El problema no es qué se dice, sino quién lo dice. Que el FMI proclame la liberalización de cualquier mercado de trabajo, o la ampliación de la edad de jubilación es como que Hugh Heffner defienda la castidad.
Porque el FMI hace exactamente lo contrario de lo que predica. Es burocrático, está politizado y no es transparente. Hasta 1999 el salario de su director gerente era secreto, como si se tratara de los planos de la bomba atómica o de la fórmula de la Coca-Cola. Aún hoy, en función de un acuerdo ‘de caballeros’ (ya se sabe que los pactos en la Mafia también son entre caballeros) la institución sólo puede ser presididar por un europeo.
Y éstos son los que hablan de modernizar.
Veamos, ahora, la flexibilidad del Fondo.
Hace apenas un año y medio, con la institución jugando el papel de florero en la economía mundial, y con un déficit del 40% (¿cómo se puede gestionar algo tan mal que los gastos superen a los ingresos un 40%? Muy fácil: abriendo un nuevo edificio justo cuando la demanda de los servicios de la institución se estaban desplomando), el FMI no tuvo más alternativa que llevar a cabo un miniajuste de plantilla.
No es fácil ajustar la plantilla en un sitio en que el becario medio cobra 300 dólares (210 euros) diarios libres de impuestos. Así que el ERE del Fondo fue, más o menos, como sigue.
Las compensaciones eran de entre 6 y 22 meses de salario (curioso concepto del despido libre). También se organizó un plan de jubilaciones anticipadas que mandaba al retiro a todos los empleados de 62 años, tres menos de la edad de jubilación habitual.
Claro que, añadiendo insulto a la herida, como dicen los anglosajones (“adding insult to injury”), los que se fueran del Fondo podían mantener sus planes de pensiones y ejecutarlos a los 65, si así lo deseaban, en una espectacular plasmación práctica de cómo hay que combatir la siempre acechante y nunca realizada crisis de las pensiones y de beneficiarnos del aumento de la esperanza de vida media.
Otras durísimas medidas fueron incluir, en determinados casos, el copago en los planes de salud, algo que el FMI lleva décadas pidiendo que se aplique… a los demás. Y algunas medidas de crueldad incalculable. Un ejemplo era lo relativo a los viajes. Hasta entonces cuando un funcionario del FMI viajaba a otro continente, tenía derecho quedarse, literalmente descansando, dos días en un punto intermedio, con unas dietas que rondaban los 600 dólares (420 euros) diarios. Era el llamado 'stopover'. En dos días de stopover, un funcionario gastaba 820 euros como mínimo. Casi el sueldo de un mileurista que ahora acaso el Fondo considere exorbitantemente alto.
Pero el funcionario podía elegir dónde se quedaba, Si iba de misión a África, por ejemplo, podía quedarse a recuperarse del jetlag en Zanzíbar. Si iba a Oriente medio, en el Mar Egeo. Si iba a Perú, podía hacer un cómodo stopover en las Galápagos. Eso, si le gustaban las vacaciones naturales. Si no, los stopovers eran en París, Londres o Miami.
Ésa es la institución que quiere liberalizarnos.
fuente: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/nodoycredito/2010/01/27/por-que-no-se-aplica-el-fmi-sus-propias.html
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