viernes, 17 de febrero de 2012

La Grecia de hoy es la Argentina de 2001. ¡Actuemos en consecuencia!

Hace unos meses publicábamos un interesante artículo sobre las claras coincidencias entre la situación griega actual, y la Argentina de 2001. Ahora es Mohamed El-Erian el que ve clara esa similitud. El CEO de PIMCO, que tiene el mayor fondo de bonos del mundo, afirma que a no ser que las instituciones hayan aprendido de la crisis argentina, Grecia está condenada a deslizarse por el mismo camino sin retorno. Lo argumenta de esta manera:

Vamos a establecer el escenario: un enfoque cada vez más desacreditado de la política económica da lugar a una creciente oposición social y política, protestas callejeras y violencia, desacuerdo entre los acreedores oficiales, y creciente preocupación entre los acreedores privados sobre un default desordenado. En medio de todo esto, los líderes nacionales se comprometen a aplicar más de las mismas duras medidas de austeridad que han sido incapaces de poner en práctica durante dos años. Los acreedores oficiales expresan su escepticismo, en privado y en público, pero se preparan para desembolsar otro tramo de ayuda financiera, en lo que temen sea un pozo sin fondo.

¿Les suena familiar? Debería, pero no sólo porque define la situación de Grecia hoy en día. También por la que Argentina enfrentó en 2001. Si Europa no aplica las principales lecciones de aquella experiencia, los paralelismos con Grecia también pueden incluir un colapso financiero, un colapso profundo de la producción, y un incremento de la agitación social y política.

Me acuerdo de 2001. Yo estaba operando en la mesa de PIMCO Emerging Market, donde se seguía de cerca los acontecimientos en Argentina. En agosto de ese año, el país fue nuevamente al Fondo Monetario Internacional para obtener más dinero con el fin de evitar una suspensión de pagos. Las autoridades estaban dispuestas a negociar otra serie de compromisos a sabiendas de las muchas promesas que habían realizado ya, y de que el país no había hecho ningún progreso en el restablecimiento del crecimiento, ni en detener su declive, ni la caída de la competitividad y en frenar el incremento de la deuda.

Se desató una oleada de a quién hacer responsable de "haber perdido" Argentina. Los acreedores oficiales, encabezados por el FMI, responsabilizaron al gobierno argentino. El gobierno respondió que los acreedores oficiales se habían aprovechado del país, en lugar de proporcionar el colchón financiero necesario para restaurar la confianza y volver a atraer al capital privado. Ninguno de las dos partes parecía dispuesta a reconocer lo que era obvio para muchos: el marco económico y financiero del país daba pocas posibilidades de hacer frente al doble problema de poco crecimiento y demasiada deuda.

No resultaba sorprendente que los ciudadanos argentinos estuvieran cada vez más hartos de todos, haciendo pocas distinciones entre el Gobierno y los acreedores oficiales. Habían perdido la confianza en un enfoque que seguía vendiendo la austeridad como el precio de la estabilidad, mientras todos los indicadores económicos y financieros empeoraban, con pocas esperanzas de un futuro mejor.

Luego estaban los vecinos de Argentina, en particular los compañeros del Mercosur, que temían una ola de contagio. Después de haber experimentado problemas en sus mercados financieros, instaban a Argentina a participar en la toma de sus decisiones – mientras al mismo tiempo construían fuertes defensas para el caso de que no lo hicieran. Mientras tanto, Argentina se quejaba de que las políticas de otros países del MERCOSUR estaban magnificando sus problemas económicos.

Para entender mucho de lo que está ocurriendo hoy en Europa, solo hay que reemplazar a Argentina por Grecia, y al Mercosur por la zona euro. Por supuesto, Grecia es una economía más avanzada que la de Argentina. Es parte de un acuerdo mucho más fuerte que la región del Mercosur, con mucho mayores recursos financieros y bases económicas e institucionales más desarrolladas. Sin embargo, las similitudes son lo suficientemente fuertes como para preguntarse si Europa puede aprender de la experiencia de Argentina de hace una década.

Después de que el Parlamento argentino aprobara otro nuevo paquete de austeridad, el FMI accedió a liberar un tramo de su ayuda financiera. Pero ya era demasiado tarde para salvar a un desacreditado enfoque de la crisis, socavando aún más la posición del Fondo.

De hecho, en vez de suscitar la confianza de los ciudadanos argentinos, retiraron sus depósitos bancarios en los meses siguientes. La fuga de capitales se aceleró. El gobierno siguió sin cumplir con los compromisos políticos y económicos. Y lo más importante de todo, la presión social y política llegó a un punto de inflexión.

Argentina suspendió pagos en diciembre de 2001, cerró sus bancos, y experimentó la madre de todos los “parones económicos repentinos”. El país se vio obligado a desmantelar su estructura económica de una manera muy desorganizada, llevando a cabo una transición desordenada y sin planificación a un nuevo sistema monetario, en el medio de controles de capital y de la confiscación de activos domésticos.

El futuro de Grecia se parecerá al de Argentina si su gobierno y sus acreedores oficiales (a saber, el Banco Central Europeo, la Unión Europea y el FMI) no interiorizan algunas de las lecciones de la Argentina de 2001 y no emprenden un urgente cambio en sus posturas y en sus medidas a mitad de camino.

En concreto, se deben tomar cuatro medidas.

En primer lugar, se debe dejar de repetir la afirmación de que no hay un "Plan B" Decirle a la gente que no hay alternativa a una política desacreditada simplemente les empuja a resistir en un enfoque que no funciona, o de optar por el caos. Recientes declaraciones oficiales que se escucharon en Grecia ("Tenemos que demostrar que los griegos, cuando se les da a elegir entre lo malo y lo peor, eligen lo malo para evitar lo peor") hacen muy poco para generar confianza.

En segundo lugar, Grecia y sus interlocutores extranjeros deben reconocer que el Plan B, aunque no sea fácil, se ha convertido en una necesidad fundamental. Debe conducir a una reestructuración económica y de deuda mucho más profunda, así como a cambios institucionales para que Grecia pueda obtener una mayor flexibilidad política, mejorar la competitividad y promover la inversión. Todo esto implica inevitablemente riesgos a corto plazo, pero también promete mejores perspectivas para el crecimiento, el empleo y el restablecimiento de la solidez financiera.

En tercer lugar, los acreedores oficiales de Grecia deberían estar más atentos a la rentabilidad esperada. Cada euro desembolsado a Grecia conforme al enfoque actual, se diluye de muchas maneras. En lugar de un enfoque general que implica múltiples "fugas", los acreedores oficiales harían mejor en fijar el objetivo clave que el país necesita de forma más directa. Por otra parte, teniendo en cuenta las preocupaciones de Europa sobre su sistema bancario, las intervenciones deben ir acompañadas de una mayor presión sobre los bancos para que recauden capital y mejoren la calidad de los activos.

Por último, la integridad y la credibilidad del BCE y del FMI requieren una protección mucho mayor. El oportunismo de Europa socava la eficacia futura de estas dos instituciones claves, en el momento en que serán necesarias no sólo para estabilizar Grecia, sino también para prevenir problemas de liquidez que provoquen una crisis de solvencia en otros países europeos y en otros lugares, así como para limitar el contagio global.

Grecia no tiene por qué seguir el ejemplo de la miseria de la Argentina de hace diez años. Sin embargo, a menos que los funcionarios griegos y europeos reflexionen sobre ese ejemplo y actúen en consecuencia, Grecia será conducida por el mismo peligroso camino sin salida.

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