jueves, 31 de enero de 2013

El euro está perdiendo la guerra de divisas. O devaluamos o nos empobreceremos

Muchos países, en su búsqueda por impulsar el crecimiento, están intentando depreciar sus divisas. Sin embargo, como el tipo de cambio es un precio relativo, todas las monedas no pueden debilitarse simultáneamente. La forma en que el mundo resuelva esta inconsistencia básica durante los próximos años tendrá un importante impacto sobre las perspectivas de crecimiento, empleo, distribución de ingresos y funcionamiento de la economía mundial.

Japón es el último país en decir basta. Después de que su moneda se apreciase dramáticamente durante los últimos años, el nuevo gobierno del primer ministro Shinzo Abe está tomando medidas para modificar la dinámica del tipo de cambio del país –y lo está logrando. En tan solo dos meses, el yen se ha debilitado más del 10 % respecto del dólar y casi el 20 % respecto del euro.

Los líderes europeos ya han expresado sus reservas sobre las acciones japonesas. La industria automotriz estadounidense se alzó en armas. Y, hace unos pocos días, Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, advirtió públicamente que el mundo enfrenta una perjudicial y, en última instancia, fútil ronda de depreciaciones competitivas del tipo de cambio –o, más brutalmente, una «guerra de monedas» (término utilizado previamente por Brasil para expresar preocupaciones similares).

Por supuesto, Japón no es el primer país en seguir este camino. Varias economías avanzadas y emergentes lo precedieron, y muchas lo seguirán, comenta Mohamed El-Eriam (co-presidente de PIMCO, una de las gestoras con mayor reputación, y poder, en el mundo) en un artículo.

"Hace apenas más de un año Suiza sorprendió a muchos cuando anunció, e implementó estrictamente, un umbral a partir del cual no permitiría que su moneda se apreciara frente al euro. Y, recuerden, el modelo de funcionamiento de ese país durante siglos ha sido el de proporcionar un puerto seguro al capital extranjero.
No es necesario ser economista para darse cuenta de que, si bien todas las monedas pueden despreciarse (y lo hacen) respecto de otra cosa (como el oro, la tierra y otros activos reales), por definición no pueden debilitarse todas respecto de las demás. Para que algunas monedas se deprecien, otras deben apreciarse. Aquí es donde la cosa se pone interesante, compleja y potencialmente peligrosa.

No hay en el mundo ningún grupo significativo de países que busque apreciar su moneda. Algunos resisten activa y abiertamente la apreciación y otros lo hacen de manera menos visible. Solo la zona del euro parece aceptar ser blanco de las acciones de otros países."

Y en esta "guerra de divisas" la divisa común europea se erige como el gran perdedor entre las grandes divisas.

La moneda europea se ha disparado en el último año, y en el proceso ha hecho que la salud tanto de su industria de exportación y su cuenta corriente se deteriore. En el gráfico adjunto podemos observar las divisas que se han debilitado frente al euro (rojo) y las que se han fortalecido (verde).
Las guerras de divisas no son nada nuevo. Mucha erudición demuestra que estos enfoques de empobrecer al vecino tienen resultados colectivos nocivos. De hecho, existen acuerdos multilaterales para minimizar este riesgo, incluidos aquellos del Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio.
Sin embargo, cuando la situación lo exige, un país tras otro se ven arrastrados a secundar un resultado potencialmente dañino para la economía mundial en su conjunto. Aún peor, este proceso todavía no se ha registrado seriamente en la agenda multilateral de políticas.

Los motivos son varios, dice Mohamed El-Erian, desde la situación bastante debilitada de la gobernabilidad multilateral hasta la urgencia de las cuestiones locales que actualmente requieren la atención de los responsables nacionales de políticas. Pero hay algo más: las causas del aprieto actual son difíciles de comprender y contrarrestar eficazmente.
"A diferencia del pasado, la amenaza de las guerras de monedas no está directamente relacionada con desequilibrios comerciales y crisis del balance de pagos. Más bien, un motivo significativo es la búsqueda de medidas experimentales por parte de los bancos centrales más importantes para compensar las inadecuadas políticas y las disfunciones del sistema político en otras partes.

Si el mundo desea evitar graves daños es importante entender las dinámicas en funcionamiento. La siguiente es una descripción simplificada: frente a un escaso crecimiento y elevado desempleo, y con los restantes responsables de políticas empantanados al margen, un banco central como la Reserva Federal estadounidense siente que no tiene opción más que adoptar una política monetaria muy acomodaticia. Como las tasas de interés de intervención han encontrado un piso en cero, se ve obligado a adentrarse aún más en el desconocido reino de las «políticas no convencionales».

El objetivo, según volvió a afirmar en diciembre Ben Bernanke, presidente de la Fed, es «empujar» a los inversores a tomar más riesgos. Específicamente, se espera que un repentino aumento artificial de los precios de los activos haga que la gente se crea más rica y sea más optimista, disparando así «efectos riqueza» e «instintos animales» que estimulen el consumo y la inversión, impulsen la creación de empleos y, en ese proceso, «validen» los precios artificiales de los activos.

En la práctica, la estrategia no ha resultado tan sencilla. Además, parte de la liquidez que la Fed inyecta se desplaza a los mercados financieros de otros países. Observen el aumento de los flujos de capital a los mercados emergentes como resultado de la búsqueda de mayores rendimientos financieros por parte de los inversores. Para complicar aún más las cosas, estas entradas de fondos están cada vez menos conectadas con los fundamentos económicos y financieros de los países receptores.

Muchos inversores también sienten la necesidad de equilibrar inversiones cada vez más especulativas («posicionamientos satélite») con inversiones mucho más seguras («posicionamientos centrales»). Para cumplir este último objetivo recurren a países administrados con prudencia, presionando al alza también a sus monedas –y, nuevamente, más allá de lo justificado por sus fundamentos locales.

No sorprende que cada vez más gobiernos estén preocupados por la apreciación de sus tipos de cambio. Además de los dolores de cabeza por las políticas de corto plazo, la apreciación de las monedas conlleva costos potencialmente significativos en términos del vaciamiento de los sectores industriales y de servicios. Entonces, después de una combinación variada de tolerancia y respuestas «heterodoxas», los funcionarios se ven obligados a relajar su propia política monetaria para debilitar las monedas de sus países o, como mínimo, limitar su velocidad de apreciación.

Este período de crecientes inconsistencias en la política podría resultar temporal y reversible si los bancos centrales tienen éxito en alejar rápidamente a las economías de sus malestares y si los países reconocen que es urgentemente necesaria una mayor coordinación de políticas transfronterizas.
El riesgo es que el fenómeno conduce a trastornos generalizados, ya que los desafíos cada vez más difíciles a las políticas nacionales avivan las tensiones regionales y el sistema multilateral resulta incapaz de reconciliar los desequilibrios de manera segura. Si los responsables de políticas no son cuidadosos –y afortunados– la magnitud de este riesgo aumentará significativamente en los próximos años."

lacartadelabolsa
Fuentes: Mohamed El-Erian

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