jueves, 29 de diciembre de 2011

Desigualdad

Muy interesantes, mucho, los dos textos que en sus Págs. 3 a 6 publicó El País Negocios del 11.12.2011: van sobre desigualdad en la distribución de la renta. Se analizan, entre otras cosas, el último informe que la OCDE ha publicado sobre el tema: aquí.

La desigualdad está aumentando desde hace tres décadas, en unos lugares más que en otros y las causas que se barajan para explicar tal aumento son variadas, dependiendo, también, de posiciones ideológicas: si el darwinismo social de finales del XIX y principios del XX llegó a ser justificado abiertamente por ciertos miembros de iglesias con base calvinista, ¿cómo va a no tener su importancia la vertiente ideológica (a pesar del declive actual de las ideologías convencionales) en la explicación de la actual desigualdad?.

Tal y como lo veo existe un polinomio perverso cuyos términos se influyen entre si y se realimentan: ‘crecimiento – desempleo del factor trabajo – pobreza – excedente demográfico – desigualdad’. La cosa, pienso, ha ido del siguiente modo.

Desvinculado, desde mediados de la década de 1980, el crecimiento económico: la generación de PIB, de la necesidad de factor trabajo, a lo que, en los años siguientes, se fue añadiendo el perfeccionamiento de la organización productiva, el proceso deslocalizador hacia países con una oferta de trabajo prácticamente ilimitada y sin derechos laborales, y el acceso a una tecnología cada vez más sofisticada, más barata y más fácil de utilizar, el desempleo, el subempleo y el paro encubierto comenzaron a crecer a nivel mundial (en unos lugares más que en otros y con una combinación diferente entre los tres) de forma inexorable. A ello contribuyó el imparable crecimiento demográfico: en 1980 la población mundial ascendía a 4.400 millones de personas, en el 2010 a 6.900.

En los países subdesarrollados la tasa de pobreza disminuyó, pero no tanto el número de pobres, y sí aumentó la desigualdad. En los desarrollados, abocados a una caída tendencial de la demanda de trabajo y a la necesidad de frenar el aumento de costes laborales, la tendencia descendente de las rentas salariales se compensó con la concesión de una capacidad de endeudamiento prácticamente ilimitada a la clase obrera a fin de que pudieran consumir, tanto bienes nacionales como importados, y tanto productos materiales -industriales- como intangibles -servicios-, lo que, temporalmente, precisó de un aumento de oferta de trabajo que fue resuelto permitiendo la inmigración -legal o no- de población procedente de países subdesarrollados.

El PIB aumentó, pero fue debido al crédito al que accedió todo aquel que quiso: prácticamente todo el mundo desarrollado; la desigualdad creció porque lo hicieron las remuneraciones de ‘quienes diseñaban los métodos de crecimiento y lo posibilitaban’; la búsqueda de la igualdad se fue abandonando porque las ciudadanías podían consumir gracias al crédito por lo que se crecía (al margen de que los impuestos significaban un freno a ‘los métodos de crecimiento que pudieran diseñarse’); y la democracia en los países desarrollados y en los más avanzados de los que estaban en vías de desarrollo se fue consolidando a medida que todos (casi) fueron pudiendo consumir más de todo en todo momento y en todas partes: en base al modelo en el que hemos vivido, ¿qué pudo haber expandido más la democracia que el hecho de que todo aquel que quisiera tuviese acceso a un BMW, a cenar en Maxim’s o a degustar un Château de 1962?.

El modelo de protección social fue como se quiso que fuese ya que la recaudación fiscal crecía, es decir, los ingresos públicos aumentaban y nutrían la caja para financiar el gasto público, no porque se abrasase a los ricos con gravámenes salvajes, sino porque, al aumentar ininterrumpidamente la actividad económica debido al crecimiento, los dineros recaudados aumentaban vía, fundamentalmente, la imposición indirecta que los gozosos consumidores pagaban, y a los impuestos directos que las nóminas crecientes (fundamentalmente en número) apoquinaban. A través del modelo de protección social ha sido como, fundamentalmente, se ha llevado a cabo la redistribución de la renta en estos últimos años, lo que ha hecho que la tasa de pobreza se mantuviese estable en los países desarrollados (no así la desigualdad, según lo ya comentado).

La precrisis iniciada en el 2007 y la crisis sistémica ya planteada desde Mayo del 2010 supuso un punto y a parte: siendo el crecimiento económico cada vez más imposible debido al agotamiento de la capacidad de endeudamiento, la demanda de trabajo comenzó a caer sin que la oferta de trabajo se viera afectada, lo que llevó al empeoramiento de las finanzas públicas y al aumento de la desigualdad y de la pobreza y, también, a un resurgir de tendencias políticas no-democráticas. Paralelamente se depositó la esperanza en las economías emergentes, unas economías cuyos modelos productivos dependen, en muchísima medida, de que les compren las commodities que producen y que, en clave interna, o se sustentan en un crédito imposible de sostener o en la represión a todos los niveles de una población crecientemente insatisfecha.

La desigualdad, pienso, junto al aumento de la pobreza, y a no ser que se produzca una reducción brutal de la población no necesaria para generar el PIB conveniente en cada momento, no se va reducir, al revés, va a más, a mucho más. A este respecto, vuelvo a recomendar la lectura de una obra básica: “El fin del trabajo”, de Jeremy Rifkin; siempre esencial desde su publicación en 1995, pero hoy absolutamente superimprescindible.

Un bastante en la línea anterior: el informe de la OCU sobre los precios y el euro (aquí): mientras que desde la creación de la zona euro el IPC en España ha aumentado el 32% los salarios lo han hecho el 14% (si bajamos a nivel regional las diferencias son aún más escandalosas). ¿Qué ha sucedido?, pues que en las áreas monetarias los precios tienden a igualarse pero los salarios dependen aún más de la productividad, y la productividad medida en valor añadido generado por unidad de factor productivo efectivamente utilizado es en España muy bajísima. ¿Ha empobrecido el euro a los españoles?, sí, pero si España no hubiese sido metida en el área euro aún sería más pobre: los salarios ni siquiera hubiesen crecido ese 14%. Y, ¿cómo ha sido cubierta esa diferencia entre precios y salarios?, pues concediendo a los españoles una capacidad de endeudamiento infinita; para poder hacer más negocio, naturalmente.

La pasta que a los bancos les dio el BCE la depositan en él. Pienso que no sobra liquidez, falta ‘gente’ a quien prestar, sean Estados, Gobiernos locales, empresas o familias: nadie ofrece garantías suficientes porque todo el mundo debe la tira, existe un exceso de capacidad productiva y las posibilidades de hacer cosas son escasas; y aún así siguen queriéndose arreglar las cosas utilizándose un modelo agotado: como cuando en la Depresión: se quería solucionar la situación con una aún mayor inhibición del Estado. Absurdo, ya.

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.

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