martes, 24 de enero de 2012

“Los organizadores alemanes han bebido tanto como los demás. Saben que la resaca será de campeonato”

En el teatro de la crisis sistémica tenemos asientos de primera para el espectáculo europeo. Sobre el escenario un castillo de naipes en el que la fiesta de deuda no cesa, se baila al son de los mercados mientras el nuevo mandamás Draghi va de prudente pero se enrolla pagando más rondas que su antecesor. Los organizadores alemanes, espantados ante el desmadre, saben que la resaca será de campeonato, pero ya es tarde para salirse: han bebido tanto como los demás, y su suerte va ligada. Al reciente debate tecnócrata versus político, y sin entrar en los múltiples aspectos, añadir que una diferencia importante es que muchos políticos trabajan en el corto plazo mientras que los buenos técnicos miran a largo.


Precisamente por esto y como solución contable rápida se prefiere incrementar la presión fiscal para equilibrar cuentas a corto, antes que buscar soluciones sostenibles a largo. Es por ello quizá que no se ha trabajado lo suficiente con la curva de Laffer, aunque también sea debido a su extrema complejidad e imposibilidad práctica de ser calculada y proyectada. Es muy probable que el punto óptimo que maximice los ingresos del estado se encuentre superado.


Una hipotética reducción de la presión fiscal precisaría ir aparejada con una profunda reforma que invirtiera el exceso de burocracia. Reducir radicalmente el infecto proceso de diarrea legislativa simplificando procesos posiblemente contribuya a dar nueva alegría y dinamismo al tejido productivo de la pequeña y mediana empresa, redundando en una mejora sustancial de la clase media.


Cuando la burocracia no deja respirar al emprendedor, lo ahoga en un mar de trabas, pegas y problemas por exceso de normativa, alguna absurda, y le saca los cuartos a diestro y siniestro, éste opta por tirar la toalla (y pasar en ocasiones a la economía sumergida), todo lo cual puede indicar que el punto óptimo de la curva de Laffer esté rebasado. Basta ver cuantos jóvenes aspiran en última instancia a ser funcionarios en vez de querer poner en práctica nuevas ideas.


Es vital por parte de políticos y tecnócratas trabajar dentro de sus competencias para contribuir a levantar una sociedad deprimida y noqueada cuya única meta ahora mismo es llegar a fin de mes sin morir en el intento. Nos encontramos en un punto singular de la historia en que muchos asumen que van a vivir peor que la generación de sus padres, porque van a pagar sus excesos.

Mientras prosigue en penumbra el quantitative easing a la europea, los demás bancos centrales no descansan, Suiza ancla su moneda y Japón intenta frenar la suya. La guerra de divisas para parchear el sistema e incrementar competitividad prosigue a toda máquina. Las consecuencias de una explosión de la burbuja del crédito fiduciario son desconocidas, aterradoras para algunos que ya creen ver surgir mañana nuevos métodos de dominación económica, siendo uno de ellos en particular extremadamente peligroso: la acumulación oligárquica de producción alimentaria. Acumulación que, combinada con una reducción de las libertades democráticas, así como un proceso de lenta desglobalización, puede ser extremadamente peligrosa.


No ayudan los variopintos QE, que machacando la necesaria deflación que dinamitaría los balances bancarios, siguen exportando inflación inducida y desviando liquidez hacia las commodities contribuyendo a que la citada acumulación alimentaria sea todavía más lucrativamente apetitosa.

Tanto en la esfera pública como la privada se tiende hacia un endurecimiento de la esclavitud corporativa con estructuras de poder piramidal cada vez más acentuadas. La escenificación de la tragedia griega con el órdago del pasado noviembre supuso la confirmación de la llegada del otoño democrático. Bienvenidos al siglo XXI. Pasajeros al tren. Destino final ¿quién sabe? Quizá vuelva a ser por desgracia Stalingrado, o incluso más allá.


Mientras afloran nuevas oligarquías neofeudales, muchos ya se debaten entre la miseria o la pobreza, mientras buscan con violencia algo que llevarse a la boca. Es curioso como siempre se explica la pirámide de Maslow en sentido ascendente. Ahora toca bajar a los sótanos como en la ciudad del Volga. Cuando a la gente se la priva de la democracia, solo les queda elegir entre resignación o rebelión.

Al final todo se reduce a salvar algunos muebles. Por lo tanto, ahora que todavía se compra tiempo, cada vez más costoso, se aprovecha para hacer reformas. De ahí la esperanza en la peligrosa dedocracia de los tecnócratas. Una prioridad debiera ser la protección de las clases medias intentando mantener una adecuada respiración en libertad, ya que su caída en desgracia podría oxigenar procesos manipuladores y la llegada de tendencias extremistas, para luego proseguir a lo que nadie quiere. Sólo tres países europeos disfrutaron de democracia durante todo el siglo XX: Reino Unido, Suiza y Suecia.

Mientras tanto el panen et circensis sigue vendiendo esa esperanza, que ahora se centra en los bancos centrales, siendo éstos llamados a unas funciones que exceden a todas luces su capacidad. Sus balances son debilitados argumentando que el avalista en última instancia puede obrar el milagro. El problema del endeudamiento tratado con más deuda recuerda la equivocada política de apaciguamiento de Chamberlain y Daladier, que no hizo más que alimentar a la bestia haciéndola más peligrosa. El monstruo crece, y el dinero que le ofrecen arrodillados los bancos centrales es succionado con mayor rapidez.


El chute de dinero fresco dura menos tiempo cada vez, siendo necesario aumentar la dosis con cada toma. En su día para corregir el error se tuvo que aplicar el sangre, sudor y lágrimas. ¿Y que esperábamos? ¿una salida fácil? ¿una simple dieta veraniega a base de ensaladas? Los actos traen consecuencias, guste o no guste. Nunca jamás en la historia se habían podido comprar casas sin dinero.

Pero por favor no abandonen todavía el teatro de la crisis sistémica. Si creen que el show europeo ha sido insuperable, esperen a ver lo que viene después. Se reconocerá que otros también han bebido más de la cuenta, apuntándose a la diversión en otras alocadas fiestas de deuda. No les quitarán lo bailado, pero el tortazo que se van a pegar algunos va a ser monumental.

Seamos francos y mesurados. Esto es muy serio. No es una hecatombe ni un pozo sin fondo, pero sí se trata de una situación económica sumamente complicada a nivel global. Ni más, ni menos. En España tenemos algo de experiencia histórica, ya que como país vivimos por encima de nuestras posibilidades gracias a una financiación exterior por derechos de conquista hasta que la adicción fue dolorosamente cortada. Su final agudizó lo que ya se estaba descontando desde hacía varios siglos: retraso, pobreza, miseria y hambre.


Parece ser que el último barco cargado de oro llegó quince años antes de las archifamosas ventas de activos para hacer caja (desamortizaciones), y a base de trompicones y desgracias se llegó al plan de estabilización de 1959, a partir del cual volvió a entrar a espuertas dinero fresco o financiación exterior. Las cuentas salieron durante un tiempo para volver a desequilibrarse en la época del consumismo y endeudamiento salvaje. Y cuando de nuevo se nos corte dolorosamente la financiación externa, más pronto que tarde, sabremos de verdad lo que cuesta un peine.


No será el final, no, sino el comienzo de una era difícil en la que seguramente elementos como la avaricia y la envidia traerán las tensiones individuales y colectivas de rigor. Aprendamos de los errores del pasado. Bastantes sobrevivieron en los sótanos de Stalingrado. Será vital mantener la calma, pensar con sobriedad, racionalizar objetivamente, priorizar valores rechazando las injusticias, cooperar mirando hacia adelante, y sobre todo ser más bondadoso, tolerante y compasivo.

lacartadelabolsa

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