva posibilista, exportando, la economía española crecerá, ocupará cada vez a más población activa que será remunerada con mayores salarios, y España superará la desaparición de la construcción encontrando nuevos subsectores de crecimiento que permitan absorber la oferta de trabajo española. El Estado ingresará más debido al creciente mayor consumo y reducirá su gasto público por la caída que experimentará el desempleo, lo que incidirá positivamente en el déficit, reduciéndolo.
Pero la realidad es que España produce lo que produce, que eso que produce es lo necesario que es, que lo produce con un nivel de dependencia energética y tecnológica elevada, y que nunca España podrá competir en costes laborales con Túnez o Marruecos (por no ir más lejos) a no ser que se esté dispuesto a una inestabilidad social permanente, y que la capacidad de consumo de los posibles consumidores de los fabricados españoles es la que es, y es decreciente, porque también en el exterior se está produciendo un acelerado deterioro de la situación económica, y de ello el gran exportador: Alemania ya sabe bastante.
Vayamos al primero. El desempleo del factor trabajo ha aumentado en todos los países europeos, pero en España muchísimo más debido a que la construcción, una actividad que absorbía una ingente cantidad de factor trabajo ha colapsado, lo que ha desencadenado la destrucción ingente de puestos de trabajo tanto en actividades directamente vinculadas con la construcción como en otras que existían a la sombra del consumo generado por las personas ocupadas en la construcción: ocio, comercio, transportes, …. A ello hay que añadir la actividad en retroceso del subsector financiero que se está traduciendo en pérdida de puestos de trabajo en las entidades integradas en el mismo.
España precisa que su PIB crezca a una tasa mínima del 2,59% anual para que empiece a descender la tasa de desempleo, y necesita que ese PIB crezca, al menos, al 1,23% para que aumente el nivel de ocupación. En resumen, España debe crecer como mínimo al 2,0% anual para que su economía genere empleo neto. España tiene un modelo productivo muy intensivo en factor trabajo que genera un bajo valor añadido por hora efectivamente trabajada porque la capitalización de sus empresas es reducida debido a que produce bienes y servicios de bajo valor.
Es decir, para que España cree empleo, o bien cambia su modelo productivo lo que es imposible de hoy para mañana porque España lleva con siglos con ese modelo, o bien encuentra una actividad que sustituya a la construcción para sustituir la demanda de trabajo que la construcción generaba, lo que no parece muy viable a medio plazo al margen de que, aunque se consiguiera, se produciría una caída del poder adquisitivo de la población ya que los salarios tienden a la baja como causa de la RL y de que el crédito orientado al consumo, tal y como lo hemos conocido, se ha ido para no volver.
En un escenario en el que la oferta de trabajo tiende al alza aunque sólo sea por el mero crecimiento vegetativo (y para este enfoque tanto da que la economía sea sumergida o no) y la demanda de trabajo tiende a la baja porque el consumo interior público y privado apuntan a menos al igual que las exportaciones de bienes no necesarios por la disminución del poder adquisitivo de los consumidores exteriores a medida que la crisis se vaya enquistando, ¿cómo va a ayudar una RL a generar empleo?.
En consecuencia, pienso que la RL reducirá los costes laborales contra una promesa que no puede cumplir -reducir la tasa de paro-, y lo hará preparando el nuevo modelo en el que el valor de la mayoría del factor trabajo será mucho menor que hasta ahora y, por tanto, su precio; junto a esto lo que puede esperarse para una situación postcrisis son elevados niveles de desempleo estructural que para España ya se están evaluando entre el 12% y el 18% con valores centrales de entre el 14% y el 16%.
Resumen del resumen: para todas las economías, pero para la española mucho más, el desempleo, imposible de ser absorbido debido a que el crecimiento cada vez necesitará menos factor trabajo y cada vez estará más centrado en el uso de unos recursos escasos para producir lo necesario, aumentará bajo el epígrafe de ‘paro estructural’ (amortiguado por lo que el ‘subempleo’ pueda mitigar). La alternativa, pienso, la reducción de la población activa.
Y con las previsiones ¿filtradas? del Informe de Invierno del FMI que plantea un crecimiento para España del -1,7% para el 2012 y del -0,3% para el 2013, y suponiendo que la realidad no sea aún peor, ¿cómo va crear España empleo se ponga en marcha esa RL o se ponga en marcha otra?.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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